Seguramente mi formación humanista debe ser un obstáculo insuperable para comprender la lógica de funcionamiento de las grandes burocracias. Digo esto sin la menor intención peyorativa sino en el más estricto sentido weberiano del término según el cual aquéllas representan la forma óptima de organización de grandes conjuntos humanos a la hora de administrar una empresa, una gran y compleja institución, o gobernar una ciudad o una nación. Óptima porque la claridad de las jerarquías y las líneas de mando, la adecuada división funcional de tareas, la eficiencia en la adquisición y almacenamiento de las informaciones relevantes y el proceso estandardizado de toma de decisiones aseguran la previsibilidad de su actuación y una respuesta veloz y eficaz ante los desafíos que plantean ciertas situaciones de la vida social, como una pandemia. Claro que a Max Weber, mente brillante si las hubo, no se le escapaba que la burocracia podría, bajo ciertas circunstancias, degenerar en “burocratismo” y convertirse en una “jaula de hierro” incapaz de operar con eficiencia y producir los resultados esperados por la sociedad.

Eso es precisamente lo que está ocurriendo en la ciudad de Buenos Aires. Debido a mi edad formo parte del atribulado grupo de ciudadanos que por haber nacido hace bastante tiempo hemos sido clasificados en la poco promisoria categoría de “población de riesgo.” El gobierno de la ciudad tiene una sección en su página web destinada a instruirnos cómo minimizar ese riesgo, es decir, ser vacunados. (https://www.buenosaires.gob.ar/coronavirus/vacunacion-covid-19/adultos-mayores-de-70)

En dicha página se nos explica cómo sacar un turno y se identifican los veintisiete centros de vacunación pública y sus respectivas localizaciones. Pero, para desazón de los esperanzados, el empadronamiento y registro de cada persona que va a aplicarse el primer componente de la vacuna sólo comenzará … ¡cuando se conozca el número exacto de vacunas disponibles para los habitantes de esta sufrida ciudad de Buenos Aires! Ante tamaño disparate, ¿por qué no ganar tiempo y comenzar con el empadronamiento ya mismo, para que, una vez conocida la cantidad de vacunas disponibles cada uno de los centros de vacunación pública tengan ya en su poder la lista de adultos mayores que viven en sus cercanías y aspiran a ser vacunados? ¿Por qué iniciar esta tarea, que es previa e indispensable, sólo una vez que se conozca el número exacto de vacunas disponibles? ¿Cuál es la lógica de esa absurda secuencia decisional? No hay respuesta de las autoridades ante tan elemental pregunta. Habría, eso sí, algunas hipótesis que me animo a compartir con los lectores: (a) burocratismo y falta de profesionalismo de la administración municipal; (b) desinterés por la salud y la sobrevivencia de una población de alto riesgo cuya atención recarga el presupuesto de la ciudad; (c) un perverso (y estúpido) cálculo electoral especulando con los réditos que el malhumor social puede ofrecer el campo de la oposición. Dejo a los lectores decidir cuál de estas hipótesis reúne mayores méritos, si es que tiene alguno.