Desde Rojas
Poco después del mediodía del miércoles comenzaron a llegar las primeras personas a la vereda de la casa de servicios fúnebres, ubicada en la calle Alvear 589, de la ciudad de Rojas. Son casi todas jóvenes, y en sus ojos se nota que han llorado. La congoja en sus rostros, expresa la tristeza y el profundo desconcierto provocado por el femicidio de Ursula Bahillo.
Hay sol en la vereda, y por momentos llueve en la ciudad de edificios centenarios. En la vereda angosta, las amigas llegan en grupos. Sofía, Sol y Constanza. Micaela y su mamá. Brenda y su novio Martín. Se miran, se conocen “de siempre”, dicen. “De vernos todos los días”, agregan, porque algunos no eran amigos, explican, pero añaden: “En Rojas todos nos conocemos”. Están recostadas sobre las paredes viejas, sentadas en el cordón de la vereda. No hablan, no conversan. El desasosiego marca en sus miradas la pena, y ronda entre los cuerpos que apenas se mueven. Están consternados y a la espera. Esperan la llegada de los restos de Úrsula, la joven que a los 18 años y luego de haber radicado 18 denuncias en la comisaría local, murió asesinada, el lunes por la noche. Su ex pareja, el oficial de Policía Matías Martínez, había llamado a su tío Antonio Luna, ese lunes, después de las 20.30, para decirle que fuera a buscarlo al paraje Guido Spano donde, al llegar, Luna y efectivos de la policía local encontraron el cuerpo de la joven, apuñalado, y en el coche de Martínez, un cuchillo con manchas de sangre.
Poco después de las 14, la ambulancia llega desde la morgue de Junín y hace su entrada a la casa de servicios fúnebres. Le siguen los coches particulares de la familia Bahillo: Patricia y Alfonso, los padres de Patricia y familiares cercanos.
Brenda Tala ve entrar el féretro y llora, en silencio, pero angustiadamente. Sus lágrimas ruedan por sus mejillas. Está con su novio, Martín Rodríguez. Brenda tiene 20 años y era amiga de Ursula. Se enteraron del femicidio esa misma noche, como casi todos en Rojas. Se enteraron “por las redes”, cuentan. Y se acercaron a la comisaría “como todo el pueblo, para pedir justicia” detalla Martín. “Sabíamos lo que pasaba, la última vez que la vi, te dabas cuenta que andaba con miedo y triste, y ella había pedido ayuda, pero ellos no pusieron voluntad”, lamenta Brenda. “Con todas las pruebas que tenían, no pusieron voluntad”, insiste, habla de la policía local, de “la justicia”, dice, y llora. “No me da el corazón para entrar” explica, cuando la fila avanza, y ella no. Prefiere ver desde la vereda frente a la casa como la fila de dolientes sigue y crece.
“Ursula va a ser una mártir”. La afirmación encierra convicción y una certera mirada sobre lo que se vive en estos días en la ciudad. Lo dice Micaela Miranda a Página/12. Es una de “las mejores amigas de Ursula”. Se conocían de niñas, cuenta. Y entre el desconcierto ante esa muerte relata sobre los últimos encuentros en los que la vio “distante, como si estuviera ida”. La última noticia que tuvo fue por otra amiga, Milagros, “que la vio en la moto, Ursula estaba en la moto --aclara--, y hablaba con el novio que estaba en el coche”, señala, por Martínez. El relato luego combina denuncia policial de Milagros y su novio Emilio por el temor de Ursula a volver a la comisaría donde “no le daban bolilla”.
La fila de personas que aguardan para entrar no se mueve cuando la lluvia torrencial moja la siesta rojense. Son pocos minutos, pero intensos. La fila se mantiene. Ingresan de a tres personas por “protocolo covid”. Primero las amigas, que salen desconsoladas luego de esa despedida. Pero luego llega gente del pueblo, que no la conocía. “Por solidaridad”, explica Cecilia, una enfermera del hospital de Pergamino. Vino con una colega del San José donde estuvo internado Martínez.
Entre sus antecedentes, hay dos relaciones con la matriz del patriarcado ahogando la voluntad de las mujeres, una de ellas es Belén Miranda, que se acerca al lugar con un ramo de flores en sus manos, y llora cuando cuenta que Martínez la amenazaba y que ahora se anima a contarlo porque está detenido. Y llora más cuando habla de Ursula, porque sabía que “la amenazaba”.
En Rojas, el femicidio de Ursula abrió el camino para otras denuncias, públicas. Augusto y Lucas son periodistas y explican que en la marcha del martes “hubo gente que aprovechó la presencia de medios nacionales para hacer otras denuncias, para contar otros casos”. Los sorprende lo ocurrido pero no la conmoción que provocó en la ciudad que ha decretado tres días de duelo. “Somos solidarios, y nos conocemos todos”, detallan. La frase no parece un slogan. En la fila, Augustín y Nicolás explican que no la conocían personalmente. Pero están ahí “porque nadie hizo nada para frenarlo”. Hablan de Martínez. “Sabíamos que era loco, pero no como para llegar a esto”, señala Agustín. “Es por la negligencia del fiscal, de los jueces y de los policías” añade Nicolás.
La gente sigue llegando, y la fila se mantiene hasta las 18 horas en que termina el oficio que conmueve a la ciudad. A esa hora, el féretro de Úrsula es retirado y el cortejo fúnebre se dirige a la Iglesia, pero antes, Patricia Nassutti, su madre, agradece a los vecinos que la acompañan, y a los medios que “hacen que esto se conozca”. Sus palabras son claras, habla con firmeza. “Soy un roble –dice--, y voy a pedir justicia hasta lograrlo. Tardé diez años en tener a mi hija, esto no me va a doblegar”, sostiene, recordando los diez años de tratamientos de fertilidad por los que tuvo que atravesar para tener a su hija. Alfonso, el padre, prefirió no hablar. Pero ambos llevaban el féretro de su única hija, a la salida de la Iglesia, cuando una multitud reunida en la plaza de la ciudad cerró con un aplauso cerrado que duró casi media hora, la jornada con la que la ciudad despedía a la joven Úrsula Bahillo.