En los días que corren hay declaraciones y movilizaciones en defensa de la Ley de Fomento Cinematográfico ante el riesgo de que pudiera ser limitada o eliminada. Será bueno entonces recordar las dificultades de su aprobación y así comprender cuáles son los factores amenazantes aún hoy.
La Ley 24.377 tuvo su aprobación final por unanimidad en el Senado el 29 de septiembre de 1994 y se publicó en el Boletín Oficial el 19 de octubre de ese año. Fue consecuencia de una larga tramitación llevada adelante a pesar de muchos obstáculos. Asumí como Secretario de Cultura de la Nación (hoy Ministro) en 1993 y entre los objetivos que me propuse fue lograr la aprobación de la Ley del Cine. Hacía tiempo que daba vueltas por el Legislativo un proyecto impulsado por el entonces director del INCA (entonces sin la A de audiovisuales) Guido Parisier, pero luego de una dificultosa aprobación en Diputados se había estancado en el Senado.
Las razones me fueron claras: había un fuerte lobby en contra por parte de dos sectores de poder. Por un lado los medios nacionales que aportaban impuestos al Comfer, institución cuya eliminación buscaban pero que les iba a resultar difícil lograrlo porque de aprobarse la ley reaccionaría el gravitante y mediático mundo de la cultura, no sólo cinematográfica, ya que perdería una importante fuente de financiación. Ya conocemos cuál fue el destino del Comfer.
El otro factor de presión fue la industria cinematográfica norteamericana. Fue entonces cuando comprendí una de las razones del poderío económico y financiero del país del norte. ¡Los alarmaba el posible desarrollo de la cinematografía de un país periférico como el nuestro! Uno de los más activos opositores fue el presidente de Disney Argentina, Diego Lerner, quien recorrió programas de televisión protestando por el gasto de apoyar una industria según él inexistente a costa de los impuestos de los ciudadanos. Recuerdo un áspero debate que sostuvo con un inspirado Javier Torre, creo que en el programa de Bernardo Neustadt. No fue de extrañar que periodistas de nota se alinearan con el boicot a la Ley y sostuvieran el argumento de lo absurdo de que el Estado subsidiara una industria sin futuro. Afortunadamente hubo otros que la defendieron.
Algo relevante fue la ejemplar movilización de la gente del cine en apoyo de la Ley, rompiendo una tradición de cierta prejuiciosa pereza de la gente del arte y la cultura a manifestarse activamente a favor de sus intereses. Me emociono al recordar la sala del Senado repleta de fervorosos técnicos, directores, productores, actores, actrices, celebrando la aprobación por unanimidad. Para ello fueron necesarias algunas reuniones con el bloque de senadores peronistas, entonces mayoría numérica, en las que puse en claro los beneficios no sólo culturales sino también políticos de la probación. Esa actitud proactiva de los cinematografistas favoreció más tarde la aprobación de la Ley del Teatro, pues los teatristas adoptaron la evidencia de que las cosas se consiguen con movilización y formaron el recordado MATE (Movimiento de Apoyo al Teatro) cuya memoria evoca a la gran Alejandra Boero.
La presión de la industria norteamericana hizo que viajara a Buenos Aires el presidente de la Motion Pictures –no creo que ése sea el nombre correcto– la asociación que agrupa a los integrantes de la industria cinematográfica de USA, y que forzó varias reuniones conmigo en las que me amenazó amablemente con los inconvenientes que me acarrearía si no retiraba el proyecto de Ley.
Valga esta evocación histórica para comprender que una institución cuya existencia estuvo amenazada desde su principio merece ser defendida con uñas y dientes. Es decir con movilización y más movilización.