El trabajo con adictos a drogas pareciera un laberinto con salidas resguardadas entre emergencias familiares y dramas personales. En ese escenario conviven tan diversas patologías y tan similares unas de otras.

Coexisten entre los usuarios víctimas de sus malas decisiones y ese ejercicio macabro de día a día evadirse sin asumir responsabilidades, la compasión desmedida, sobreprotección o rechazo del grupo conviviente y la falta de objetividad de los abordajes humanos, que no necesariamente son terapéuticos.

La cuestión es no caer en ese círculo tóxico donde se desarrolla la problemática y las obsesiones del afuera político y social.

Dirigirnos hacia el único lugar de destino cierto, que es la intimidad del sujeto que pide ayuda, allí elaborar un plan adecuado a la demanda existente, que no sea producto de las necesidades y urgencias propias, ajenas o externas, sino más bien, sin eludir la responsabilidad que tenemos como facilitadores de tender puentes concretos, posibles, no utópicos, que solo servirán para mejoras momentáneas.

La idea del trabajo, cuando nos involucramos con alguien que llega a nuestro programa a pedir ayuda, es planificar un dispositivo coherente, responsable, a largo plazo, que contemple una “cura” que se sostenga en el tiempo, más allá de las vicisitudes existenciales.

Allí, el laberinto de las adicciones solo será una etapa de nuestras vidas, y al vislumbrar esa puerta hacia la existencia cotidiana, podremos contemplar la vida desde la armonía conseguida.

Osvaldo S. Marrochi

Presidente Fundación Esperanza de Vida