Escribo este crónica a sabiendas de la yeta o mufa que pudiera acarrearme. ¡Por San Pugliese!

Mi esposa de aquellos tiempos se enojó muchísimo cuando me vió sonreir ante la noticia del accidente de Carlitos Jr. 

--¿Por qué lo hacés? --me inquirió apesadumbrada.

--Porque es la primera vez que puedo verlo triste a él --y señalé la cara de Saúl en la pantalla.

--Con la muerte de un hijo no se jode --me replicó. 

Y quizás porque nosotros no teníamos uno y nos costaba engendrarlo aquello la motivó a putearme. 

Me fui a la calle: cuando a uno lo han castigado, cuando ha entendido en carne propia la sangre derramada y la patria entregada, lo han sermoneado y envilecido la desaparición física de un integrante del clan de tu enemigo se saluda. Es un gesto miserable, lo sé, pero no tengo la altura del caballero condescendiente e íntegro y no gozo de una inteligencia que me amanse en estos casos. 

Anduve a los tumbos ese día con el pudor de la culpa sobre la espalda y embretado en trámites severos para nuestra economía menguante, sin plata y sin fe. En una ochava de venta de televisores lo ví de nuevo: estaba saludando con los pulgares hacia arriba elevándose en un helicóptero. "El es el desubicado, no yo", recuerdo que pensé. Nadie a quien el fallecimiento de un hijo parece haberlo devastado saluda de ese modo, triunfal y arribista. Un gesto político más que humano. 

A una cuadra vi un arremolinamiento de gente. Desde una 4 x4 dejaban caer al aire billetes de 1 peso con la cara de Menem en vez de la de Carlos Pellegrini. Aquello me enfureció y me recompuse de mi cargo de conciencia. Un Carnaval en plena calle Corrientes. Un chiste grafico justo en ese día. Aún conservo el billete con su rostro de prócer ficticio, vaya a saberse en que cajón del olvido. 

La cara de piedra, la dentadura perfeccionada , la pelambre impuesta, el lifting mal hecho; así recuerdo al ex presidente que se fue. Sin dignidad ni respeto. Su carne se debe estar desvaneciendo en sintonía con su alma descompuesta de mucho antes. Me cuesta creer que estoy escribiendo esto. Mi esposa de aquellos años me amonestaría seguramente. Pero debería recordarle las tarjetas que no pudo pagar, el crédito insolvente, el empeño de su trabajo en vano, el jornal mal pago, la violación reiterada de su plan de vida tiene un nombre, un diseño trazado para mal de argentinos y argentinas y es el mismo que ahora yace, por fin, encerrado en una rectángulo de fina madera. 

No me avergüenzo, los que me conocen saben que soy de extraviar la chaveta y saltar como un resentido por algunas cosas que no entiendo. Asesinar con mano enguantada a millones de argentinos, entregarse al derroche, bajar las banderas de la lucha, perdonar a los torturadores. ¿Ese dolor que siento será proporcional a la pérdida de su hijo? Miles de pueblos a los que secó de hijas e hijos murieron por sus planes y no pudieron ni andar, ni ser recordados ni vivir ni soñar porque alguien los empujó desde arriba. Como le ocurriera a su retoño. No fueron bajados a tiros para caer como pajaritos a tierra, fueron expulsados de sus vientres sin oportunidades ni piedad. Así fue, lo siento. Es la naúsea, alguien lo tiene que decir. 

Espero escribir otras necrológicas, obituarios sin dignidad alguna, sin coartadas políticamente correctas ni excusas ni absoluciones ideológicas cuando sea la hora en que las sombras se lleven a otros que cometieron el mismo pecado capital: asesinar a un país, echarle la culpa a los inocentes y después sonreír para la foto. Amén.

 

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