El agente topo 5 puntos
Chile/Holanda/España/Alemania/EE.UU., 2020
Dirección y guion: Maite Alberdi.
Duración: 84 minutos.
Intérpretes: Sergio Chamy, Petronila Abarca, Romulo Aitken.
Estreno en Netflix.
Reforzada por la presencia de productoras europeas y estadounidenses, la mayor sorpresa que depara esta modestísima película escrita y dirigida por la realizadora chilena Maite Alberdi es su calurosa recepción, nominaciones y más de un premio recibido en diversos festivales y concursos internacionales, de Sundance a San Sebastián y de los Goya españoles a los Independent Spirit Awards y, faltaba más, la preselección al Oscar. De esos galardones, el más comprensible es el Premio del Público recibido en el festival vasco: estando, como está, poblada de viejecitos olvidados, se trata de la clase de película que puede generar en algunes espectadores babeos enternecidos. Otro factor de asombro es que se la considere un documental liso y llano, cuando su trama corresponde a la de un film de espías. De espías más que octogenarios, claro, porque el film de Alberdi no pretende ser otra cosa que una comedia livianísima, con un resabio un poquitín amargo. OK, película de espías stricto sensu no es. ¿Pero documental?
El agente topo recurre a la a esta altura más que remanida fusión entre documental y ficción. Por un lado la ficción: un investigador privado, que tiene una oficina con puerta con vitrina --como las de los private eyes del cine negro de los 40-- pone un aviso en el diario, buscando “anciano de 80 o 90 años, que sea autovalente”. Una decena de señores concurre a esta suerte de casting y el investigador elige a uno de ellos, llamado Sergio (el actor amateur Sergio Chamy, excelente), para cumplir con la misión. ¿Qué misión? Dar con un “blanco” (traducción de target), mamá de la señora que contrató el servicio, para verificar que en el geriátrico donde está alojada no la maltraten ni la tengan desatendida. Bué, es una comedia y supongamos que puede pasar esto. El investigador entrega a su “topo” una lapicera y un par de anteojos con camaritas ocultas, como a un 007 viudo, con tres hijos y un nieto, y lo despide con el encargo de que lo mantenga informado.
Lo que sigue es la inversa de esa primera parte: un documental con suaves gotas de ficción. Sergio se asoma a alguna habitación, hace alguna que otra pregunta y envía a su contratista informes estrictamente manuscritos. Se supone que lo que importa no es la trama sino su progresiva adaptación a ese sitio nada sórdido, poblado más por ancianas que por ancianos, con la lógica consecuencia: bendito es Sergio entre todas las mujeres. Y el verdadero culpable resultan no ser las enfermeras sino la hija de la señora, que la arrumbó como un mueble en desuso. Esto, que no es novedad para nadie, daría la impresión de que está llamado a despertar la empatía del espectador. Así como los internados. Este crítico al menos, para que le pase eso necesita que los personajes sean tales, y no un grupo indiferenciado de ancianes cuya única singularidad es haber trabajado en esta película.