Tras investigar durante década y media la historia del tambor de marco en ritos religiosos y curativos del Mediterráneo, la reconocida percusionista Layne Redmond (Estados Unidos, 1952-2013) publicó su libro When the Drummers Were Women, de 1997, donde recuperaba un tiempo olvidado en el que las mujeres fueron ejecutantes del mentado instrumento. “Las principales ejecutantes”, subrayaba LR, acotando que está práctica se extendió durante al menos 3 mil años en la Antigüedad. “La primera percusionista de cuyo nombre se tiene registro fue una sacerdotisa mesopotámica llamada Lipushiau, que en 2380 a.C. fue jefa espiritual y administrativa de Ekishnugal, el templo más importante de la ciudad-estado Ur, dedicado al dios de la luna, cuyo emblema era un pequeño balag di que se usaba para dirigir el canto litúrgico”, señalaba Redmond. La percusionista destacaba además cómo, “en cada civilización mediterránea antigua que estudié, era una diosa la que había transmitido a la humanidad el don de la música: en Sumeria y Mesopotamia fueron Inanna e Ishtar; en Egipto fue Hathor; en Grecia, la diosa nueves veces llamada Musa”. La inspiración musical, artística y poética surgía, por tanto, de la Divinidad Femenina, y una de las técnicas más socorridas para conectarse con ese poder era, justamente, la percusión.
“El tambor era el medio que utilizaban nuestros antepasados para invocar a la diosa y también el instrumento a través del cual ella les hablaba. La sacerdotisa, a la sazón compositora, tocaba los tambores como intermediaria, se alineaba con los ritmos sagrados”, apuntaba Redmond quien, en su trabajo, también explicaba a qué debemos la exclusión que siguió, en qué momento las mujeres se vieron alejadas de la composición, la enseñanza y la interpretación del tambor (de marco, reiteramos)… Chocolate blanco por la noticia, ¡su dedito acusador apuntaba a la Iglesia Católica!: “El nuevo sacerdocio prohibió las sacerdotisas, los instrumentos y la música asociados con sus ritos. Logró que incluso en contextos seculares empezara a estar mal visto, en particular cuando lo tocaban mujeres”.
Así las cosas, consultada por el NY Times por el creciente interés de chicas estadounidenses por instrumentos de percusión en los 90s, decía la citada especialista que el aumento no se debía a recuperar antiguas tradiciones porque “muchas ni siquiera saben que hay una herencia que reclamar”. Más bien, advertía entonces, “están creando una nueva tradición, a tono con nuestros días, propia, colectiva”. Algo perfectamente aplicable a nuestros pagos en la actualidad, donde cada vez son más las mujeres y disidencias que se cuelgan el tambor. O en honor a la precisión, distintos tambores para diferentes expresiones musicales, que tanto deben a la cultura afrodescendiente. De hecho, según voces especializadas, el origen mismo del instrumento es africano, y se remonta a la Prehistoria.
Las12 conversó con referentes del candombe, con tamboras de batucada y de samba-reggae, en pos de echar luz sobre la carga simbólica del instrumento, y sobre cómo se han ido desarticulando ciertos prejuicios (¡que estábamos faltas de musculatura para hacerlo sonar!, ¡que no íbamos siquiera a poder levantarlo!). También cómo la creciente ola feminista ha sido decisiva para que más y más se arrimen al tambor; entre otras cuestiones. Porque cuando la sociedad impone silencio a las mujeres, es tiempo de hacer más ruido que nunca…
Los sonidos ancestrales del candombe
“Yo te voy a hablar de los tambores del candombe: el chico, el repique y el piano, que representan la vida y la resistencia de una comunidad que fue traída durante el genocidio de la trata esclavista a estos territorios; que representa también la lucha por preservar nuestra cultura y nuestra procedencia. Es lo que nos quedó de nuestros ancestros, que lo practicaban -en comunidad y cuando podían- para conectar con el lugar que les fue arrebatado, al que nunca pudieron regresar. Un momento espiritual, único y seguramente irreproducible, porque no podemos saber a ciencia cierta si hoy día lo tocamos tal cual era”, dice a Las12 Sandra Chagas, negra candombera, activista de derechos humanos afrodescendientes, integrante del Movimiento Afrocultural, referente del grupo LBTQ+ Matambas. “Si nos ubicamos en el espacio-tiempo del Virreinato del Río de la Plata, vemos que quienes lo ejecutaban eran esclavizades y estigmatizades, puestos al servicio del oprobio de la colonia -explica- Por eso es muy triste para quienes venimos de la trata esclavista que quienes toquen un tambor no entiendan su carga ancestral y banalicen nuestra cultura, mientras nosotres vivimos el racismo sistémico, estructural e institucional en este sistema capitalista que se cimentó sobre nuestras cuerpas”.
Destaca Chagas cómo, en una bula papal de 1533, la Iglesia Católica dictaminó “que negras y negros eran animales, y como tales podían ser esclavizados. Si una negra valía más que una vaca era porque podía dar hasta 10 esclavizados más”.
El candombe que conocemos, que se manifiesta en las calles y es señal de protesta –prosigue- tiene su raíz en Montevideo: “Es el afrouruguayo, que ha sido declarado patrimonio de la humanidad, el que visibiliza para el afuera las desigualdades, las inequidades que padecía la comunidad”. El afroargentino, en cambio, estuvo circunscripto al interior de las familias, solo así se pudo preservar, y encuentra diferencias en Capital Federal, en el Litoral, en Córdoba, en Corrientes…
“Muchas personas gozan la algarabía de la expresión cultural, desatendiendo que esa manifestación no abraza en igualdad de oportunidades. No ven que quien ejecuta o danza está en una situación de exclusión, de violencia, de desterritorialización, de precariedad. ¿Cuántas de nuestras juventudes no tienen suficiente dinero para aprender a tocar y caminan al costado del tambor?”, se pregunta.
Samba reggae y samba afro
“Cuando las mujeres dijimos ‘basta’ de los femicidios brutales, quisimos trasladar el reclamo desde el arte a las calles, usando nuestra herramienta -el tambor- para estar presentes. Y la primera vez que acompañamos a Ni Una Menos, éramos 14. Y la segunda, 25. Y en el 3J de 2019 ya éramos 170 las mujeres y disidencias con tambor”, recuerda Tatiana Kawata, de A Swingueira, grupo de samba reggae y samba afro que los pasados días cumplió 5 años. El toque, agrega, siempre es un acto colectivo: “Para un ensamble necesitás de 4 a 6 personas, como mínimo; pero para que tenga impacto sonoro, visual y emocional, cuanta más gente, mejor”.
“Cuando hace más de una década, empecé a formarme en samba reggae y samba afro en Talleres Cafundó, una de las primeras escuelas del género, las bandas eran masculinas o, a lo sumo, mixtas, y siempre el director era un varón. Hoy en día, en cambio, podés encontrar agrupaciones feministas de samba reggae en Rosario, Mendoza, Salta, La Plata, en distintas partes de la Argentina, un espacio que se conquistó con muchísimo laburo. También nuestro rol dio un giro en la propia distribución del bloco: antes teníamos asignado el surdo, ahora también tocamos repique, redoblante, timbal…”
“Somos conscientes de que tocamos ritmos afrodescendientes, que los orígenes de estas músicas en América Latina estuvieron atravesadas por la esclavitud, que tradicionalmente ha sido una manera de la comunidad de poder expresarse y luchar. El samba reggae propiamente dicho, de hecho, nace en Salvador de Bahía, en el carnaval, como género de festejo y celebración, pero con un peso ideológico, político y combativo, en tanto surge en plena dictadura brasilera, en las décadas del 70 y 80. Por eso nos acercamos al tambor desde un lugar de absoluto respeto. No se trata de tocar por tocar”, señala Kawata. Cuenta cómo, pocos años atrás, viajaron a Bahía para charlar con referentes del género, “que nos han abierto los brazos, compartiendo sus verdades con amor y paciencia”. En ese viaje, grabaron La fuerza ancestral, documental que relata la historia del samba reggae en la voz de sus protagonistas, y puede verse en YouTube.
Una de las personas que entrevistaron fue Adriana Portela, de la Banda Didá, la primera conductora de un bloco-afro en la historia de Salvador (que alguna vez dijera que si ellas lograron desmoronar los mitos sobre las mujeres al tambor, fue “por el poder del útero”). “Adriana nos contó cómo, a principios de los 90s, ellas subían al escenario y los tipos les gritaban que fueran a sus casas a limpiar, a cocinar, a lavar la ropa. Pero que ni bien las escuchaban tocar, quedaban de cara: no podían creer lo bien que sonaban”.
Batucada feminista
“El tambor es una herramienta contundente, que llama la atención y que hay que poner a disposición. Ver a 30 mujeres y disidencias con un tambor colgado es, de por sí, impactante”, dice La Tingui, cofundadora de Talleres Batuka, espacio creado en 2014, advirtiendo que el mero gesto ya es un discurso de rítmica y de poderío. Y suma que, sin lugar a dudas, “la presencia de pibas empoderadas en la calle hizo que otras empezaran a acercarse al instrumento: para tocar como forma de lucha, para visibilizar causas que nos atraviesan, para manifestarse a través del tambor. Y porque en ese momento ritual, de entrar en comunión, se nota la sororidad, el cariño entre nosotres. Incluso quienes accionamos tambores estamos cada vez más abiertes a encontrarnos con otros blocos cuando compartimos intenciones, algo que antes rara vez pasaba”.
“Cuando con Noe Ledesma empezamos a pensar el proyecto Talleres Batuka fue por el gusto a la percusión, pero en el medio nos cruzó la crecida del feminismo y dejamos de concebir la escuela en sentido tradicional, como un lugar al que vas hora y media por semana y te volvés a tu casa", se explaya La Tingui. “Si venís a los talleres, obviamente vas a aprender distintos toques, pasar por diferentes tambores, pero además está la otra pata, la de la militancia. En esa línea, hemos organizado charlas con personas que nos representan, como Gabriela Mansilla de Infancias Libres o la karateka trans Vivian González”.
Recuerda además que una de las primeras fechas fuertes de Batuka “fue el 3 de junio de 2015, el primer Ni Una Menos, y eso indudablemente nos marcó como mujeres con tambores”. “A partir de ese momento, empezamos a interiorizarnos y a vincularnos aún más con otras luchas, a movernos en el ámbito de las disidencias, a la par que el tambor -que siempre había sido del plano de lo masculino- empezaba a ocupar otra dimensión en el espacio público con más mujeres tocando, copando las calles”.
“Para nosotres en estos últimos años, y dentro del ámbito de la batucada, se resignificó el hecho artístico: se trata menos de mostrar virtuosismo con -por ejemplo- un repique, y más acerca de estar a disposición del movimiento feminista, que está transformando estos espacios”.
Talleres Batuka participa hoy viernes, a partir de las 18 hs, de Abasto Abierto, organizado por el Batacazo Cultural.