Son adorables, pero también no. Tienen dos paletas enormes, una nariz como respingada y los ojos negros, curiosos, inquisidores. Su gesto resulta siempre entre tierno y travieso. Les gusta nadar. Las dos patas delanteras parecen manitos y la cola, una raqueta de tenis. Sin embargo, los castores que viven en Tierra del Fuego son una especie exótica invasora que está matando los bosques.
Por eso, la provincia patagónica ya puso en marcha la primera etapa del plan de erradicación del castor a pequeña escala para cumplir con el acuerdo binacional suscripto en 2008 entre Argentina y Chile. Estos bichitos, acá, sin sus predadores naturales, se convirtieron en plaga. Su costumbre es roer el árbol hasta derribarlo, y trozarlo para alimentarse y construir su madriguera. Después de 70 años de esto, el Parque Nacional Tierra del Fuego parece dinamitado y el paisaje, la biodiversidad y hasta el curso de los ríos ya no son lo que eran ni lo que deberían ser.
En 1946, la Armada argentina liberó 20 castores canadienses en Tierra del Fuego para fomentar la industria peletera. “A mediados del siglo XX era muy común llevar especies con la idea de usarlas comercialmente, como pasó también con los ciervos a la Patagonia Norte, o los visones. Estas empresas han fallado en todo el mundo”, explica el doctor Adrián Schiavini, investigador del Conicet y a cargo de la Estrategia Nacional sobre Especies Exóticas Invasoras.
El Ministerio de Ambiente de la Nación y Tierra del Fuego coordinan ahora un programa piloto que tiene eje en nueve áreas específicas. “Durante dos años se va a hacer la prueba de cómo será la erradicación total para ver cuánto tiempo va a llevar y cuánto dinero costará. Al recolectar esa información determinaremos si es viable encarar el proyecto total. Chile está haciendo, paralelamente, un proceso similar para que la erradicación sea binacional”, explica el biólogo Erio Curto, director de planificación y gestión de áreas protegidas, de la Secretaría de Ambiente, Desarrollo sostenible y Cambio Climático del gobierno provincial.
La primera etapa comenzó hace un mes, con la capacitación de un grupo de personas de los que se seleccionaron los 10 mejores. Desde hace dos semanas, ellos conforman el equipo que se dedica a cazar castores con trampas en las áreas que les sean designadas, en las zonas de Río Pipo, el Arroyo Grande, las cabeceras del Río Esmeralda y el Río Mimica, en la reserva Corazón de lsla, en el arroyo Indio y el arroyo Asturiana, entre otras.
La iniciativa, que se financia con recursos del Fondo Ambiental Mundial (GEF) gestionados por la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, tiene el visto bueno de organizaciones que promueven el cuidado del medio ambiente, como Vida Silvestre, entre otras. Aunque suena cruel, la erradicación es la única manera efectiva de sacar al animal, porque el control implica invertir recursos por siempre, explica el doctor Schiavini.
Los castores habitan en los cauces de agua y destruyen la vegetación de la ribera, pero en sus ambientes originarios esos árboles vuelven a brotar y no se extinguen, lo que no es el caso de la lenga, árbol típico del bosque fueguino, que tiene un ciclo de reproducción de 70 años. “Cuando se introdujeron los castores no se tuvo en cuenta que había tanta comida y ningún predador. En esa época no se tenía en cuenta el impacto ecológico. Parece inocente ahora, pero entonces llevar especies de un lado a otro se pensaba como lógico”, reflexiona el investigador.