Es la historia que Steve Earle cuenta estos días. Eran los noventa, hacía poco que Justin Townes, su hijo mayor adolescente, había venido a vivir con él. Y pese a la desconfianza y las dudas iniciales (nadie apostaba mucho por la relación y es lógico: sumergido en una sucesión de éxito, giras, adicciones y descontrol que eventualmente lo llevó a la cárcel, Steve sólo había visto en fotos a JT), las cosas parecían funcionar. Padre e hijo se llevaban bien. Una tarde, sin embargo, sucedió algo más.
Como muchos adolescentes de aquel momento (y de ahora) Justin no estaba interesado en el folk o el country (ni siquiera el de la veta más alternativa y rebelde, como su padre) sino en el hip-hop. Y en Nirvana. "Hasta ese momento sólo le había gustado tocar la guitarra eléctrica", cuenta Earle. "Hasta que un día lo vio a Cobain encorvado sobre una Martin y tocando 'Where Did You Sleep Last Night' en el Unplugged de MTV". Y se quedó prendido a la tele. Aprovechando esa milagrosa fascinación, fue a su colección de vinilos y no sólo le mostró los discos que tenía de Lead Belly, el mítico autor del tema, sino también de otros pioneros negros del country blues como Lightin' Hopkins o Mance Lispscom. "Lo siguiente que supe es que estaba tocando cosas que yo había estado tratando de resolver durante años", relata Earle. "La idea original había sido que JT me acompañara a un curso que yo pensaba tomar en la Escuela de Música Folk de Chicago. Así podía echarle un ojo y de paso hacer que tomara unas clases. Pero, en pocas semanas, no sólo había aprendido todo sino que ¡le enseñaba fingerpicking a los demás!".
El gran Earle, que ya para entonces con su aclamado disco de regreso Train a Comin' (1995) se había convertido en una de las figuras prominentes del llamado alt-country (movimiento que fue al género lo que el grunge al rock), recuerda esos días como el despertar creativo de Justin Townes, su primogénito, "el ser que más amaba en esta tierra". Y el que tristemente --tras una mala combinación de cocaína y fentanilo, un sedante médico que puede volverse letal si se equivoca la dosis-- fue encontrado muerto en agosto pasado, dejando una obra inconclusa pero de apagada belleza. Canciones sobre la soledad y la pérdida, almas en sepia con cierto dejo mordaz corriéndole el velo al Estados Unidos de los derrotados.
"Sus mejores canciones eran tan buenas como las de cualquiera", le dijo Earle al New York Times. "Era mucho mejor cantante que yo y un guitarrista técnicamente mucho mejor. Su punteo podía ser alucinante", reafirmó quien, en una acción artística que ya conforma una tradición dentro de su discografía --hizo lo propio con el legado de Townes Van Zandt y Guy Clark; sus dos mentores-- grabó todo un disco conformado casi íntegramente por temas de su hijo. Un álbum de homenaje y despedida al mismo tiempo que de reivindicación y de cura. "No fue tanto un acto catártico como terapéutico", sostuvo. "Lo hice por mí, porque lo necesitaba".
El álbum se titula JT ("Nunca, hasta que se hizo grande, lo llamamos de otra manera, aunque es verdad que de chiquito yo también le decía 'vaquero''') y, como no podía ser de otra manera, es un sentido adentrarse en el universo musical de Justin (que grabó 8 discos, un EP y obtuvo suficiente reconocimiento en vida como para ser considerado "una gran pérdida" en palabras de por ejemplo Stephen King) y, más sutilmente, una manera de ver cómo Steve valora su música (qué temas lo interpelan, por qué, de qué manera) y cuánto de él había en su música.
Porque la historia de Justin Townes se entronca por supuesto con la de tantos hijos (también hijas) de rockeros que deben seguir su propio camino artístico a la sombra de un apellido notorio. Pero también, en su caso, con el hecho de haber tenido que responder a su segundo nombre Townes, por Townes Van Zandt, una figura de culto que tuvo su propia historia de talento, autodestrucción y gloria en los márgenes. Y que cobijó a Earle cuando recién se iniciaba. "Yo iba a llamarme Townes; no Justin Townes. Pero no hubo modo que mi madre lo permitiera. Ella lo odiaba por todos los problemas en los que mi papá y él se metían. Pero aún así a ella le gustaba su música y la recuerdo poniendo sus vinilos y haciéndomelos escuchar a los tres o cuatro años", le dijo a Rolling Stone hace un tiempo, no pudiendo escapar --evidentemente-- a la influencia. "Mi primera vez en vivo fue con los Dukes (la banda de acompañamiento de Earle) en un festival ante cien mil personas", contó en esa misma entrevista.
Entre aquellos primeros escenarios y el año pasado, cuando descontinuaron sus giras por la cuarentena, la relación entre ambos no dejó de tener sus idas y vueltas. "Hablamos seguido durante los últimos meses, nos vimos varias veces y hablé con él la noche que murió. Estoy agradecido por eso", contó Earle, que supo incluir a Justin cuando era un adolescente en Just an American Boy, su disco en vivo de 2002. Pero también desafectarlo de los Dukes cuando manifestó un par de brotes que derivaron en escándalos, no tan distintos a los suyos en los ochenta cuando la prensa lo señalaba como el "nuevo Bruce Springsteen". Justin, por su parte, le pasó factura en "Mama's eyes", su hermoso tema de Midnight At The Movies (2009), en el que canta: "Yo soy el hijo de mi padre. Nunca supe cuándo callar. No estoy engañando a nadie (...) Nunca nos miramos a los ojos, tengo los ojos de mi mamá". Aún así, nunca pudieron dejar de vincularse musicalmente. Con el hijo mostrando cierta impronta paterna, principalmente en sus primeros discos (los últimos ya tuvieron bastante menor rastro) y con el padre reconociendo que le había dado celos que el primer tema dedicado a John Henry (mito del folclore estadounidense) hubiera salido de las manos de él y no de las suyas.
Así las cosas, el 23 de agosto pasado Earle lo llamó preocupado por su nueva recaída. Y le pidió: "No me hagas enterrarte”. Justin le respondió: "No lo haré". No pudo cumplir. Pero con esa conversación Earle compuso "Last words", el único tema de su autoría que incluyó en JT. Una letanía que dice: "Yo estaba ahí cuando naciste. Te tomé de los brazos de mamá. Me quedé asombrado, testigo de tu primer aliento. Ojalá pudiera haberte abrazado cuando dejaste este mundo como lo hice entonces. La última vez que hablamos fue por teléfono. Y colgamos. Y ahora ya no estás. Lo último que te dije fue: "Te amo" Y lo último que vos me dijiste fue: 'Yo también te amo'. No sé por qué (la vida) te dolía tanto. Sólo saberlo me pone triste". De sólo saberlo, nos pone tristes.