Tiempo atrás, cuando desde la Presidencia de la Nación Mauricio Macri se sentía lo suficientemente fuerte como para convertir a los clubes de fútbol en sociedades deportivas, un astuto dirigente del ascenso le dijo algo así a quien esto escribe: "La privatización del fútbol se va a terminar imponiendo de adentro hacia afuera. Cuando los hinchas y los socios vean que un club privatizado crece, gana campeonatos y vende jugadores, van a ir corriendo a abrirle las puertas a los inversores". Dos o tres años después de estas palabras, la premonición parece empezar a cumplirse. Y todas las miradas convergen en un sólo nombre: el de Cristian Bragarnik, el empresario más poderoso del fútbol argentino.
Luego de la limpia consagración de Defensa y Justicia como campeón de la Copa Sudamericana, varios dirigentes entrevieron que la ruta de las grandes victorias pasaba por ahí. Y que sin entregar la totalidad del manejo de las decisiones del fútbol profesional, había llegado el momento de arrimar capitales privados para aspirar a metas más ambiciosas. Bragarnik llegó primero. En todos los casos, ofreció fondos frescos, directores técnicos y jugadores. Y se dispone a cerrar trato con Ferro y Nueva Chicago para tomar a su cargo las próximas campañas de ambos equipos en la Primera Nacional. Mientras, uno de sus colaboradores más cercanos, el ex futbolista Mauro Iván Obolo, ya integra el nuevo directorio deportivo de Belgrano de Córdoba.
Bajo el paraguas legal de un "acuerdo de colaboración" que a diferencia del gerenciamiento, no requiere de la aprobación de los socios de los clubes ni del Comité Ejecutivo de la AFA, Bragarnik ofrece cubrir un presupuesto anual de 70 millones de pesos y afrontar los sueldos y los premios de los planteles y el cuerpo técnico. A cambio, se llevará la tajada más sustanciosa de las ventas de los jugadores que traiga a los clubes. Y un porcentaje menor de aquellos cuyos pases pertenezcan mayoritariamente a las instituciones. El "acuerdo" no abarcaría a los futbolistas de las divisiones inferiores. Sólo el fútbol de primera.
El avance de Bragarnik a paso redoblado debe encender una señal de alerta. Porque pone en cuestión la idea histórica de que los clubes sean sociedades civiles sin fines de lucro y al margen de cualquier pretensión privatizadora. El exitismo de los socios e hinchas que sólo quieren celebrar ascensos y campeonatos sin importarles como se llegó hasta allí es el parapeto detrás del cual los dirigentes se escudan para justificar las tratativas. Dicen que esos hinchas se cansaron de los presupuestos austeros y les piden "algo más". Bragarnik está dispuesto a dárselos. Pero nada garantiza el triunfo. Mientras Defensa alzó la Copa Sudamericana, el Elche de España, el equipo del que es dueño el empresario, se desangra más cerca del descenso que de la permanencia en la Liga. Convendría recordarlo a la hora de levantar las voces y tomar decisiones.