La pandemia continúa provocando un impacto notable en la organización de las economías avanzadas y emergentes pero los primeros resultados de los planes de vacunación parecen indicar que en pocos meses el mundo recuperará cierta tranquilidad sanitaria.
Los economistas, inversores y analistas de distintas disciplinas empiezan a tener dos tareas importantes. La primera es intentar adelantar los cambios estructurales que llegarán a partir de la pospandemia. El nuevo patrón de consumo, el impacto de la tecnología en el mercado laboral y la transformación de los centros urbanos serán claves en los próximos años.
La segunda tarea es medir los desequilibrios que deja la crisis sanitaria. En este punto el Instituto Internacional de Finanzas (IIF) publicó recientemente un documento interesante para evaluar uno de los principales desafíos económicos: la deuda global.
El endeudamiento del mundo aumentó el año pasado en forma impresionante hasta los 281 billones de dólares (355 por ciento del PIB global). Para entender la dimensión de estas cifras puede mencionarse que en los últimos diez años el monto de la deuda mundial subió en 88 billones de dólares y de esa cifra 24 billones se registraron el año pasado.
Los gobiernos explicaron más de la mitad de la nueva deuda emitida en 2020 (cerca de 12 billones de dólares) aunque también hubo un incremento notable de las colocaciones de empresas, entidades financieras y de los préstamos para los hogares.
Los países europeos lideraron el aumento de la deuda en términos del Producto Interno Bruto de sus economías. Principalmente Francia, España, Grecia e Inglaterra registraron un salto en el endeudamiento cercano a 40 puntos porcentuales.
En las economías emergentes Sudáfrica e India registraron los mayores aumentos en los ratios de deuda pública, mientras que Perú y Rusia anotaron las mayores subas de la deuda corporativa. Un dato interesante es que gran parte de las nuevas colocaciones se hicieron en monedas locales (con lo que se evitó la emisión de bonos en moneda extranjera).
En total los gobiernos registraron en 2020 una deuda equivalente al 105 por ciento del PIB mundial. La cifra era del 88 por ciento en 2019. Para 2021 se estima que la deuda de los países volverá a subir en 10 billones de dólares (cifra similar a la del año pasado).
El documento del IIF marca que las señales de estabilización en la relación la deuda sobre Producto de los gobiernos por el momento son débiles. En particular el problema recaerá en 2021 en las economías de menores recursos y sin acceso a las vacunas.
Los países no desarrollados se encuentran expuestos a nuevas tensiones económicas que moderen el rebote de este año o incluso generen nuevas recesiones. La situación es diametralmente opuesta para las potencias maduras. Se espera que en el segundo semestre se consolide la recuperación de los mercados internos.
En el informe del Instituto Internacional de Finanzas aparece –además de las dificultades para los países pobre- otro problema en puerta: la zombificación corporativa. Es decir empresas que se mantuvieron en pie gracias a políticas extraordinarias de crédito barato que pueden terminarse y ocasionar una ola de quiebras y defaults corporativos.
El descenso en el número de empresas que se declaran en concurso de acreedores, según el análisis del IIF, fue extraordinario en muchos países, en especial en los europeos. Pero la contracara es que un retiro de las medidas de estímulo de los gobiernos podría implicar un salto en el cierre de empresas y una ola de mora en los créditos.
Es una encrucijada porque si se retira el financiamiento barato existe la posibilidad de ocasionar un problema sistémico (por el impacto de la mora crediticia sobre el sistema financiero), pero si no se retira las empresas sin viabilidad de negocios continuarán existiendo gracias a una acumulación de deuda cada vez mayor sin posibilidades de repago.