¿DE DÓNDE ERES?
Todos somos, en un sentido profundo, residentes temporarios. Llegamos a un mundo solo para luego partir otra vez. La vida es llegar e irse, y lo que ocurre en el medio. Pasamos por un mundo. Cuando estamos pasando, a algunos nos paran y nos hacen preguntas. Para pasar, puede que tengas que pasar en otro sentido: pasar por algo. Puede que nos detengan cuando no logramos pasar. Aquellos a quienes nadie detiene pueden suponer que están habitando un lugar con propiedad; se convierten en residentes permanentes, aunque su residencia no tenga nada de permanente.
Podemos empezar con las preguntas. Nos pueden envolver en ellas. ¿Cuántas veces te han preguntado “De dónde eres”? Esta es una de las veces que recuerdo.
Camino por una calle en Cardiff. Alguien me hace parar; él viene en dirección contraria. Parece muy interesado. ¿En qué, en lo que soy? “Eh, ¿de dónde eres?” La pregunta es hecha con una curiosidad sonriente. Me balanceo sobre mis pies. Es una pregunta familiar, pero de una familiaridad incómoda. Sé lo que esa pregunta pide de mí. Me resisto a ofrecer esa respuesta que se me exige. “Australia”, contesto. No, quiero decir originalmente.“Nací en Salford.” La cara del interrogador se frunce, irritada. “¿De dónde son tus padres, entonces?” Sabe que sé lo que me está preguntando. “Mi padre es de Pakistán.” Ahí está. La conversación ha terminado. He dado la respuesta correcta, la respuesta que él esperaba, que deseaba incluso.
Que a una le exijan dar cuenta de sí misma; dar un relato sobre sí misma; sentir que tiene que rendir cuentas sobre sí misma. ¿Cómo caen las preguntas? ¿Sobre quién? Para muchas personas, momentos como este se repiten a lo largo del tiempo. Todavía me hacen estas preguntas, aunque mucho menos que antes, y rara vez me las hacen personas de pasada por la calle. Ahora es más común que me lo pregunten cuando alguien dice mi apellido, o que me lo pregunte una persona con la que me encuentro más seguido, pero con la que no nos llamamos por el nombre de pila.
Ser cuestionada, ser cuestionable, a veces puede sentirse como una residencia; una pregunta se vuelve el lugar que una habita. Vivir en una pregunta puede sentirse como no estar en donde estás. ¿No eres de aquí, no? O tal vez devenir un no es que te envuelvan en una afirmación. Que te pregunten “¿De dónde eres?” es una forma de decirte que no eres de aquí. El cuestionamiento, la interrogación, pueden detenerse solamente una vez que te has justificado. Justificarme y explicar de dónde soy no es solo dar un relato que explique que no soy de aquí (ser de Australia no sería suficiente en cuanto no ser de aquí; haber nacido en el Reino Unido tampoco), es dar un relato que explique por qué soy marrón. La piel marrón se percibe como extranjera; ser marrón es ser de otra parte.
¿De quéotra parte? (…) A algunas personas nadie las detiene; pueden avanzar, porque su apariencia está en consonancia con una expectativa sobre qué o quién puede estar aquí. Un aquí puede convertirse en una afirmación, no solo por quién es detenido, sino en virtud de quién no es detenido.
Que te conviertan en una extraña: ¿qué quiero decir con esto? En el capítulo 1 hablé de la ocasión en que la policía me preguntó “¿eres aborigen?”. Recordar esta experiencia me ayudó a pensar en cómo el extraño no es cualquiera sino alguien; cómo la figura del extraño señala a ciertos cuerpos. El extraño como una figura anónima se exhibe en las campañas sobre extraños peligrosos. La palabra anónimo viene de la palabra nombre: un extraño no tiene nombre. Pero solo algunos otros sin nombre deben ser detenidos; solo algunos otros sin nombre serán acusados de no tener un propósito legítimo. Que te identifiquen como una extraña es que te identifiquen como alguien que no es de aquí, o que no tiene derecho a estaraquí; te identifican como alguien que pone en peligro a quienes están aquí. Una forma condensada de este argumento: no de pone en peligro a de. O ser considerada peligrosa es una manera de convertir a alguien en no de.
Volverse extraña es no pasar a través. Pasar a través muchas veces requiere no pasar por la figura de la extraña. Mi propia historia de extraña, la que compartí en el capítulo 1, es en realidad una historia sobre lograr o no lograr pasar por una identidad. Aunque al principio me identificaron como a una extraña (se habían registrado robos en la zona), aunque me pararon y me interrogaron, finalmente pude avanzar. ¿Por qué? ¿Cómo? Cuando me preguntaron si era aborigen, contesté que no lo era. Si yo hubiera sido aborigen, y me hubiera identificado como tal, no me habrían permitido seguir adelante. La pregunta habría conducido a más preguntas. En otras palabras, la posibilidad de retomar mi camino fue una forma de privilegio racial: incluso si yo era marrón, era una colonizadora marrón. Una colonizadora marrón no deja de ser una colonizadora.
La raza es algo complicado de abordar, y una forma complicada de que te aborden. Un segundo oficial de policía me interrogó después, y su pregunta tuvo la entonación de una ocurrencia: “¿O es solamente un bronceado?”. Aquí, el color se vuelve la clave (todo se trata del color). El color se convierte en algo que hay que explicar o justificar. La pregunta es una explicación. Un bronceado explica el color como un color domesticado. Una mujer bronceada sería una mujer que adquiere su color igual que lo hacen otras mujeres australianas; su color no es extranjero; su color es incluso una expresión de la cultura nacional, de lo que hacemos en nuestro tiempo libre.
A veces dejamos de estar en cuestión dando una explicación que no es nuestra. De modo que pude avanzar, retomar mi camino, porque pude también pasar por blanca (la mujer bronceada es una que adquiere su color) y así pasar hacia el espacio blanco. Ser una mujer blanca con color es ser bronceada, no marrón. Recuerdo muchos comentarios sobre estar bronceada en mi infancia, en general superficiales o positivos: qué suerte que te broncees con tanta facilidad, qué suerte la tuya; cómo me gustaría, a mí, con mi piel blanca que se quema y enrojece.
Cómo me gustaría, gustaría, gustaría.
Sonriendo.
Cuando la admiración se da como compensación, no es admiración. El esfuerzo por no tener lástima puede ser una forma de sentir lástima.
Ay, querida.
Pero qué suerte la tuya, querida.
Estos comentarios deberían clasificarse como racismo cortés, un género que funciona para desviar la atención de la raza como si la raza en sí misma fuera una vergüenza, algo que no se debe o no se puede conversar entre gente educada. Estos actos de habla pueden entonces traducirse así: tu color no es una mancha en tu ser, te daremos el beneficio de la duda asumiendo que por debajo tu piel es blanca, o al menos pretenderemos que por debajo tu piel es blanca porque sería más difícil no pretender.
Blanquitud: cuando el color es algo que se adquiere.
Devenir marrón sin ser marrón.
Devenir no ser.
En el capítulo 2 hice referencia a la “presunción de heterosexualidad”, una presunción de buena voluntad según la cual una persona es heterosexual a menos que afirme lo contrario. El racismo cortés funciona para crear una presunción de blanquitud. Se supone que es más cortés asumir que una es blanca. Preciso: es más cortés asumir que una es blanca a menos que se vea negra. La ambigüedad racial se trata como algo promisorio: la presunción de blanquitud supone que distanciarse de la negritud es algo deseable. Estos comentarios entonces implican también: “No te veo como marrón, sino como una persona bronceada igual que yo”, lo que en general significa que “no te veo”. Cuando las personas dicen que no ven la raza, en general significa que no ven a aquellas personas que se supone que llevan la raza con ellas (blanca: sin color, raza: de color). “No veo la raza” entonces se traduce como “no veo a esas personas que no son blancas como no-blancas”, lo que se traduce como “no veo lo que no es blanco”. Para no desaparecer, tenemos que convertir nuestro color en una afirmación voluntariosa. Otra vez: algunas personas tenemos que volvernos voluntariosas solo para aparecer.
Hay más cosas en juego en mi habilidad de pasar por o pasar a través en este encuentro. También creo que al hablar con mi voz, con la voz que tengo, me identifiqué como una persona de clase media, como alguien que pertenece a este barrio, como alguien para quien la policía trabaja y no contra quien la policía trabaja. Esto es lo que la interseccionalidad puede signifcar en la práctica: que te detengan por cómo te ven en relación con algunas categorías (no blanca, aborigen; no de clase media), que te permitan seguir por cómo te ven en relación con otras (no aborigen; de clase media, blanca).
La interseccionalidad es caótica y encarnada. En un maravilloso artículo dialogado, Ruth Frankenberg y Lata Mani refexionan sobre la poscolonialidad como una política de localización que se conforma a partir de múltiples trayectorias históricas. Una localización es inestable; una historia individual está formada por historias de colonialismo que la exceden. En su parte, Lata Mani (que escribe como feminista india que trabaja en los Estados Unidos) se refiere a dos ocasiones en las que llegó a la universidad luego del horario establecido. La primera vez, un profesor blanco le abrió la puerta y le prohibió la entrada: “Él no puede dejar entrar a nadie de la calle, Dios sabe lo que podrías hacer”. En la segunda ocasión, se encontró con una mujer filipina que estaba limpiando el corredor: “Me mira, sonríe y sin decir palabra me abre la puerta”.
Cualquiera: chusma.
Alguien: sonrisa, pase.
Interseccionalidad: detenerse, seguir, cualquiera, adentro, alguien, afuera.
En un momento, no te dejan entrar por cómo te ven (una extraña; marrón; podrías ser cualquiera). En otro momento te dejan entrar por cómo te ven (profesora; marrón pero de una clase más alta; alguien). Todo depende de quién se encuentre con quién: estás adentro o estás afuera. Y por supuesto es el profesor, no la empleada de limpieza, quien sostiene, como aquí, la puerta a la institución; quien decide quién reside aquí, quién puede ser legítimamente empleado aquí. Depende de quién se encuentre con quién; la cuestión del pasaje aparece cuando una no lograpasar. Cuando hablamos de pasar, hablamos de puertas. Para que algunas personas pasen por la puerta y entren a la habitación hace falta que quienes sostienen la puerta les den permiso. Una puerta no es solo un objeto físico que se balancea sobre sus goznes, sino que es un mecanismo que habilita una apertura y un cierre. Algunas personas tienen que pasar cuando este mecanismo funciona.
Cuando digo algunas quiero decir: no todas. No sirve decir “todos estamos pasando”, incluso si en algún sentido es así porque, como sugerí antes, todos somos residentes temporarios. Podríamos decir, por ejemplo, que todas las mujeres estamos pasando por mujeres: pasamos hacia o a través de la categoría “mujer” cuando nos asignan el pronombre femenino o cuando nos lo asignamos a nosotras mismas. Pero si no están cuestionando tu legitimidad constantemente, si no te están preguntando si eres mujer, todo el tiempo, una y otra vez, si no te cierran la puerta en la cara cuando intentas entrar a esa habitación, entonces no te hace falta pasar por mujer en el mismo sentido. Pasar es lo que una tiene que hacer porque o cuando su legitimidad se cuestiona. Las mujeres trans necesitan pasar de una manera que a las mujeres cis no les hace falta: por este cuestionamiento constante a su legitimidad. Pasar no necesariamente significaría pasar por mujeres, como si las mujeres trans no fueran mujeres: aunque la percepción de las mujeres trans como no mujeres tiene consecuencias materiales para sus vidas. Juliet Jacques, basándose en el trabajo de Julia Serano, explora precisamente este problema: cómo la narrativa del “pasar por” ubica a las mujeres trans como impostoras o fraudulentas. Pero a veces, como señala la propia Jacques, pasar por puede ser lo que una tiene que hacer para evitar el acoso. Pasar por cis es pasar a través sin ser detectada: o intentarlo. Pasar puede requerir un cierto tipo de autoconfianza: la creación de una imitación de tener un derecho a estar donde estás. Una experimenta un requisito de justificar su existencia en su manera de existir. El trabajo de diversidad puede consistir finalmente en un modo de ser. El trabajo de diversidad puede terminar siendo una cuestión de modos.
*escritora y filósofa inglesa (Salford, 1969).