“Es difícil dar explicaciones de lo que escribo. Son cuestiones que pienso solamente cuando me lo preguntan”, explicita Mainé una imposibilidad inherente a la literatura, por más que esté hecha de palabras, así como al arte en general. Pero ese “ponerse a explicar” habilita el repaso: “En treinta años de escritura sólo tres de mis libros son para adolescentes”, advierte la autora (antes del reciente El secreto de la cúpula, publicó Lástima que estaba muerto y El (h)ijo de la libertad, también en la colección Zona Libre de Norma). “Los tres tienen como protagonista a un varón. En dos de ellos hay un abuelo o abuela que transmite o cuenta lo que pasó. En los tres el pasado marca con fuego el presente. Todas cosas para pensar… ¿pero es necesario pensar por qué escribo lo que escribo? ¿Es necesario que yo lo diga o que el lector lo descubra?”, (se) pregunta.
“Muchas veces, en mis encuentros con adolescentes que leyeron mis libros, ellos descubrieron cosas que jamás se me habían ocurrido al escribir la historia. Encontraron relaciones que para mí no están… y se hicieron preguntas que no puedo responder. Buscando justificarme, creo que lo que intento transmitir a los jóvenes es que indaguen en el pasado, para comprender mejor el presente y afrontar mejor el futuro”, define.
“Cuando era docente de nivel inicial disfrutaba mucho contando cuentos a mis alumnos y, casi como un juego, comencé a inventar mis propias historias. Así empezó una larga transformación que me llevó de la docencia a la escritura para niños y jóvenes”, recuerda sobre cómo empezó todo. Esa “transformación” hizo posible decenas de libros y colecciones enteras como las de Mateo, Las historias de Lucía y Nicolás o Los cuentos de Osonejo, entre muchos otros entre los que figuran grandes joyas para los muy, muy chiquitos. Sus muchos alumnos del jardín, Mateo, su hijo “más pequeño que ya no es tan pequeño”, los más grandes Florencia y Federico, y también su nieto Nacho, cuenta, inspiraron muchas de estas obras.