Por supuesto apenas le pincharon la Astra Zeneca, mi esposa Marta se puso a hablar el inglés de William Shakespeare con todas sus maravillosas ondulaciones escenográficas, a recitar Hamlet, a decirle al cielo nevado sin calavera en la mano, “there are more things in heaven and earth/than are dreamt in your philopsophy, Horatio” (hay más cosas en el cielo y la tierra que las que tu filosofía puede imaginar, Horacio). En mi caso el pinchazo fue de la estadounidense-germana Pfizer-BioNTech, así que tomé el acento sureño de William Faulkner en “Las palmeras salvajes” para proclamar que “between grief and nothing, I will take grief” (entre la pena y la nada elijo la pena) y replicar el alemán de Goethe para sorprender a Marta con un intrigante “Die Liebe herrscht nicht, aber sie bildet; und das ist mehr!” (el amor no ordena, da forma, modela, y eso es mucho más). En otro país, con una vacuna distinta, me hubiera tocado hablar el ruso de Dostoievski, quizás aquella maravillosa frase de “Los hermanos Karamazov”: “para el hombre no hay preocupación más atormentadora, siendo libre, que la de buscar ante quien inclinarse”
Desconozco qué textos le gustarán, amigo, he oído que le teme horrores a las Obras Completas de Lenin en siete citas y que ha dicho a quien lo oiga que no lo van a obligar a repetir como un loro envenenado los principios de la ideología comunista- kirchnerista que gobierna el país. No debería preocuparse. Con la vacuna contra el coronavirus encontrará una variedad muy amplia y plural de respuestas, como esos jukebox de antaño, llenas de canciones y estilos distintos, con letras de los Beatles o los Stones en la vacuna de Astra Zeneca y de las Pussy Riots con la Sputnik V. Y le puedo jurar por lo más querido que no sufrimos envenenamiento. Ni Marta se puso a gritar “the Falklands are British, out puto argie”, ni yo canté compulsivamente el himno estadounidense o alguna balada contemporánea de Goethe. En resumen, no crea lo que dicen muchos diarios, que no le va a salir un tercer ojo, ni se le duplicarán las orejas, ni terminará doblado con una joroba.
Así que le pido que evalúe estas razones, además de la sanitaria, para darse la vacuna que le toque en suerte. Si no lo hace por su cuerpo, si no le importa terminar entubado, si es indiferente al viaje irreversible agazapado detrás de la terapia intensiva, si tampoco lo afectan la salud de sus padres o abuelos, de los mayores y vulnerables, de sus amigos e hijos, a quienes podrían contagiar, a quienes enfermaría con su presencia y respiración contaminada, piense en su nivel cultural, amigo, en la enriquecedora experiencia que tendrá con solo ponerle el hombro a la aguja.
Y si no le importa la cultura, ni el aprendizaje de lenguas, si tampoco le van la música y, como ya dijimos, no traga a Lenin, piense en el whisky y vodka gratis que viene con la inoculación. Porque debo confesarle que en pleno mediodía salí de mi pinchazo al resplandeciente blanco de la nieve que cubría Londres con un agradabilísimo sabor a bourbon estadounidense. En otro centro de vacunación mi mujer se intoxicaba con el whisky escocés que invadía sus venas y a esa altura, los dos teníamos ganas de darnos la rusa para festejar con Vodka. En definitiva, nada como ver la luz al final del túnel. Como seguramente recordará más de uno lo prometido en Argentina, ya no me acuerdo en qué trimestre, si el quinto o el sexto y sabemos lo que pasó: siguió todo tan oscuro que nos estrellamos. Esto, en cambio, es una garantía.
Me gustaría mostrarle cómo fue todo para que vea y recapacite no solo sobre la vacuna sino sobre tantas otras cosas porque le aseguro que me asombró lo bien organizado, preciso como un reloj, los horarios, las distancias en la cola, la separación de los asientos, el cuestionario médico previo, hasta la inoculación menos dolorosa de mi vida. Como se imaginará magia no fue. La organización corrió a cuenta del estatal Sistema Nacional de Salud (NHS) que cubre a todos en el Reino Unido desde la posguerra y que ha sobrevivido la brutalidad de 10 años de ajuste conservador que procuraron desguazarlo con el sigilo de los asesinos seriales.
En eso doy gracias a la vida porque sucede que hasta el mismo Jack el Destripador fracasa y sale espantado a la carrera. Pasó con la pandemia. El NHS, que siempre fue una de las instituciones más populares del país (sino la más), se ha vuelto intocable. El mismo Boris Johnson, ese del pelo rubio cada vez más enredado, le rinde pleitesía y plantea desandar todos esos bosquejos de privatización por la puerta de atrás que estimuló cuando era diputado. Fueron 10 sombríos años. El NHS perdió 17 mil camas y tuvo una abrupta caída de la inversión per capita que convirtió a cada invierno en una ruleta hasta que la pandemia se apoderó de la banca y casi se sopla a medio millón de personas en unos pocos meses.
Usted dirá que no es culpa de Johnson, nadie podía predecir el Coronavirus, muy fácil hablar con el periódico del lunes y, por supuesto tiene algo de razón, aunque muy a medias, porque en esa década hubo suficientes estudios epidemiológicos y sanitarios, incluso desde el interior del gobierno, que planteaban la escasez de recursos ante el riesgo de una pandemia. Para darle una idea, cuando empezó el desguace conservador en 2010 el que era director del prestigioso y bastante ortodoxo “Institute for Fiscal Studies”, Robert Cholte, lo llamó “el recorte más largo y profundo del gasto en servicios públicos desde la segunda guerra mundial”. Y contrario a lo que proclaman los que tienen seguro privado en cualquier parte del planeta, estos recortes no son gratis ni imprescindibles, todo lo contrario, son un Karma que empezó a pasar su cuenta más macabra por todo el planeta apenas asomó el virus.
Para terminar, amigo, me gustaría mostrarle todo eso porque sospecho que detrás de su rechazo por las vacunas o sus objeciones a la de Rusia, hay también un menosprecio a cualquier cosa estatal y una ciega, fanática reivindicación de lo occidental y privado. ¿No le parece que llegó la hora de un replanteo, de reconocer quién nos está rescatando a los que todavía contamos el cuento de la peor crisis sanitaria de la humanidad en, como mínimo, 100 años? ¿No será para no dar ese brazo a torcer que no quiere saber nada con la vacuna?