Hastiados con la pandemia y sus consecuencias en todos los niveles nos esforzamos en imaginar (¿ansiar?) una otra normalidad a la que, por alguna oculta aspiración de cambio o simplemente por imperio de las circunstancias, comenzamos a denominar “nueva”. Pero ¿qué tiene de novedoso o de distinto la normalidad que se viene, que desconocemos y que aún no arriba?
Lo primero a decir es que no podemos sentarnos a esperar que la “nueva normalidad” llegue hasta nosotros y se nos presente o, peor, se nos imponga. Es imprescindible asumir que esa otra normalidad, la que desconocemos y a la que aspiramos, es necesariamente un escenario de disputa, en tanto territorio en construcción. También porque en cuanto realidad económica, política, social y cultural, esa nueva realidad surge de las disputas de poder y de las relaciones de fuerza que existen en la sociedad. De lo contrario sería una suerte de realismo mágico, propio de la ficción literaria pero no del acontecer social.
De allí que lejos de sentarnos a esperar que esa “otra” o “nueva” normalidad llegue es necesario que quienes protagonizamos la vida social, en todos los espacios y lugares, salgamos a disputar, en los ámbitos particulares y en los sociales, los sentidos que configuran el escenario que vendrá. No hacerlo es resignar y aceptar lo impuesto por los mismos poderes que se afianzaron y crecieron también a costa de la pandemia.
Es verdad también que quizás hay una contradicción en la enunciación de ese futuro post pandemia. Porque la “normalidad” evoca inercias de situaciones del pasado, mientras que lo “nuevo” nos habla de algo distinto y probablemente manifiesta o promete rupturas. En las dos perspectivas hay algo de verdad. Pero no se trata de adivinar el futuro, ni de pre-decirlo, sino de construirlo a partir de analizar las enseñanzas que nos está dejando la covid-19. No por la pandemia en sí misma, sino porque a raíz de la calamidad que estamos afrontando como personas y como sociedad, hemos visto aflorar dificultades antes no percibidas, defectos e iniquidades naturalizadas por la cotidianeidad de la injusticia estructural, hasta violencias “normalizadas”. Esto sin agotar de ninguna manera las menciones de temas y situaciones. Dicho de otra manera: para preguntarnos por lo que vendrá, interroguémonos acerca de los saldos, los sedimentos y las consecuencias de lo que hemos vivido y estamos atravesando.
Porque, como decíamos al principio, el escenario por-venir es un territorio de disputa y de conquista, que convoca a todos y a todas, a una suerte de reinvención colectiva, inédita, fuera de las reglas hasta ahora conocidas, imprevisible en la mayoría de sus parámetros. Esto ya está ocurriendo en todos los niveles de la vida social y colectiva: la salud, la educación, el trabajo, las relaciones sociales, los vínculos, los afectos, la vida cotidiana en general. También en la vida política y, por lo tanto, en los espacios ciudadanos. Redefine en muchos sentidos el rol del Estado y las políticas públicas. Y la agenda se puede ampliar hasta el infinito.
Sin perder de vista que la pandemia no modificó estructuralmente la sociedad en la que vivimos. No la mejoró. En términos generales agravó los males, las desigualdades y las injusticias antes existentes. Probablemente el único saldo positivo haya sido hacerlas más evidentes y quizás -solo quizás- este solo hecho permita la emergencia de nuevas formas de construcción social, de poder desde abajo, de otros modos de participación e incidencia ciudadana. Algo que tampoco llegará por añadidura si no se trabaja una manera diferente de hacer política y de acumulación de poder en camino hacia esa otra normalidad. Cabe la pregunta sobre nuevas formas de participación en una sociedad de la virtualidad y de la digitalización, con distancias obligatorias. ¿Habrá que pensar también en otras alternativas de desobediencia y protesta civil y ciudadana? ¿Quedaron atrás (o no) las grandes movilizaciones y concentraciones de otrora para evidenciar fuerza y poder político, protesta popular y exigencia de cambio?
Que lo que vendrá sea o no un espacio de crecimiento o de nuevas desazones depende de lo que individual y colectivamente hagamos ahora mismo y de lo que exijamos que hagan quienes tienen el poder y la responsabilidad de tomar decisiones de gestión y de políticas públicas. La construcción de lo nuevo se transforma necesariamente en un escenario de disputa simbólica y práctica por el poder para orientar el sentido del cambio. Es inútil y sería necio esperar que ese mañana llegue desperdiciando la posibilidad de construirlo con las armas –muchas, pocas, grandes, pequeñas- que cada quien tiene. Y si algo nos ha quedado como saldo de la pandemia, es la impostergable necesidad de poner siempre la vida en el centro y como prioridad.