Pelé 5 puntos
Reino Unido, 2021.
Dirección y guion: Ben Nicholas y David Tryhorn.
Duración: 108 minutos.
Estreno martes 23 en Netflix.
Goles, piruetas, firuletes, sonrisas, copas y festejos. Muchos festejos, algunos en blanco y negro y otros en color, en las canchas pero también en las calles, de ricos y pobres a la par. La secuencia de apertura es una sucesión de videos que sobrevuelan velozmente la carrera deportiva de Pelé y el contexto social –agitado, candente, dictatorial– del gigante sudamericano durante la década de 1960, hasta llegar a ese epítome del fútbol como arte colectivo que fue la selección verdeamarela del Mundial de México 1970. Lo que sigue, sin embargo, es un presente muy distinto: Pelé, O Rei, ya no es aquel que hacía lo que quería con la pelota ni el de los incomprobables 1283 goles en 1367 partidos. Es un hombre mayor que con 80 años camina ayudado por un andador. El mismo que luego de sentarse en la silla de plástico ubicada en el centro de un despojado y amplio ambiente vidriado, acomoda su vehículo con pericia y suavidad.
Lo mejor del documental Pelé es ese comienzo con forma de choque, esa transición abrupta entre temporalidades cuya lejanía se manifiesta en arrugas y achaques. Aquellas jugadas, aquellos gritos y abrazos, están envueltos en la certeza de que son parte de una vida que empieza a escurrirse como arena entre las manos. Como en la miniserie sobre los Chicago Bulls, El último baile, el mecanismo narrativo está hilado por el visionado del propio protagonista de videos con sus gestas deportivas y el intento de capturar las primeras emociones (negativas y positivas) ante ellas. Claro que si Michael Jordan y sus compañeros usaban los videos como disparador de recuerdos no precisamente gratos y la revelación de situaciones hasta ahora desconocidas -o al menos no reconocidas “on the record”-, los directores David Tryhorn y Ben Nicholas prefieren esmerilar cualquier rugosidad que ponga en peligro la transparencia, la bonhomía de barrio y el carisma entrador que Pelé viene construyendo desde su debut en el Santos en 1956.
A esto último responde un recorte temporal que va desde sus primeros contactos con la pelota a raíz de su padre también futbolista, su meteórico ascenso con los bicampeonatos mundiales de 1958 y 1962 y el fracaso en Inglaterra 1966 luego de su lesión, hasta la recordaba final contra Italia en el Estadio Azteca. Todo, desde ya, ilustrado con material de la época de altísima valía testimonial e inobjetable calidad técnica, un hallazgo para el público futbolero de una región no precisamente adepta a la conservación audiovisual.
Pero el problema no es el recorte en sí. A fin de cuentas, otros documentales deportivos recientes –el mencionado El último baile; Diego Maradona, de Asif Kapadia – tijereteaban eligiendo qué dejar y qué no en el corte final. Pero en ellos había una reverberación interna de ir un poco más allá de lo ya público para (re)pensar la idolatría desde ángulos muy distinto al de la automatismo hagiográfico de Pelé.
Celebratorio y condescendiente, suerte de homenaje en vida cargado de palabras halagadoras de quienes lo frecuentaron –incluidas las del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, bajo cuya gestión Pelé, de quien en un momento se dice que “no era un hombre que se identificara con el Estado”, ocupó el Ministerio de Deportes–, el documental de Tryhorn y Nicholas intenta hacer lo mismo que el futbolista con su vida: darle alegría a un pueblo vapuleado por sus autoridades y servir de inspiración para millones que intentaron seguir su ejemplo.