Hace tiempo que no escribo sobre lo sucedido en la semana. Dejé cuando terminó el gobierno de MMLPQTP, un poco harto y un poco por consejo de mis editores. Durante esos cuatro años me fue casi imposible escribir otra cosa. Era un exorcismo. Si no puteaba dos párrafos por día al mejor equipo… bla… bla… se me hacía difícil desayunar, incluso respirar.

Para escribir sobre la coyuntura hay que pensar menos. Basta con hacer memoria de lo sucedido en esos días y darle a la Remington como si se te fuera la vida. El inconveniente es cuando la realidad viaja más rápido que los dedos en el teclado. Eso en un país normal. En Argentina viaja siempre cien veces más rápido. Entonces, pasado, presente y futuro pueden mezclarse peligrosamente.

A una nota de coyuntura hay que ir acomodándola según sople el viento. Si hubiera escrito sobre la muerte de Cristo (ponele), días después tendría que haber narrado la resurrección. Claro que si Cristo hubiera sido argentino hubiera muerto a la mañana, resucitado al mediodía, creado una religión a la tarde y otra diferente a la noche negando a la primera. Así es un día normal en esta patria nuestra. ¿No me creen? Vean, entonces.

Comencé esta nota el domingo. Iba a hablar de la vergüenza como arma política. Venía pisteando como un campeón cuando se nos muere el Turco que lo Reparió. Cambio de frente, me dije, y me puse a ajusticiar a su memoria. Pero… la argentinidad se hizo presente.

Acá es donde debo contar que, como en Sostiene Pereira, tengo obituarios escritos para cuando llegue el aciago día. El del Turco que lo Reparió lo escribí hace rato. Le llamo obituario pero en realidad es una ristra de puteadas, algunas ingeniosas y otras pura patoteada del que no se pudo vengar en vida y se venga en muerte.

Estaba por darle rienda suelta a mis ganas de ponerlo en el lugar histórico que se merece cuando, para sorpresa mía, empezaron los comentarios donde se lo destacaba como un demócrata y coso. Luego llegaron los zombis con sus dos minutos de recreo histórico para repetir idioteces. Todo con la complicidad de la televisión, que creía conveniente consultar ¡a Corach! sobre el hombre que nos había fundido a todos menos a sus amigos.

Tuve que detenerme a mirar por la ventana, es decir por el televisor, porque era difícil describir que al rato hubiera peronistas reivindicando a un neoliberal, macristas neoliberales puteando a un neoliberal por peronista, neoliberalbes defendiendo a un peronista y peronistas y macristas unidos en los lamentos. Eso sin olvidar el obligado protocolo oficial desplegado y el innecesario y desmesurado respeto de nuestros dirigentes para con semejante basura.

Mi nota de coyuntura comenzó a bascular peligrosamente. El lunes ya era un pastiche ideológico que tiraba de sisa y olía a podrido. Así no hay nota que aguante, me dije. Le escribí a mis editores, acompañando esas palabras con emoticones de lágrimas. Ellos me contestaron con un lacónico: jodete.

Acostumbrado a remarla en dulce de leche, el martes había logrado acomodar la nota a la coyuntura. Pero esta semana nada sería sencillo. Es que, aprovechando las novedades que aportaba la muerte del Turco (algo tenía que aportar) algunos compañeros empezaron a hacer comparaciones muy raras. Que Alberto era menemista, que era la continuidad del menemismo y del macrismo y hasta lo compararon con Lenin Moreno. No me hubiera extrañado ver a un grupo salir a la calle al grito de “que se vayan todos”. En el medio, los trolls y los “yo no creo en nada” se estaban haciendo una panzada con nosotros.

A esa altura mi nota iba de acá para allá como relato del inverosímil Tom Castro, el personaje de Borges que cuando contaba su vida cambiaba el final según el ánimo del auditorio. Es que algunas críticas eran sorprendentes por su ferocidad. Y no es que me guste pagar mil mangos un kilo de asado, claro. Pero, ¿Alberto igual al Marmota y al Turco? Lo curioso era que corrían al gobierno por izquierda y por derecha al mismo tiempo y con los mismos argumentos. Algunos con el peronómetro a full, otros con la indignaditis a flor de piel y otros con argumentos atendibles, claro.

Al fin, muy desconcertado y esperando que aclare, dejé macerar la nota y la retomé el jueves. Ahí escribí: “si el enemigo sacara los pies del plato tan rápido como nosotros, ya los habríamos vencido hace rato”. Lo borré y lo volví a escribir. Y lo volví a borrar. Y a escribir. También me gustó una frase que leí en Facebook (perdón por apropiarme) que decía que no era lógico hundir tu propio barco porque no te gusta el capitán.

Me encontraba tratando de evaluar cómo seguir cuando aparece una encuesta que dice que Alberto sube en la aceptación por su gestión. ¿Entonces? Ahí sí que ya estaba perdido por completo. Es obvio que las encuestas pueden ser falsas. Pero también pueden no serlo.

Estaba por embarcarme en sesudos análisis pero me dije que ya era suficiente. Corté por lo sano e hice lo que hago siempre en estos casos. Fui a buscar una noticia internacional que me sacara de ese berenjenal llamado Argentina.

Me entusiasmé cuando vi que había erupcionado el Etna. Con un poco de suerte, me dije, el volcán arrasa media Europa y nos olvidamos por un rato de nuestros males gauchos. A esa altura la Remington me pedía tregua. Es una máquina de escribir con historia, usada por periodistas de guerra y en libros paradigmáticos. Una máquina con conciencia social y política. Por eso, cuando estaba por acomodar de nuevo mi opinión para no herir a nadie, se trabó y no quiso seguir adelante.

La nota quedó así, como la están leyendo ahora. Y para el futuro, me dije, mejor vuelvo a la sencilla tarea de encontrarle una explicación al devenir de la humanidad. Es más liviano.

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