La historia de la WNBA, la liga femenina de básquet de los Estados Unidos, es una historia de mujeres –en su mayoría afroamericanas y latinas– en una sociedad machista y racista. Fundada en 1996, desde sus inicios lucha por moverse a la par de la NBA, aunque la desigualdad económica y de oportunidades entre jugadoras y jugadores todavía es enorme.

Pero eso nada tiene que ver con el talento, porque la liga femenina es un gran lugar a donde ir en busca de básquet bien jugado. Hay arrestos individuales, pero también un rigor táctico y estratégico que hacen de cada partido un episodio ideal que va más allá de los finales épicos.

Para entender la brecha salarial entre jugadoras y jugadores, el caso de Skylar Diggins-Smith es paradigmático. Antes de ser profesional, había sido galardonada con cerca de diez premios a nivel estatal, regional y nacional como una de las grandes promesas del básquet entre 2009 y 2013. Ese año, fue elegida en el puesto número tres del draft (el proceso de selección de jugadores y jugadoras universitarios que pasan a convertirse en profesionales) y firmó su contrato de rookie por 40 mil dólares anuales. Si hubiese sido hombre, le hubiesen correspondido 4 millones. Y no por una cuestión de negociaciones: así están pautadas las tarifas en relación a los presupuestos de una y otra organización.

La WNBA siempre ha tenido que luchar por hacerse visible en una sociedad que no le da la suficiente relevancia al deporte femenino. Tanto es así, que recién a partir de 2010 algunos equipos comenzaron a ser rentables económicamente y los contratos televisivos aumentaron la difusión de los partidos. Pero el camino fue largo: allá por 2000, las campeonas de la temporada Houston Comets fueron invitadas a la Casa Blanca y se convirtieron en el primer equipo femenino que consiguió esa distinción. Hasta entonces, ningún otro, de ninguna disciplina, lo había logrado.

Los triunfos siguieron, porque en 2006 la WNBA fue reconocida como la primera liga en la historia del deporte femenino en sostenerse durante diez años. Hasta que llegó 2018 y de la mano de la presidenta de la liga, Lisa Borders (también presidenta del movimiento Time's Up), y del sindicato de jugadoras, se consiguieron mejoras laborales básicas. Las conquistas incluyeron un incremento de alrededor del 50% en los salarios, viajes en avión en primera (un dato irrisorio si se tiene en cuenta que los equipos de la NBA tienen aviones privados), habitaciones individuales en los hoteles y con camas para sus hijes en los partidos de visitante, licencias por maternidad, planes familiares para ex jugadoras con deseo de ser madres (ya sea por adopción o fertilización asistida) y programas de inserción laboral para jugadoras retiradas.

Diana Taurasi, sangre argentina en la WNBA.

La profesionalización trae mejoras en todos los rubros. Y el nivel de la WNBA creció a la par de estas conquistas. El juego se volvió más fluido, las jugadoras mejoraron físicamente y aumentaron los porcentajes de efectividad en tiros de campo. Con ello, se acercó el público. El apoyo de los jugadores de la NBA se hizo cada vez más notorio y la campaña "Apoyá el básquet femenino" se repitió desde entonces en cada temporada. Hoy la liga femenina cuenta con 12 equipos que se enfrentan entre marzo y septiembre, con un receso para el esperadísimo All Star Game en julio, que reúne a las mejores jugadoras del año.

"Se trata de aprovechar el momento, el movimiento y el momentum", dijo Cathy Engelbert, actual Comisionada de la liga, en relación a los logros conseguidos. La WNBA está viviendo su mejor momento, las jugadoras saben que pertenecen a un movimiento que también lucha por las causas de derechos civiles y desean sostener ese impulso para que el básquet femenino sea cada vez más fuerte.

Diana Taurasi: la mejor, con sangre argentina.

El 3 de septiembre de 2019, la cara de Eva Perón llegó a la WNBA. Diana Taurasi, una de las mejores basquetbolistas de todos los tiempos, usó un diseño especial de zapatillas: una con la cara de Ruth Bader Ginsburg, jueza feminista de la Corte Suprema de los Estados Unidos, y la otra con la cara de Evita y la frase: "Sé que, como toda mujer del pueblo, tengo más fuerza de la que parece". Para quienes no la conocen, es posible que esta sea una buena carta de presentación. La otra: es mitad argentina. Su madre es rosarina, su padre nació en Italia pero vivió en Argentina desde los cinco años, y ella (aunque nació en California) llegó a vivir un año en Rosario durante su infancia.

Para entender la relevancia de Diana Taurasi, nada mejor que seguir con las imágenes: aunque nunca se haya blanqueado oficialmente, ella es la mujer que aparece en el logo de la liga femenina. Así como es un secreto a voces que el logo de la NBA representa a Jerry West, el de la WNBA le pertenece a ella. Su peinado, su estética lanzando el gancho. No hay dudas. Tampoco hay dudas de que lo merece: tres veces campeona con las Phoenix Mercury, su equipo actual, dos veces MVP (Most Valuable Player) de las finales, una vez MVP de la temporada regular, 10 veces All Star y máxima anotadora en la historia de la liga.

Pero el liderazgo de Taurasi, casada con su ex compañera de equipo Penny Taylor, va mucho más allá de eso, porque ella también es una de las voces más escuchadas de la liga. Si su talento le valió el reconocimiento de figuras como LeBron James y Kobe Bryant (que la apodó “White Mamba”, en relación a su propio apodo “Black Mamba”), su misión por visibilizar el básquet femenino la llevó a posicionarse como referente del deporte en todo el mundo. Aunque su lucha no se limita a eso: también pelea por los derechos civiles de los afroamericanos, los latinos y la comunidad LGBTIQ+. "Si la WNBA es una forma en la que ese mensaje sea escuchado y visto por más personas, esa es la forma en la que quiero ser parte", dice con seguridad.

A sus 38 años, volvió a firmar por dos temporadas con su club y se aproxima a romper récords (está por superar los 10 mil puntos, 2 mil rebotes y 2 mil asistencias). Hay Diana Taurasi para rato y Argentina lo celebra.

*Sebastián Chaves.