Martín Miguel de Güemes reune originalidades en su historia. Encabezó, siendo apenas un cadete, el extraordinario abordaje a un buque por una agrupación de caballería. Fue el 12 de agosto de 1806, durante las invasiones inglesas. La acción fue ayudada por una bajante súbita del río, pero eso no le quita brillo y lo hizo destacar, tanto aquí como en Gran Bretaña, donde fue calificada como un "fenónemo en los acontecimientos militares" por el capitán Alejandro Gillespie, en una publicación que en Argentina se difundió en 1921 con el título "Buenos Aires y el interior", citada en Güemes documentado, de autoría de Luis Güemes, descendiente del héroe.
A la edad de 30 años Martín Güemes ya era un jefe reconocido que había librado batallas victoriosas en el territorio que se extiende desde Salta al norte hasta Tarija, un estratega militar y político de fuste, que se ganaba la admiración de sus tropas con acciones en todos los escenarios de la lucha de aquellos años, la bélica y la política. De manera proporcional, se había ganado también el odio de otros jefes y conciudadanos con intereses más personales.
Fue el primer gobernador de Salta. Gobernó la provincia seis años, en los que no cejó en la lucha por la independencia del país naciente, y tampoco cedió en la pelea por una patria justa, sin ciudadanos de segunda. Unos lo amaron por esto, y otros lo odiaron.
En abril de 1818 Güemes provocó un sacudón político dentro y fuera del territorio norteño al emitir un bando en el que otorgó fuero militar a perpetuidad a los gauchos, reparando de esta manera una acción del gobierno central, que había extendido el fuero militar dejando fuera de ese beneficio a las milicias provinciales. "Debía de mandar, y mando, que todos los gauchos alistados en los respectivos Escuadrones, y la tropa no sólo gozan y eternamente han de gozar del fuero militar, sino de cuantos privilegios estén en las facilidades del Gobierno Supremo, quien se interesa en tan justa agradecida recompensa", decretó el gobernador de Salta, añadiendo otro motivo para el amor, y para el odio: mientras estuvieran bajo bandera, los gauchos estaban exceptuados de pagar arriendo a sus patrones, con lo que la medida dejó a los finqueros sin mano de obra esclava o semiesclava.
Güemes fue también uno de los primeros gobernantes argentinos en sufrir un golpe a la institucionalidad. Y fue asesinado con la colaboración entusiasta de sus propios comprovincianos, y su propia clase, la de los pudientes.
En mayo de 1821 el Cabildo de Salta aprovechó una ausencia del gobernador para destituirlo de su cargo. Los golpistas habían creado el partido Patria Nueva (en oposición a "lo viejo" que representaba, según ellos, Güemes). Con precisión descriptiva, esa acción fue llamada "Revolución del Comercio", porque esa era la motivación principal de los señoritos que querían echar a Güemes, los empréstitos que exigía para sotener la guerra independentista y las dificultades para comerciar que provocaba el enfrentamiento con los colonizadores.
A Güemes, que estaba atendiendo conflictos en el sur, le bastó regresar a la ciudad para empoderarse nuevamente. Entonces pronunció un discurso, dirigido a los gauchos soldados, que deja claro quiénes eran sus enemigos internos, y que bien podría aplicarse a otros momentos de la historia nacional y provincial:
“Por estar a vuestro lado me odian los decentes; por sacarles cuatro reales para que vosotros defendáis su propia libertad dando la vida por la patria. Y os odian a vosotros, porque, os ven resueltos a no ser más humillados y esclavizados por ellos. Todos somos libres, tenemos iguales derechos, como hijos de la misma patria que hemos arrancado del yugo español. ¡Soldados de la patria, ha llegado el momento de que seáis libres y de que caigan para siempre vuestros opresores!”
Ya se sabe que finalmente, apenas días después, los enemigos de Güemes lograron desalojarlo de la gobernación, y de su lucha, más amplia que la resistencia a los realistas. En Güemes documentado, Luis Güemes revela que los comerciantes de Salta, los mismos de la "revolución", hicieron una vaquita de cinco mil pesos para que el también comerciante Mariano Benítez, a quien pocos días antes el héroe había perdonado la vida, alcanzara a José María “Barbarucho” Valdez y lo ayudara a matar al gobernador patriota. Valdez estaba a las órdenes del general Pedro Antonio Olañeta, jefe del Ejército Realista del Alto Perú.
El mismo 7 de junio de 1821, día en que Güemes, fue herido de muerte, los españoles entraron a la ciudad de Salta. El Cabildo se disolvió y la gobernación pasó a manos de los españoles.
El huevo de la serpiente se empollaba fronteras adentro (con ayuda exterior), como ocurrió en los años por venir.
Güemes sabía de esta posibilidad, tenía conciencia de la labilidad de algunos "patriotas", los había descripto años antes, el 23 de febrero de 1815 exactamente, en una proclama dada tras llegar a la ciudad de Salta con su Cuerpo Militar de los Paisanos de la Campaña, a quienes había sacado del Ejército del Norte luego de que el jefe, José Rondeau, lo destituyera como jefe de la vanguardia de la lucha contra los realistas.
Güemes lanzó entonces una proclama, en la que habló de "neutrales y egoístas": "Vosotros sois mucho más criminales que los enemigos dispuestos a servir al vencedor de esta lid. Sois unos fiscales encapados y unos zorros pérfidos en quienes se ve extinguida la caridad, la religión, el honor y la luz de la justicia", les dijo en palabras que guardan una rigurosa actualidad.
Eran expresiones dirigidas al directorio en Buenos Aires, entre ellos Rondeau, pero también eran extensibles a otros muchos que estaban dispuestos a hacer arreglos con los españoles y hasta a sacrificar algún territorio alejado, como Salta, en pos de mantener las buenas relaciones con los invasores.
"Secuaces de los tiranos: vuestra soberbia os precipita. Advertid que las dieciocho provincias de esta América del Sud que sacuden la opresión, no las podrá ultrajar vuestra impotencia, ni serán duraderas las tramoyas y seducciones de que os valéis", les dijo.
También les recriminó su falta de compromiso con este suelo que habían elegido para establecerse con sus familias: "Tenéis tiempo para arrepentiros, pero sea con operaciones, que inclinen a la confianza. Neutrales y egoístas: la sociedad americana de que no sois parte integrante, sino una perversa cizaña, la tenéis irritada. Os conocen y no podréis engañar. Estáis embarcadas en la nave de esta revolución y no os fascináis. Reformad vuestra conducta e incorporaos con vuestros hermanos".
Ese Güemes, que había sacrificado fortuna personal y halagos en pos de su convicción libertaria, que había puesto su vida al servicio de esa labor, era sin duda un hombre más cercano a las descripciones apasionadas de Juana Manuela Gorriti que a la de los remanidos discursos de los homenajes que se repiten año a año, pintando un héroe despojado de aquellas cualidades tan humanas, de sus convicciones, que lo ubicaban indubitablemente en un lugar distinto al de sus adversarios, cuyo pensamiento también es reconocible en expresiones actuales, como la de los señores que dicen ser "el campo" y se quejan porque se les pide que ganen un poco menos para ayudar a sostener a los que menos tienen.
Pasó mucho tiempo hasta que las clases adineradas pudieron digerir a Güemes. Y para ello suavizaron sus ideas y rescataron casi únicamente lo pintoresco. Güemes fue –es- mucho más. El solo hecho de morir por sus convicciones lo diferencia de sus enemigos: “He jurado defender la independencia de América y sellarla con mi sangre. Estamos dispuestos a morir primero que sufrir por segunda vez una dominación odiosa, tiránica y execrable”, había dicho.
Güemes, el real, estaba profundamente ideologizado (en los términos actuales), buscaba la independencia de España como el medio para poner en práctica un nuevo proyecto político. Ese pensamiento lo enfrentaba no solo con los realistas, sino también con la dirigencia conservadora de Buenos Aires y la clase pudiente de la provincia.
Por eso la muerte de Güemes no fue solo obra de los realistas. El “Barbarucho” Valdez fue el ejecutor de un acto premeditado por una asociación ilícita que contó con muchos otros partícipes, que hasta pagaron con tal de ver muerto al “monstruo”, al "abominable" Güemes, como lo calificaban. Su monstruosidad consistía en cobrarles impuestos para sostener la guerra independentista a la par que proclamaba que “todos tenemos iguales derechos”.