Estas reflexiones no parten de una concepción purista y académica de la lengua, cuyo uso y función social deviene en cambio constante, como aclaro más adelante, sino de la consideración de la lengua como medio de comunicación y constitutiva de la subjetividad de los hablantes. Los discursos hegemónicos tienden a la despersonalización y a menudo a la irracionalidad y falta de crítica y promueven la construcción de sujetos condicionados por el mercado y los intereses del capitalismo actual, incapaces de respetar un acuerdo civilizatorio. Sabemos que los idiomas se transforman, mutan. Pensemos en la lingüística diacrónica o histórica que estudia la evolución de las lenguas a lo largo del tiempo y las generaciones: la evolución del indoeuropeo del que surgirán las lenguas celtas, itálicas, germánicas, griegas y sus ramificaciones latinas, persas, eslavas, escandinavas, etcétera. Así, el latín vulgar dio origen a las lenguas románicas como el castellano, portugués, francés, italiano, provenzal, catalán, gallego, etcétera. Pero lo que ocurre en la actualidad va más allá de los cambios lingüísticos y atañe a las estructuras lógicas del pensamiento, a la cuestión del otro (el semejante) y del Otro (la cultura). ¿Estaremos en los umbrales de un gran silencio, de un no decir, de la incomunicación total? ¿Estaremos ante la visión de una realidad que se tornará delirante por la falta de la necesaria adecuación social del lenguaje?

No puede desconocerse el papel que desempeñan los medios masivos de comunicación en la constitución de los sujetos contemporáneos, determinando, transmitiendo, construyendo desde su propia ideología o desde su pretendida desideologización. Desde ese lugar de poder, los medios hegemónicos descuidan ya de modo patológico el uso del lenguaje. Sabemos que la lengua como sistema se actualiza en el habla de los usuarios, pero ese uso no puede alejarse de los acuerdos sociales pues surgen la incomunicación y la disgregación. La pronunciación defectuosa, la semántica equivocada, la sintaxis confusa conllevan algo más que una deficiencia idiomática, muestran una dificultad en la construcción lógica. Efectivamente, la lógica del lenguaje y el razonamiento se extravían en los corredores del uso indiscriminado y, en muchos casos, avieso de la lengua, como en el que realizan muchos mal llamados “comunicadores” de los medios dominantes. En medio de esta pandemia inédita y de un momento histórico y social tenso, hemos escuchado decir en medios televisivos y radiales : “este ambulancia”, en lugar de “esta ambulancia”, “nos arrancan personas queridas”, en lugar de “nos arrancan a personas queridas” (la palabra persona se refiere a sujetos humanos, por lo tanto debe llevar la preposición “a”), y neologismos inusitados como “simbológicamente”, donde sin razón alguna se agregan sílabas (en la versificación clásica sería la licencia llamada epéntesis para agregar sílabas al verso) o se dice sin lógica y adecuación con el referente: “Se llevó a cabo una explosión”… Expresiones confusas como “el gobernador fue incipiente” o “el asesinato a Fernando” (calco sobre “la agresión a Fernando”), en lugar de “el asesinato de Fernando”. Pero lo más grave es la elipsis y la distorsión de sentido en los titulares y noticias de la prensa escrita y oral que juega con la anfibología y la omisión. La lógica del pensamiento y la comunicación se resienten: se torna sujetos a meros objetos, la causalidad se confunde, los determinantes aparecen como determinados, de tal modo que las funciones del razonamiento se debilitan. La ausencia de nexos lógicos, causales, consecutivos, neologismos caprichosos, creados por el mercado y la comunicación masiva en el plano semántico (“comprar un noticia”, “oferta educativa”, “consumir cultura”) provocan una mirada mercantilista sobre el mundo y los hechos. En algún momento, alguien sugirió, con miras a privatizar la educación (en plena época menemista), llamar a los directores de las escuelas “gerentes” y a los alumnos “clientes”… Las nuevas generaciones corren el grave peligro de perder la facultad de pensar y razonar. Y no es que nos situemos en una posición académica, solamente exigimos el buen trato del idioma, de la lengua como instrumento de comunicación social. El descuido en el habla y en la escritura conlleva una peligrosa declinación del otro, del semejante, del prójimo, del otro que comparte nuestra lengua, una preocupante descalificación, ya que al no cuidar el habla, no cuidamos la comunicación y surge la disimetría y la inequidad. Hablar mal y sin cuidado implica una desatención a la cultura y a lo simbólico. Un mundo sin palabras es una selva, el retorno a la horda. La literatura (surrealismo, dadaísmo, expresionismo, creacionismo) ha explorado las posibilidades no-racionales del lenguaje pero, lo subrayamos, solamente desde la poesía y el arte, capaces de acercarse al territorio de lo no dicho, de lo real y aquello que no puede ser captado por las palabras, los hablantes pueden aventurarse en cambios y transmutaciones audaces, porque, paradójicamente, los artistas “regresan” a lo social por lo que de social hay en la lengua y de ese modo no permanecen en el lugar de la locura, del vacío o de la muerte ( aunque hay artistas, lo sabemos, que no han “regresado”) . La comunicación, la vida comunitaria, exige un acuerdo, una cooperación como en el caso de la lectura (Umberto Eco), y esa comunicación se deteriora y rompe si el lenguaje no cumple su función fática. Estaremos entonces ante la rotura del lazo social: ¿Psicosis? ¿Autismo? El vivir en una sociedad exige una cuota de sentido común, de respeto a lo simbólico (la ley, el logos). No nos cansamos de señalar los usos indebidos del idioma en que incurren, sin el menor pudor, periodistas en programas de opinión, noticieros, entretenimiento, políticos donde es notable el habla descuidada y vulgar. Así aparecen incorrecciones como “este acta”, en lugar de “esta acta”, “este arma” por analogía con la concordancia entre artículo y sustantivo que comienza con a tónica (el acta, el hacha, el águila), o aberraciones sintácticas como “dijo de que”, “considero de que” y siguiendo la misma línea de error: “se dio cuenta que” en lugar de “se dio cuenta de que” o “estoy seguro que” o “el hecho que” en lugar de “estoy seguro de que” o “el hecho de que” . Barbarismos, vulgarismos y solecismos como “munido” o “más nunca”, “más nadie”, se reúnen con expresiones como “ha cubrido” en lugar de “ha cubierto”o “evacúo” por “evacuo”, de “acuerdo a” en lugar “de acuerdo con”, “sentarse en la mesa”, en lugar de “sentarse a la mesa”, “en base a”, por “sobre la base de”, “apreta” por “aprieta”, “producieron” por “produjeron”, “enriedo” por “enredo” ,“hubieron noticias” en lugar de “hubo noticias”, “utensillo” por “utensilio”, “empalidecer” en lugar de “palidecer”, “elucubrar” en lugar de “lucubrar”, “espúreo” por “espurio”, “primer alumna” por “primera alumna”, “doceavo piso” “por piso doce”, “delante mío” por “delante de mí”, y qué decir de las formas impersonales: “hubieron desmanes” en lugar de “hubo desmanes”, “habían heridos” por “había heridos”. También el queísmo en expresiones como “es entonces que” en lugar de “es entonces cuando”, “es allí que” en lugar de “es allí donde” o “es así que” en lugar de “es así como”. Últimamente el uso indiscriminado del adverbio relativo donde en lugar de “el cual”, “la cual”, “cuando”, que desestructura las relaciones lógicas de tiempo, modo y lugar. Así escuchamos: “durante esa semana donde”, en lugar de decir “durante esa semana cuando” o “un virus donde los científicos están hablando…”, en lugar de “un virus del cual los científicos están hablando…” Quizás la realidad creada por la ciencia y la tecnología ha llevado a unificar el tiempo y el espacio… Por cierto, este punto relacionado con el uso de la lengua, deberá ser puesto en debate.

Es notable el loísmo y laísmo, o sea usar los pronombres de objeto directo en lugar del pronombre de objeto indirecto “le” (persona), sobre todo en el periodismo de Buenos Aires: “lo robó”, “lo pegó”, “lo prendió fuego”…etc., en lugar de “le robó”,” le pegó”, “le prendió fuego” (este último sintagma tampoco es muy recomendable porque “prender” no significa exactamente encender fuego). Un periodista televisivo dijo: “No soy extremista, soy optimista”. En realidad los opuestos son: optimista/pesimista y no optimista/extremista. Aquí el concepto extremista aparece como sinónimo de pesimista en el terreno semántico de lo no dicho y que está en la mente del hablante. El extremista es quien se sitúa en los extremos y no es necesariamente un pesimista, en tal caso al concepto de extremista se deben oponer el de mesura, equilibrio, etc. Los periodistas deportivos nos saturan con sus “erra al arco”, en lugar de “yerra al arco”, ya que en el presente el verbo errar (de error) es irregular.

Los numerales ordinales primera y tercera suelen ser apocopados erróneamente: “primer noche” en lugar de “primera noche”, “primer semana” en lugar de “primera semana”, “primer dosis” en lugar de “primera dosis”. Los pleonasmos o redundancias campean en todo momento: “aterido de frío”, “tiritar de frío”, “reproducir nuevamente”, “medio ambiente”, “monolito de piedra”, “cardumen de peces”, o el desconocimiento de género: “la presidente”, ”la ministro” o “la diputado”, en lugar de “la presidenta”, “la ministra”, “la diputada”, ignorando que hace tiempo que las mujeres desempeñan estas funciones y que desde hace más tiempo aún, ya se decía “la generala”, “la coronela”, “la catedrática”, “la doctora”, “la regenta”, “la soldada”, “la caballeresa”, como desde la antigüedad se apelaba a “la emperatriz”, “la reina”, “la princesa”, “la condesa”, “la sacerdotisa”… Peor todavía, algunos políticos intentan hacer gala de su carisma popular y desenvoltura apelando a giros vulgares, palabras soeces y pronunciación orillera. Ya sabemos el valor del lunfardo en Roberto Arlt, en Discépolo, en el mismo Borges y en el tango; pero criticamos el uso arrogante, de mala fe y demagógico que hacen algunas personas de estas formas con el propósito de un rédito inmediato.

Alguien puede argumentar que las “buenas” y “malas” palabras no existen como tales y que dependen de la lectura del receptor. Precisamente, hay que recordar que en un acto de comunicación, muchos receptores pueden sentirse vulnerados e insultados. La comunicación se completa en la recepción que contestará de algún modo. Lo fático del lenguaje se teñirá entonces de mal gusto y ofensa en el caso de vocablos subidos de tono que connotan agresividad, violencia y falta de respeto al “otro/otra”.

¿Qué ocurre con el uso de la lengua? Acaso la destrucción sistemática de la educación que llevó adelante el neoliberalismo en nuestro país muestra de este modo sus efectos nocivos y bien calculados de dominación, porque los imperialismos saben muy bien que destruir el lenguaje de una sociedad, ese bien comunitario, implica des-considerar al “otro”, a quien nos escucha, al prójimo, al semejante, implica retornar a un algo mortífero, un real descarnado y violento que lleva a la destrucción.

(*) Escritora. Premio Casa de las Américas de Cuba 1993 por su novela “Augustus”. Premio “Novelas Ejemplares” de Universidad Castilla La Mancha y Editorial Verbum 2020, Madrid.