En el banco que ocupaba Delia Gerónimo Polijo nunca más se volvió a sentar otro estudiante, en la escuela media de la pequeña localidad cordobesa de La Paz, en Traslasierra. Desde que la adolescente desapareció el 18 de setiembre de 2018, camino a su casa, en un paraje rural cercano, su pupitre quedó vacío. Delia tenía entonces 14 años. Nunca más se supo de ella. Como su mamá, Modesta, y su papá, Mario, gente muy humilde de origen boliviano, sus compañeras y compañeros de curso también la esperan. “Te extrañamos”, escribieron en su banco, le dibujaron corazones rojos y flores, una carita con lágrimas, le pusieron T.K.M y quedó ahí, intervenido, junto a su silla, en el aula de segundo año, esperándola. El último jueves Delia habría cumplido 17 años, y como cada 18 desde su desaparición, la comunidad de La Paz marchó alrededor de la plaza central para acompañar a su familia en el reclamo de “Verdad y Justicia Por Delia”. No es la única desaparecida en esa zona de Córdoba: en los últimos seis años desaparecieron otras tres mujeres en pueblos cercanos.
“Como mamá ya no doy más. Quiero irme de aquí. Para nosotros no hay paz en mi casa”, dijo en la marcha del jueves Modesta, entre lágrimas, en un testimonio desgarrador, delante de una bandera argentina y otra de Bolivia, con fotocopias en blanco y negro con el rostro de la adolescente, de cabello lacio, largo y oscuro, pegadas en los paños. Modesta también llevaba una remera con la cara de Delia. Mario, el papá se refirió a la investigación judicial. “La justicia es muy lenta y no hay ningún avance. Pasó mucho tiempo y no sabemos nada. Llevamos 29 meses”, recordó, conmovido.
La Paz es un pequeño pueblo serrano del departamento San Javier, en Traslasierra, de calles de tierra, de alrededor de mil habitantes, conformado por 8 parajes rurales, y ubicado a 232 km al oeste de la ciudad de Córdoba, cerca del límite con San Luis. La desaparición de Delia hace casi dos años y medio marcó un antes y un después: se quebró la confianza entre la población, ya no se dejó jugar a las niñas y a los niños a la hora de la siesta con la misma libertad y despreocupación que podían hacerlo antes. Madres y padres empezaron a trasmitirles advertencias, a percibir el riesgo de que esa tragedia –la desaparición de una adolescente—que cada tanto ocurre en otro lugar y se anuncia en las noticias, puede estar a la vuelta de la esquina, en algún camino solitario. “Su desaparición nos cambió a todos”, dice María Lina Leguizamón, militante social, psicóloga, docente, y actualmente a cargo del área de género local. Desde el momento de la desaparición de Delia, María Lina y otras tres psicólogas del pueblo se encargaron de brindarle acompañamiento terapéutico a toda la familia. Delia es la tercera de seis hermanos. Los más chiquitos tienen 12, 9 y 4 años. “La familia tiene que pasar cada día por ese camino en el que desapareció Delia. Se quiere mudar pero es una comunidad muy pobre”, dice María Lina, que marchó junto a Modesta y Mario en cada movilización.
Delia desapareció volviendo a su casa de la escuela, una tarde en la que el horario escolar se acortó por los festejos del Día del Estudiante. Había una final de fútbol entre varones y algunas chicas pidieron retirarse antes. Delia no llegó a su casa, una barraca muy precaria en una ladrillera, ubicada en el paraje La Guarida, a varios kilómetros del centro de La Paz.
Esa tarde, una cámara de seguridad de la estación de servicio del pueblo registró su paso cinco cuadras más “abajo” de la escuela. Otra cámara particular la registró corriendo. Varios vecinos la vieron saliendo del pueblo, y luego unos 500 metros antes de su casa, ya en plena zona rural.
El 23 de diciembre de 2018, tres meses después, una vecina de La Paz, denunció a su pareja, Mauro Martínez, por violencia de género y además lo vinculó con la desaparición de Delia. Dijo que la amenazó alcoholizado y le dijo: “Te voy a matar y te voy a tirar a un pozo, como a la boliviana”. Al día siguiente el hombre apareció ahorcado. Cerca de su casa se habían encontraron algunas pertenencias de Delia como una pulsera que llevaba ese martes, unos aritos sin uso que había comprado el día anterior, y una “colita” para el pelo.
Si Martínez habría sido el autor del femicidio de Delia, en el pueblo no se cree que habría actuado solo. El abogado de la familia, Carlos Nayi, hace tiempo consideró remotas las esperanzas de encontrar a la adolescente con vida. La familia exige el esclarecimiento del hecho. Nunca aparecieron los restos de Delia.
La causa judicial está radicada en la Fiscalía de Primera Nominación de Villa Dolores –localidad ubicada a 41 kilómetros de La Paz—a cargo de la fiscal Lucrecia Zambrano. “La familia no tiene prácticamente noticias de la fiscalía”, comentó a este diario María Lina. Página/12 intentó, sin éxito, contactar a Zambrano. En el marco de la investigación, se pesquisaron los pozos de agua de la zona. Incluso, bajó personal especializado con equipos de oxígeno en la búsqueda de algún rastro. Nunca se encontró nada.
La desaparición de Delia despertó a La Paz y los pueblos cercanos. “Hubo una gesta popular”, dice María Lina. Antes, no se había movilizado la población aun cuando en la historia de la zona hay otras tres desapariciones de mujeres. El 2 de febrero de 2014 no se supo nada más de Marisol Rearte, de 18 años, ni de su hija, Luz, de 2, de Villa Las Rosas, otra pequeña localidad cercana. Ese mismo año desapareció Silvia Gallardo, de 24 años, en Yacanto, pueblo vecino. Como el rumor que circuló por entonces fue que las dos jóvenes estaban en situación de prostitución, por el estigma, por prejuicios, las comunidades no acompañaron las búsquedas junto a sus familias.
Delia, tal vez porque encarnaba el relato de “la buena” víctima, tocó otras fibras entre vecinas y vecinos del lugar, tal vez por la sacudida de conciencias que provocó el surgimiento del movimiento Ni Una Menos en relación a las violencias machistas y los femicidios. Al principio, durante ese verano de 2019 se marchó todos los días para pedir por ella. Desde mediados de 2019 hasta principios de 2020, la convocatoria en La Paz fue cada 18 de mes. La pandemia por covid-19 los obligó a evitar las concentraciones y las marchas se cortaron. Hasta este jueves que volvieron a las calles, con fuerte apoyo de organizaciones sociales y feministas de la zona y el sindicato de ladrilleros. A Delia nadie la olvida. En la entrada al pueblo hay un cartel con su rostro. También un mural pintado en la sociedad de fomento y más fotos con su cara y pidiendo por su paradero en una de las ventanas de la escuela. A partir del caso, se creó la mesa de derechos humanos local y el área de género que encabeza María Lina. Pero la historia cambió: ahora en Traslasierra son cuatro las mujeres desaparecidas que se buscan.