En retirada y después de zafar del juicio político, Donald Trump volvió a su hábitat natural: la mansión de 126 habitaciones en el club social Mar-a-Lago de Palm Beach. Eligió estar entre los suyos. A hora y media de auto hacia el norte de Miami. No es porque viviera mal en su suntuoso departamento de Manhattan, que ocupa los últimos tres pisos de la Trump Tower. Tenía otra razón de peso. En el estado de Florida paga menos impuestos que en Nueva York. El expresidente de EE.UU siempre evitó tributar de acuerdo a su enorme patrimonio. En 2016, cuando ganó las elecciones, su aporte al fisco fueron solo 750 dólares. En esa misma residencia recibió a Xi Jinping cuando trabajaba en la Casa Blanca. La frecuenta desde 1985 cuando la adquirió en 10 millones de dólares.
En la década del ’90 adujo que no podía costear su mantenimiento – 3 millones de dólares anuales – y acordó con el ayuntamiento que allí funcionaría un exclusivo club de 7 hectáreas. A cambio, su palacete no debería usarlo nadie como vivienda fija y sí por períodos alternados de una semana. El magnate acaba de violar esa regla ahora que regresó. Se instaló para seguir su vida mientras comenzaba el impeachment. Palm Beach es un reducto donde sus seguidores son mayoría. Quienes lo cuestionan fueron a la Justicia y pretenden sacarlo de Mar-a-Lago como lo sacaron con el voto 81,2 millones de estadounidenes de Washington DC.
Trump no gozará de una vida tranquila en el llano. Pero tampoco dejará que la tengan los demás. Su naturaleza narcisista no se lo permite. Suele ser un factor de discordia permanente en la población. Polarizó al país porque sacó 74,2 millones de votos, un caudal electoral que hará valer.
Es muy ilustrativa de ese perfil megalómano su historia de emprendedor inmobiliario. Siempre levantó torres suntuosas a las que les puso su nombre. También compró o construyó lujosos hoteles. El viejo Plaza de Nueva York lo adquirió en 1988. Dos años después inauguraba el Taj Mahal, una Torre de Babel que incluía casino, restoranes y un estadio de boxeo en Atlantic City, Nueva Yersey. Siempre se valió de sus conexiones con los poderes locales y de abogados influyentes para amasar su fortuna. Pero entre todos, Roy Cohn fue un personaje clave, primero en su ascenso económico y después en la política. Su vida está resumida en la miniserie Trump producida en cuatro capítulos por Netflix.
Cohn fue el fiscal que llevó la acusación en el juicio a los esposos Ethel y Julius Rosenberg, ejecutados en la silla eléctrica en 1953 por espionaje. Ese caso resonante que terminó con la vida del matrimonio acusado de entregarle secretos atómicos –nunca probados - a la Unión Soviética, lo llevó a trabajar con Joseph McCarthy en el Subcomité del Senado. Desde ahí persiguió con saña a supuestos comunistas y tiempo después se dedicó a defender mafiosos. Cuando conoció a Trump, se transformó en su asesor y amigo hasta que murió de sida en 1986. El expresidente aprendió de él su estilo agresivo para litigar y su falta de escrúpulos. Poco antes de morir, perdió su condición de letrado. Le prohibieron ejercer la profesión por hacerle firmar a un millonario moribundo que sería el albacea de sus bienes.
Hoy Trump tiene otros abogados: David Schoen y Bruce L. Castor. Son quienes lo defendieron en el impeachment del Senado donde salió airoso porque los demócratas no consiguieron los dos tercios para juzgarlo por el asalto al Capitolio. Esa instancia terminó el sábado pasado con su absolución por “incitación a la insurrección”, pero también con la ruptura de la paridad en la Cámara Alta. Siete republicanos se sumaron a los cincuenta demócratas para condenarlo. No les alcanzó. El magnate siguió el juicio desde Palm Beach.
Mar-a-Lago, con un campo de golf, pileta y spa que Trump no puede utilizar con exclusividad, está separada del continente por el lago Worth. No es sencillo llegar ni siquiera cerca de la edificación estilo español que ahora ocupa el expresidente. En una extensa nota de BBC Mundo publicada por Beatriz Diez, se cita el testimonio de Mack Bernard, comisionado del condado de Palm Beach para el distrito 7, en el que se ubica la mansión. “He recibido correos y llamadas de residentes que no quieren que el presidente viva en el condado de Palm Beach”, cuenta.
En el mismo artículo su autora menciona al periodista Ron Kessler, quien coincide con Trump en la descripción del entorno de Mar-a-Lago: “Cualquiera que está allí queda deslumbrado por la belleza, el follaje, el agua a los dos lados de la isla, el beach club que está en el océano, las dos piscinas climatizadas a unos 25 grados todo el año, la comida, las bebidas… es espectacular, una maravilla” cuenta el autor del libro “En el servicio secreto del presidente”, un especialista en el tema de espionaje.
El resort esta rodeado por un despliegue de seguridad como el que se brinda a los expresidentes. Los 11 mil habitantes fijos de Palm Beach – que se triplican en el verano – se mantienen alertas al desenlace del litigio entre Trump y quienes pretenden desalojarlo. La prensa de EE.UU publicó que se definirá en abril próximo.
Si hay algo que sobra en Palm Beach es dinero. Por eso la llaman la ciudad de las donaciones. Se mueve al ritmo de las organizaciones caritativas que programan bailes para juntar fondos. Esa oligarquía tiene demasiado tiempo libre como el nuevo vecino que pretende quedarse. Su equipo de prensa difundió un comunicado que dice: “No hay un documento o acuerdo en vigor que prohíba al presidente Trump usar Mar-a-Lago como su residencia”. Los vecinos agrupados en “Preserve Palm Beach” no piensan lo mismo.
El magnate casi nunca se ajustó a derecho en las operaciones inmobiliarias que emprendió durante su vida. Se endeudó y no pagó los créditos que recibía, apeló a quiebras simuladas para beneficiarse, dejó a proveedores sin cobrar por sus servicios – como en el Taj Mahal - e incluso hasta demandó a alcaldes y gobernadores para conseguir beneficios impositivos. Después de que empezara la pandemia, la corporación Trump - mientras éste ejercía el gobierno -, cerró el campo de golf de Mar-a-Lago, recortó personal y servicios en Nueva York, Washington y hasta en Vancouver, Canadá, donde explotaba trabajadores indocumentados. Unos 1.500 fueron echados a la calle o suspendidos hace casi un año, en febrero de 2020.
Ahora Trump ha retornado, abrió una oficina en Palm Beach desde la que un equipo manejará su comunicación y como dijo tras su derrota electoral el 3 de noviembre “volveré de alguna forma”. Una pretensión que no debería desatenderse a riesgo de que repita su mudanza en sentido inverso. Desde el palacio de Mar-a-Lago a la Casa Blanca. El frustrado impeachment le dejó una vida política más.