Hace 208 años se encontraban en Salta, en un campo de batalla por segunda vez en pocos meses, el general patriota Manuel Belgrano con su par realista Pío Tristán. Ambos nacidos en territorio americano y educados en España, llegaron a ser compañeros en la Universidad de Salamanca, pero supieron abrazar distintos bandos durante la guerra de la independencia.
Los dos simbolizan las miles de historias cruzadas y sentimientos contradictorios entre los protagonistas de aquella época. Los manuales escolares simplifican este período como una lucha entre revolucionarios contra la corona española, obviando que en realidad la mayoría de la sangre que corrió era de personas nacidas en la propia América, que por convicción, obligación o conveniencia se alinearon en uno u otro ejército.
Esa fue la lectura que realizó Belgrano cuando por segunda vez, después de haberlas vencido en una confusa batalla en Tucumán, logra la victoria en Salta sobre las tropas de Tristán, ahora de manera contundente, consiguiendo la capitulación absoluta del Ejército español.
El creador de la bandera argentina, que justamente ondeó por primera vez en una batalla ese 20 de febrero de 1813, tras la pelea tuvo que decidir la suerte de más de 2000 soldados enemigos capturados.
Por un lado le era inviable desde lo económico la manutención de los prisioneros, porque los recursos escaseaban hasta para sostener a su propia tropa.
Pero también entendió que liberándolos bajo juramento de no levantar nuevamente un arma contra los revolucionarios, lograría que ese gesto magnánimo se difunda por boca de los propios soldados realistas en el Alto Perú y le valdría obtener refuerzos voluntarios o, por lo menos, una simpatía de los habitantes del actual territorio boliviano.
Finalmente los dejó ir con honores, al día siguiente de la ardua batalla. Muchos rompieron el juramento e inmediatamente volvieron a luchar contra los patriotas. Las críticas inmediatamente cayeron sobre la decisión de Belgrano.
En una carta enviada a Feliciano Chiclana, el general sentenció: “Siempre se divierten los que están lejos de las balas, y no ven la sangre de sus hermanos, ni oyen los clamores de los infelices heridos; también son esos los más a propósito para criticar las determinaciones de los jefes: por fortuna, dan conmigo que me río de todo, y que hago lo que me dictan la razón, la justicia, y la prudencia, y no busco glorias sino la unión de los americanos y la prosperidad de la Patria”.
El doble triunfo en Tucumán y Salta, le sirvieron a Belgrano para obtener cierto prestigio como militar, pero además para esquivar lo que hubiese sido su ocaso como hombre público, si su desobediencia a la orden de retroceder hasta Córdoba era coronada con una derrota, que hubiese liquidado lo poco que quedaba en pie del Ejército del Norte.
Pero los siguientes reveses en las altoperuana Vilcapugio y Ayohuma, derivaron en un sumario dispuesto por el gobierno central para dilucidar las responsabilidades del general en las derrotas. Ese proceso nunca arrojó resultados, pero igualmente a Belgrano le valió un exilio diplomático por Europa que lo alejó por un par de años de las nacientes Provincias Unidas del Sur.
Igualmente esta segunda fallida campaña al Perú, terminó configurando los límites del actual territorio argentino. Nada hubiese garantizado la posterior recuperación de las provincias del norte si Belgrano se afincaba en Córdoba tal como eran las órdenes originales y las dejaba indefensas a merced de los españoles
Los últimos años de Belgrano a la vuelta de Europa, lo encontraron nuevamente al frente de las tropas. A pesar de su delicado estado de salud intentó organizar una tercera excursión al Alto Perú, aunque sin éxito por la falta de recursos y de interés del gobierno de turno. Luego se vio obligado a participar de algunas de las emergentes disputas internas que pocos años después configurarían la primera gran grieta de la historia argentina, dividiendo al país entre unitarios y federales.
Tan solo siete años después del heroico triunfo en Salta que le significó el momento de mayor reconocimiento en vida, Belgrano moría un 20 de junio de 1820, pobre e ignorado, solo acompañado por su médico personal y un par de familiares.
En 1902 en ocasión del traslado de su cuerpo al atrio del convento de Santo Domingo, dos ministros del roquismo, Joaquín V. González y Pablo Ricchieri, se llevaron cual souvenir los profanados dientes del prócer, que debieron devolver presurosos ante el escándalo que se generó cuando salió el hecho a la luz.
Militar encumbrado y millonario comerciante
Menos conocido para los argentinos, la suerte de Tristán fue inversa a la de Belgrano. Tras la derrota en Salta, el nacido en Arequipa solo pasaría un par de meses malos y arrancaría un derrotero de cambios de bandos que siempre lo dejaban bien ubicado.
Previo a asumir el mando de la vanguardia del Ejército Real, venía de destacarse en acciones militares contra la primera expedición patriota al Alto Perú. Con su bien ganada fama en el campo de batalla, sus superiores supusieron que era el hombre ideal para acabar con la revolución del Río de la Plata y emprendió en 1812, contra toda recomendación, la persecución de las tropas ahora comandadas por Belgrano.
Las derrotas contra lo que consideraban una fuerza inferior, hicieron que caiga la consideración que tenían sus superiores de él y fue inmediatamente desplazado del ejército, por lo que retornó a su ciudad natal a dedicarse a los negocios, algo para lo que tenía también mucha habilidad
En esa época no existían los memes, pero sí las coplas populares, y al militar peruano le dedicaron una que jugaba con su apellido: “Por un tris se perdió Salta y por un Tan Tucumán”.
Después de Salta, Tristán cumplió unos meses con su juramento de no volver a levantarse en armas contra la causa de la revolución. Su vuelta a la escena pública se daría en 1814 cuando se involucró para sofocar el levantamiento independentista en Cuzco, pero cayó prisionero. Y aquí se da uno de los episodios más curiosos de la vida del militar, ya que sus propios captores lo nombrarían gobernador de Arequipa, y se dedicaría a perseguir a sus ex camaradas españoles.
Pero esa deflexión a la corona no le significó perder su carrera militar, ya que una vez derrotados los revolucionarios, otra vez se cruza de bando y Tristán es designado por los españoles como presidente de la Audiencia de Cuzco y unos años después es ascendido al rango de Mariscal de Campo
Ante el inminente avance de las tropas lideradas en el Perú por José de San Martín y en el norte por Simón Bolivar, que hacían prever el fin del virreinato español, Tristán intercambia correspondencia con uno de los oficiales bolivariano, José Sucre, que lo invita a unirse a la causa revolucionaria, lo que el realista no ve con malos ojos, pero continúa sirviendo a la corona.
Esa fidelidad le valió que en 1824 fuera designado como último virrey del Perú, un cargo testimonial en el que duró seis días, pero que le permitió ser el encargado de la transición a la república del Perú.
Inmediatamente abrazó la causa republicana y fue nombrado prefecto de Arequipa. Luego participó de la creación de la confederación Perú -Boliviana y en 1838 fue elegido por unos meses presidente del Estado Sud Peruano.
Sobrina socialista y feminista
En paralelo a sus cargos públicos, el militar y comerciante fue acrecentando su fortuna económica y llegó a ser una de las personas más ricas del Perú. En esas tierras el apellido Tristán cobró cada vez más prestigio, tal como lo pudo comprobar su sobrina Flora.
Hija reconocida por Mariano Tristán, su prematuro fallecimiento evitó que pueda formalizar con un casamiento la relación que tenía con Therese Lesnais, la madre de Flora, lo que legalmente la dejó sin derecho a la herencia.
Luego de una juventud de privaciones y un infeliz matrimonio en París, que concluyó cuando su marido intentó matarla, decidió ir a visitar en América a su tío Pío, para reclamarle su parte de la herencia.
Tristán la recibió y alojó como su sobrina, así la presentó ante la sociedad peruana, pero legalmente la rebajó a una “hija del pecado” de su hermano y nunca le reconoció su derecho a la herencia.
Flora volvería al poco tiempo a Europa, hay versiones que indican que por unos meses estuvo recibiendo dinero periódico de parte de su tío en carácter de colaboración y buena voluntad. Pero otras fuentes indican que cortó relación con Tristán no solo por el trato que le dio, sino también asqueada de ese opulento mundo, lleno de servidumbre y esclavitud.
La sobrina de Tristán luego fue una de las precursoras del socialismo, su libro “La unión Obrera” fue parte de la lectura habitual de Carl Marx. También escribió “La emancipación de la mujer”, en la que reniega del relegado papel de la mujer en la sociedad del siglo XIX, y en el que expondría varios lineamientos retomados más adelante por los movimientos feministas.
Flora murió en 1844 a los 41 años, cuatro años después nacería su nieto, el pintor postimpresionista Paul Gauguin.
En tanto Pío Tristán morirá varios años después, en 1860, siendo considerado por la sociedad peruana como un noble y respetable anciano. A esa altura su férrea defensa del colonialismo y sus constantes cambios de bando eran parte de un lejano y borrado pasado.