El miércoles 17 de febrero el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires protagonizó otro episodio de maltrato a los ciudadanos de esta ciudad. Mientras acontecía el más que controvertido y marketinero regreso a clases presenciales (que en muchísimas escuelas son semipresenciales), el ministro de Salud citadino brindaba una conferencia de prensa para anunciar las próximas aperturas de las “turneras” de vacunación. En la misma el funcionario señaló que para los profesionales de la salud se abría la página a las diez de la mañana del miércoles 17. Es decir, cual venta de tickets para un espectáculo, quien llegaba primero se quedaba con el turno.
Pero no sólo eso, en un link diferente al empleado en el anterior tramo de vacunación, la página se abrió diez minutos antes de lo anunciado, con lo cual, segundos después de las diez, ya no había posibilidad de obtener un turno. Para decirlo todo, en la Ciudad de Buenos Aires la salud pública es una mercancía cuya obtención estimula la práctica de la sospecha y la insidia en virtud de la comunicación poco confiable de sus funcionarios. A poco que se reflexione sobre el tema, se advierte que la primera consecuencia de tal procedimiento no hace más que reducir una cuestión comunitaria a la suerte con que tal o cual individuo se las rebusca como puede; para decirlo todo: otra vez el Estado sometido al sálvese quien pueda que promueve la meritocracia, una muestra más de la deriva anticivilizatoria que distingue al desorden neoliberal.
Desde el punto de vista psicoanalítico, se trata de la maniobra más emblemática del superyó, esa instancia sádica que, cuanto más el sujeto atiende o concede, más exige; una máxima censora cuyo texto rezaría: si querés vivir tenés que perjudicar al otro, o más bien: tu derecho a vivir es condicional. Desde ya, además propiciar una nefasta obediencia, esta perversa maniobra logra en algunos casos generar culpa y una suerte de velada vergüenza, ambos signos de un reparo ético que sin embargo sume a las personas en la angustia y el remordimiento.
En el ámbito de la salud esta encrucijada se ha visto exacerbada en virtud de que la disposición del ministerio del área en CABA dispuso que los profesionales de salud independientes podían acceder a la vacuna, cuando lo cierto es que en los hospitales de la ciudad muchos colegas expuestos de manera cotidiana al contagio todavía no la han recibido. Entonces: ¿cómo se planta un sujeto frente al hecho de que --sea porque le avisaron a tiempo o porque sencillamente tuvo suerte-- logra vacunarse, mientras que a sus colegas de hospital se les retacea esta posibilidad? La alternativa de negarse a la aplicación está descartada, no bien uno advierte que el gobierno de Caba --con el fin de desprestigiar la vacuna-- ha salido a decir que muchos profesionales prefieren no aplicarse la Sputnik.
Desde mi perspectiva, no debemos someternos a la falsa opción a la que nos pretende encerrar la superyoica encrucijada más arriba descripta; esto es: no es cierto que para vivir un sujeto tenga que perjudicar al otro. Por el contrario, hay que vacunarse porque tenemos derecho y queremos vivir; y al mismo tiempo debemos exigir que el gobierno de la ciudad modifique el actual criterio de vacunación en vigencia cuya operatoria se parece más a una oferta de saldos que a una cuestión de salud pública; y que todas las organizaciones de profesionales de la salud se pronuncien en el mismo sentido, tal como algunas ya lo han efectivizado.
Sergio Zabalza es psicoanalista.