La revista Gente tiene en la tapa una foto de Micaela García donde se la ve sonriente con una remera que dice #Ni Una Menos. La foto es pequeña; claro, no es el tema principal, pero su presencia en la tapa lo jerarquiza: “El crimen de Micaela. Luchó contra la violencia y terminó siendo víctima”, sentencia la revista. La misma revista cuyos trabajadores y trabajadoras salieron a cuestionar la cosificación del cuerpo de las mujeres que promueve en su línea editorial, como acción en el histórico paro nacional de mujeres del 19 de octubre, convocado para repudiar otro femicidio, el de la adolescente de 16 años Lucía Pérez, drogada, violada y empalada en Mar del Plata.
Texto y foto en la tapa de Gente sintetiza el mensaje que pretenden imponer ciertos mensajeros del patriarcado, voceros privilegiados. Como Chiche Gelblung, que afirmó que una chica no puede andar sola a la madrugada, en relación al femicidio de Micaela. O Baby Echecopar que aseguró que muchas violaciones ocurren por “provocación” de nenas de 12 años. Culpabilizar a las víctimas de las violencias que sufren: un sentido común que buscó cristalizar la última dictadura militar para justificar las desapariciones y asesinatos perpetrados por el terrorismo de Estado. La culpa es de ellas, de nosotras: por la hora en que salimos a la calle, por la ropa que nos ponemos, por la pose que elegimos desde niñas para la foto que subimos a redes sociales. Y no de los agresores que nos atacan, nos violan, nos matan. De eso nos quieren convencer.
Si luchás contra la violencia machista te puede pasar lo que a Micaela, ojo. Ella, que era militante social, que tenía conciencia de género, que probablemente se definía como feminista, terminó en un zanjón, asesinada. Ese mensaje quieren imponer.
La revista tampoco habla de femicidio en el título: lo convierte en un crimen común, en un caso policial más, sin el componente de género que tiene todo asesinato de una mujer por el hecho de ser mujer.
Las marchas convocadas por el colectivo Ni Una Menos tienen una presencia cada vez más joven. Los centros de estudiantes van abriendo secretarías de género. El movimiento, la marea que levanta las banderas contra la desigualdad histórica de las mujeres en la sociedad, y contra las violencias machistas y su expresión más extrema, los femicidios, va permeando en sindicatos, –que tienen que dar respuesta a nuevas demandas reclamadas por trabajadoras, hasta ahora silenciadas–, en barrios, en escuelas, en distintos espacios y geografías.
Los voceros del patriarcado buscan mantener a las chicas, a las jóvenes, en el molde. En ese molde de la resignación frente a las violencias machistas cada vez más visibles, nombradas e identificadas, en el propio cuerpo, en la propia vida. La otra cara de la violencia de género es la discriminación estructural hacia las mujeres. Quieren atemorizarnos, callarnos, inmovilizarnos, devolvernos al aislamiento del hogar, como reclusión, de donde –creen– nunca debimos osar salir para denunciar al sistema patriarcal que nos agobia. Ese mismo patriarcado que hasta hace setenta años no nos permitía votar a las mujeres y que hasta hace apenas 32, no nos dejaba decidir sobre la vida de nuestros hijos e hijas. Y que hoy, cuando vamos a denunciar que nos maltrata nuestra pareja o ex, lo único que busca identificar, la Justicia con sus pericias psiquiátricas es si somos fabuladoras y mentimos.