Los testimonios de los análisis suelen ser el producto de un intenso trabajo realizado durante un largo tiempo, sin embargo presentan el encanto de la simpleza que se gana en ese recorrido. Se transforman en piezas únicas donde cada analista pone en juego su estilo.

Nadie es más indicado para transmitir los efectos que un análisis puede tener en un sujeto, que quien ha vivido esa aventura.

Angélica muestra ese recorrido de manera precisa y, en pocas páginas, nos presenta su análisis permitiéndonos ver claramente cuál es la lógica que extrajo del mismo.

Escribe sobre cómo logró cernir lo real de la experiencia, denotando los significantes con los que su inconsciente jugó su partida. Podemos constatar aquellos que fueron cayendo a lo largo de su análisis y que la determinaron como sujeto, así como cuestiones extraídas de su novela familiar, el “tira y afloje” en su dialéctica con el Otro, hasta lograr la extracción de un significante con cierto carácter neológico.

Entre muchas cuestiones interesantes, nos plantea cómo, simultáneamente, mientras construye el fantasma, iba formalizando el síntoma.

Los fenómenos del cuerpo son desgranados en el análisis. Lo que suponía del Otro, que le daban la espalda, mostró su reverso logrando una implicación subjetiva: era ella la que daba la espalda.

El atravesamiento de una dolorosa pérdida, la puesta en cuestión de identificaciones contrariadas, la falta de docilidad para ser síntoma de un hombre, son algunas de las cuestiones tamizadas en el análisis.

Angélica se empeña en algo distinto a lo que su programa de goce la empujaba. Ella quería saber, por más que el saber hubiera sido enterrado, por más que le retacearan información.

De encontrar un complemento en el Otro pasó a encontrar un vacío real. Recortó el objeto voz, donde también emergió el vacío. Evoca al respecto la pintura de Magritte “La voz del aire”.

Luego de resolver el embrollo de identificaciones viriles, logró extraer una letra de goce que, partiendo de una identificación paterna, termina penetrando en un más allá del Edipo.

El amor al padre le proporcionaba un armazón y cierta estabilidad, pero no le permitía experimentar un cuerpo femenino. Era una defensa frente a lo real del goce. Finalmente logra un arreglo diferente. Resulta muy interesante cómo muestra su pasaje del goce fálico a un goce suplementario, que si bien no encuentra un alojamiento en el significante, lo contornea. Acepta que un hombre la ponga en lugar de objeto, se deja agarrar más, pero además amarra, puede funcionar como síntoma de un hombre. El acceso al goce fálico fue la apertura al goce suplementario. Un sonido que vibra en todo el cuerpo. No es una cuestión de gradación, sino un cambio cualitativo.

El síntoma procuró atrapar el goce por la castración. Pero queda un resto en la vertiente del no todo. Una suerte de ronroneo.

Angélica nos dice: “Al final uno se separa de la historia, toca un real, y es la confrontación con el resto lógico de la cura que se intenta transmitir”. Logra hacerlo de manera directa. Y con el ronroneo.

En un excelente prólogo Guy Briole nos propone las claves para leer este texto: “sensibles a la demostración y abiertos a la sorpresa”. Son claves preciosas para leer lo que sucede cuando alguien nos relata su propio análisis. Dejarse sorprender, también, es una clave para leer la vida.

*Miembro EOL y AMP. Publicado por Nuestros Lectores de Gramma.