(Entre los múltiples recuerdos que desata la triste noticia, no hace falta sumergirse demasiado hondo en la historia: publicado el 18 de febrero de este año, este artículo da cuenta de la admiración por el presente de Rodolfo García, que además de su faceta artística tuvo un firme compromiso con los Derechos Humanos, y siempre estuvo cerca de este diario, con cuyos valores tenía una profunda identificación)
Camino con ansiedad las 15 cuadras que me separan de Rondeman, una sala en el Abasto a la que nunca había ido antes. Es la primera salida que hago para ver un show desde que la pandemia nos obligó a la soledad y el ostracismo. Voy con Laura, mi pareja, y los dos tenemos una sensación de libertad que hace mucho no sentíamos, y que sabemos es un poco ficticia. Por eso preferimos la caminata al bondi o al taxi. Es más segura y nos sirve para volver a ese barrio del Abasto que antes caminábamos seguido. Vamos mirando los frentes de las casas fileteados en esa cuadra de Jean Jaurés, que es una galería de arte al aire libre.
Pasamos por la de Carlos Gardel, ahora museo, donde un muchacho sentado en el umbral, escucha desde una radio “Lejana Tierra mía”, en la voz de Carlitos. Todo parece salido de una película. Apuramos el paso, esas calles oscuras dan para distraerse, pero se nos hace tarde y queremos llegar antes de que empiece el show de Jaguar, que presenta su último disco: Detrás del río. Una banda presenta un disco y la veremos en vivo, casi tenía olvidado ese rito. Además el disco salió en formato físico, CD, con librito, con data y con la letra de todas las canciones. Los nombres de los músicos están pero no los necesito, salvo el del tecladista, Julián Gancberg, porque es muy joven. Los otros tres ya son veteranos del rock: Rodolfo García, legendario batero de Almendra, Tantor y Aquelarre; Dhani Ferrón en bajo, con tres discos solistas editados y toda el áurea spinetteana en su voz, hasta cuando habla. En guitarra Lito Epumer, del grupo Madre Atómica, junto a Pedro Aznar y el Mono Fontana en los setenta, hasta Jade, pasando también por la banda candombera del negro Rada.
Llegamos en hora a Rondeman, y descubro que es el mismo lugar donde estaba el teatro Monteviejo. Cambió el nombre, pero al frente sigue Ezequiel Losada. A los tipos como él, que resistieron la pandemia y siguen sosteniendo a pulmón estos lugares, habría que hacerles el homenaje que se merecen.
Luego de cumplir todos los protocolos nos sentamos en la mesa, y con un vino de por medio, esperamos hasta que, entre humos y aplausos, sale Jaguar al escenario. Casi un año para escuchar de nuevo los acordes de una guitarra sonando en vivo, para vibrar con el más puro y genuino rocanrol.
El sonido está bien, y hasta se pueden entender sin dificultad las letras que Ferrón canta, aún sin conocerlas de antemano. Los Jaguares tocaron el disco completo, además de algunas joyas traídas desde lo mejor del rock nacional, como “Las habladurías del mundo” del célebre disco Artaud, de Spinetta, y otro, incluido también en el disco que la banda estaba presentando pero que viene de lejos: “Para que me sigas”, un tema también del Flaco, que cantaba Rodolfo antes y vuelve a cantar ahora junto a Jaguar. Esa canción sólo existía en una grabación pirata de un recital de Almendra en el Teatro El Globo, hacia fines de los sesenta, contó Rodolfo García desde atrás de sus tambores.
Y también contó la historia de un tema incluido en el disco Los Amigo, grabado en 2011 pero editado en 2015, como homenaje póstumo a Luis Alberto, que se llama “Canción del lugar”. Iba a ser estrenada en un show en Comodoro Rivadavia que finalmente se frustró, dijo García, y que se había pensado para promover las energías renovables en un paisaje onírico, con molinos eólicos y con el escenario abastecido sólo por la energía que de ellos emanaba: “Oye, pídele al viento que cante la canción del lugar”, cantan Rodolfo García y Dhani Ferrón, y parece que los molinos estuvieran en ese teatro y en ese instante.
Jaguar es la síntesis de Almendra, de Madre Atómica, de Jade, de Tantor y de Aquelarre. Hace rock, hace jazzrock, hace hard rock, hace todos los rocks que existen con solvencia y buen gusto. Hay momentos que hasta suenan como Grateful Dead, y Jerry García debe estar aplaudiendo desde arriba.
Hay tres o cuatro bises, muchos pero muchos aplausos, y vamos volviendo a la realidad. Se terminó el vino y la música, los Jaguares saludan, firman el CD, se sacan fotos con los fans, y cada uno se acomoda su barbijo y se rocía con alcohol las manos, porque volvieron los shows pero la pandemia sigue. La felicidad completa no existe.