En los últimos años Bill Gates, cofundador de Microsoft, dejó de ser simplemente uno de los hombres más ricos del mundo para transformarse a los ojos de los medios que lo citan con creciente frecuencia en una suerte de experto todo terreno para el que ningún tema es ajeno: habla de energía verde o prevención de pandemias como quién está en una misión humanitaria.
Sin embargo, al acercar la lupa a su historia y su presente, su nueva reputación parece una fachada de relaciones públicas que filantropía desinteresada.
Apropiación intelectual
En enero de 1976, Bill Gates, por entonces de 21 años, publicó una Carta abierta a los hobbystas donde pedía que no se usen más sus desarrollos protegidos por copyright. Junto a Paul Allen acababan de vender un interpretador del lenguaje BASIC desarrollado especialmente para unas computadoras de baja potencia, las Altair 8080, que prometían popularizarse.
Gates y Allen metieron su versión en un pequeño procesador de 4k con éxito y mucho trabajo. Miles de personas comenzaron a utilizarlo, mayormente hackers, pero no todos pagaban la licencia, algo que frustró a Gates: de ahí su carta.
Lo que no decía allí es que el BASIC original era un desarrollo libre de la Universidad de Darmouth para fines educativos. También se acusó a Gates y Allen de desarrollar el software para beneficio privado con una computadora donada por el Ministerio de Defensa a la Universidad de Harvard, donde estudiaban. El trabajo debió seguir en una computadora alquilada.
Gates iniciaba entonces un camino que luego seguiría la mayor parte de las empresas de tecnología: aprovechar recursos comunes, subsidios del Estado y la investigación básica financiada con impuestos para sentar las bases de sus propias fortunas, como bien explica Mariana Mazzucatto.
Imagen
Microsoft se esforzó por ser pionera en un incipiente mercado de software para computadoras personales que los grandes jugadores, como IBM, no supieron visualizar a tiempo.
En los 90’ la posición dominante de Windows permitió a Microsoft utilizar el sistema operativo como base para imponer otros productos de la casa, como ocurrió con el navegador Explorer por sobre el, hasta entonces, más popular Netscape.
La lógica comercial es similar a, por ejemplo, lo que hacen Google o Apple con sus propias aplicaciones en Android o iOS respectivamente. En 2001 Microsoft perdió un juicio por prácticas monopólicas al poner barreras en el Windows contra productos que compitieran con los propios.
La imagen de Gates quedó dañada y no colaboró con ella la biografía escrita por su exsocio Paul Allen, quien lo describe como un egoísta hipercompetitivo y sin escrúpulos.
Lavarse la cara
En 2008 Bill Gates anunció que dejaría Microsoft para dedicarse a tiempo completo a la Bill & Melinda Gates Foundation en la que aplicaría un enfoque de capitalismo creativo. Recordemos que en los Estados Unidos, como en otros países, las fundaciones permiten reducir las contribuciones impositivas sustancialmente.
En marzo del año pasado la revista The Nation investigó cerca de 19.000 operaciones de la Fundación de los últimos veinte años para descubrir que cerca de "2000 millones de dólares de donaciones caritativas eximidas de impuestos fueron destinadas a empresas privadas". Entre ellas se cuenta multinacionales como Merck, Novartis, GlaxoSmithKline, Vodafone, Sanofi, Ericsson, LG o Medtronic en las que la Fundación misma tiene acciones y bonos.
Además, cerca de 250 millones de dólares fueron directamente a empresas de medios, pero no a pequeñas radios o publicaciones independientes, sino a grandes cadenas como la NBC Universal Media. De hecho, La fundación entregó 2 millones de dólares para promocionar un documental de David Guggenheim quien el año pasado presentó el celebratorio Inside Bill’s brain (disponible en Netflix), que ignora los aspectos más controvertidos del protagonista.
El hecho de que varias de las empresas que reciben sus donaciones sean laboratorios no dificulta que Gates opine con aires de neutralidad sobre la pandemia. Recientemente algunos medios recordaron que la Universidad de Oxford prometió en abril de 2020 liberar las patentes de sus desarrollos contra la covid-19 de manera gratuita. De esta manera cualquier laboratorio del mundo podría, por ejemplo, producir la vacuna.
Sin embargo, algunas semanas después, siguiendo el consejo de Bill Gates, Oxford cerró un trato de exclusividad con AstraZeneca, pese a que buena parte de la investigación había sido financiada con fondos públicos. El laboratorio no está pudiendo cumplir siquiera con los contratos que ya tiene firmados algo que presiona aún más sobre el precio.
Estos y otros ejemplos explican que los nuevos tecno-superricos miren la senda que Gates les marca: de joven genio y disruptivo pasó a cuestionado Barón de la tecnología, para llegar a gurú "desinteresado".
Otro ejemplo es el cuestionado Jeff Bezos, quien promete donaciones de apariencia astronómica pero que representan un porcentaje menor de la inversión del Estado para sostener sistemas educativos o de salud.
Esta filantropía emprendedora suele celebrarse en lugar de generar una pregunta obvia: ¿por qué dejar en decisiones privadas el destino de dinero que, en caso de haberse pagado como impuesto, podría haber sido gestionado democráticamente?