El origen de este dolor está en todas partes. En los racimos de vidas corrientes que se resquebrajan con sus afanes menudos, con sus fulgores cotidianos, con esa invisible placidez que tanto añoramos cuando nos la arrebata la tragedia. Familias quebradas, amigos ausentes, voces vendadas, almas sombrías. La gris tristura del odio, pared con pared, de una sociedad catalana que no se reconoce. Lo que Weber llamaba “la irracionalidad ética del mundo”. Dos mitades heridas, que se estorban, que se silencian, que se alzan como ruinas del porvenir en una llanura blanca ilimitada. Hay algo de naufragio en esta deriva colectiva. En este ruido obsceno de la inclemencia del prójimo hay una búsqueda, una idea, una convicción, un “yo profundo” encarnado históricamente en diferentes instancias: la nación, la raza, la clase, el pueblo, la lengua, la historia, la ideología; y la abstracción de un “yo auténtico” como esencia de una identidad propia al margen de “España, esa gran ballena encallada en las orillas de Europa”, como expresó el filósofo Edmund Burke en el siglo XVIII.
Desde la antigua ataraxia, como Alicia al otro lado del espejo, Pep Guardiola se ha trasformado en uno de los guardianes éticos de las piezas de ajedrez del independentismo catalán. El “noi (niño) de Santpedor” es adorado por el catalanismo militante como una Venus neonata de Boticelli. Cada cierto tiempo sale a espigar tras los segadores y recoge semillas dialécticas atravesando la alambrada: “No es que no nos entiendan, es que no nos quieren entender. España vive una deriva autoritaria sostenida en criminalizar la disidencia. Hay que sentarse y hablar, dialogar, llegar a acuerdos. Ningún gobierno español ha escuchado estos reclamos”, declaraba en 2018 el actual técnico del Manchester City. “El independentismo es un movimiento transversal, de base, inclusivo, y de larga historia; que se fundamenta en la fuerza de su pluralismo y su diversidad. Su lucha es no violenta, y no se detendrá hasta que se respete el derecho de autodeterminación, como se ha hecho en Quebec y en Escocia”.
Su posición ideológica lo acompañó siempre de la mano de su carrera deportiva. En 1997, como jugador del Barcelona y de la Selección Nacional, declaraba en el programa de radio “Voces en el Aire”: “Soy de izquierda, muy de izquierda. De un pequeño país: Cataluña. Mi familia me enseñó a ponerme del lado del más débil. No me gusta la gente que es poderosa con los débiles, y débil con los poderosos. Si Cataluña contara con una selección jugaría para mi país”.
El mundo está lleno de realidades imaginadas. El 1 de octubre de 2017 el independentismo catalán se subió en solitario a su sueño más preciado: el referéndum por la autodeterminación. No le faltó el apoyo de Guardiola: “Vamos a votar. Esto no va solo de independencia, va de democracia. Votaremos aunque el Estado español no quiera”. Se votó, pero la represión a pie de urna fue salvaje, desproporcionada, por parte de las fuerzas de seguridad del Estado. Sin acuerdo con el gobierno central, sin apoyo internacional, y de espaldas al resto de fuerzas políticas catalanas, veintiséis días después el parlamento autonómico proclamaba la independencia de Cataluña. En pocas horas el gobierno de España declaró el estado de excepción y detenía a sus máximos dirigentes. “Hoy tenemos presos políticos catalanes en las cárceles españolas. Esto es inaceptable en la Europa del siglo XXI. Es un ataque directo a los derechos humanos, al derecho de libertad de expresión, y al derecho a un juicio justo. Mientras los presos políticos están en las cárceles, el gobierno español le vende armas a Arabia Saudí, y retiene en el puerto de Barcelona al barco de la ONG, Open Arms, para que deje de rescatar inmigrantes en las aguas del Mediterráneo. Esta es la humanidad que nos ofrecen”, declaraba el entrenador al periódico Ara, de Cataluña.
En febrero de 2018 la Federación inglesa de fútbol le abrió un expediente a Guardiola por lucir el lazo amarillo en apoyo a los presos catalanes. La entidad manifestó al entrenador “que llevar un mensaje político vulnera las reglas de la Federación”. “No me voy a quitar el lazo amarillo. Es el símbolo universal de apoyo a los presos de mi país. Es injusto. Que me suspendan”, amenazó.
En las elecciones catalanas de este domingo las fuerzas independentistas obtuvieron una victoria trascendente. Por primera vez en su historia consiguen una mayoría absoluta en votos con el 52,7 % del electorado. El triunfo queda en parte desdibujado por la baja participación, un 53% debido a la pandemia. El sueño de una República catalana continúa vivo. No será hoy, ni mañana. Pep Guardiola lo sabe. Ahora conoce los tiempos y los espejismos de los deseos desmesurados. Recuerda lo que ya sabía, que hay otras vidas, que hay otros mundos, que son más discretos, más bellos, que la ideología de la confrontación. Hay una vida tantas veces perdidas en esta tierra de fronteras nevadas, de aguas azules de tinta china, de gente amable, noble, de piel curtida, para que este paraíso de belleza indómita continué deambulando, como un espectro de sal y dolor, habitando un infierno dantesco partido en dos.
(*) Ex jugador de Vélez, y Campeón Juvenil Tokio 1979