Para mi generación que pasó su adolescencia en la dictadura militar e ingresó a la actividad política en la universidad en el tiempo del alfonsinismo, la primera experiencia de gobierno justicialista fue con la Presidencia de Carlos Menem en 1989.

Liderazgo político que vimos construir desde una pequeña provincia, acompañando al gobierno de Alfonsín en la convocatoria del plebiscito por el diferendo con Chile por el Canal de Beagle, con el desenfado de gesto díscolo y osado del por entonces gobernador de La Rioja hacia el Partido Justicialista. Solución de la democracia que reivindicaba a la política frente a la guerra; acontecimiento que uniendo a políticos de partidos mayoritarios ubicaba a la política con todo su potencial de organización colectiva.

Luego el protagonismo de Carlos Menem en la renovación peronista para organizar partidariamente a un movimiento político que transitaba hacia la institucionalidad democrática, forma de manifestación de la voluntad popular en sociedades masificadas. Una renovación que incorporó, con estilo de patillas de Facundo y poncho, la riqueza de la historia argentina, con sus recuerdos de provincia. Su triunfo en la elección interna del Justicialismo, máxima expresión de liderazgo partidario que sabría ejercer posteriormente en sus extensos diez años de presidencia de la Argentina.

Su ejercicio del poder estatal fue con menos épica y gran pragmatismo en una región donde golpeó de lleno el neoliberalismo, que desgranaba su decálogo de medidas privatizadoras y de mercantilización de la vida social, que tan despiadadamente excluyó a millones de personas de los derechos sociales básicos. Para quienes cantábamos que “unidos triunfaremos combatiendo al capital”, vivimos simultáneamente la repatriación de los restos de Rosas, como símbolo histórico de temprana organización nacional, con las relaciones carnales con el poder imperial, en un realismo periférico que dejaba latente la tercera posición y la significación de la elección fundacional del movimiento justicialista, que había enfrentado en los años 40 a su fundador con el mismo embajador del poder imperial.

Sus presidencias transformaron el Estado y la democracia, cuatro acontecimientos señalo de la vorágine de la política de aquellos años 90: la formación del Mercado Común del Sur, la creación de Universidades nacionales en el conurbano bonaerense, la reforma constitucional y el fin del servicio militar obligatorio.

El Mercado Común del Sur es reconocido por los especialistas en el área como ejemplo de regionalismo estratégico en Latinoamérica, ello significa que su formación excede a la etapa de liberalización comercial para constituir una institucionalidad regional que coordina políticas comunes y unifica la posición de los países miembro frente al sistema internacional. Los posteriores desarrollos del espacio regional, bajo gobiernos de diferentes signos políticos, confirman la visión estratégica de política de Estado, creada, paradójicamente en pleno auge neoliberal de dominio del mercado.

La creación de universidades nacionales en el conurbano bonaerense, por citar algunas de ellas, Quilmes, Tres de Febrero, San Martín y Sarmiento. Exponentes de la relevancia de la educación pública argentina. Ámbitos de encuentros del más alto desarrollo científico nacional, del pensamiento sobre el regionalismo latinoamericano y su proyección global, de logros en desarrollos biológicos y médicos en el actual combate contra la pandemia y de elaboración de políticas de desarrollo territorial para gobernar un capitalismo que se caracteriza, como decía el filósofo alemán, por revolucionar constantemente sus fuerzas productivas. Todas ellas creadas en Argentina, paradójicamente, cuando el poder infraestructural del Estado se reducía a una mínima expresión con privatizaciones y se ampliaba el dominio del mercado.

La reforma constitucional modificó los tres Poderes del Estado y amplió derechos, se atenúo el presidencialismo con la figura del Jefe de Gabinete de Ministros, se incorporó el tercer senador por la minoría y los senadores fueron electos directamente, y se creó el Consejo de la Magistratura para la elección de los jueces federales, organismo de tanto protagonismo político-mediático en tiempos de lawfare actual. Se constitucionalizó el sufragio universal y obligatorio, procedimiento indispensable en la democracia moderna, de mayor relevancia si se eleva la mirada sobre las elecciones presidenciales de otros países donde los presidentes son elegidos con exigua adhesión popular, explicitando con rango constitucional la igualdad de oportunidades entre varones y mujeres para el desempeño de cargos públicos, paridad de género que se profundizaría con la agenda feminista años después.

El fin del servicio militar obligatorio, gran tema a abordarse en la construcción de la idea de nación y de los efectos de la racionalidad gubernamental que estudia la biopolítica. El ejercicio de la violencia y el disponer de la vida en un hecho atroz ocurrido en el sur del país, motivó la iniciativa presidencial de clausurar esta práctica, la que puede ser analizada hoy para profundizar el tema de las masculinidades.

Más de veinte años después de todos estos acontecimientos me quedo con las preguntas que dejan las interpretaciones de mis estudiantes sobre los liderazgos históricos del Justicialismo, entre los cuales incluyen al ex-presidente Menem. Preguntas que iremos respondiendo, validando las respuestas con una perspectiva de procesos democráticos que nos transformaron, a veces de forma despiadada, y que, transitando estos cambios, conservamos pensar nuestra grandeza como realización colectiva de la justicia social.

*Doctora en Ciencia Política-UNSAM