¿Tendrán Zinedine Zidane en Real Madrid, Pep Guardiola en Manchester City, Jürgen Klopp en Liverpool y Hans Flick en Bayern Múnich, el peso, el poder y la influencia que Marcelo Gallardo actualmente tiene en River más allá de los campos de juego? Seguramente no. Desde que llegó al club en 2014 y sobre todo desde que le ganó a Boca en Madrid la finalísima de la Copa Libertadores de 2018, la voz de Gallardo ha sumado resonancias por fuera de las canchas y los vestuarios. Sus deseos son órdenes y sus opiniones tienen fuerza mandante. Más que un director técnico sometido al albur de los resultados, parece un presidente en pleno ejercicio de sus funciones. Y un par de ejemplos de las últimas semanas permiten afirmarlo.
A lo largo de su ciclo, Gallardo reiteradamente se quejó del estado del campo de juego del estadio Monumental. Y no paró de hacerlo hasta que obtuvo del presidente Rodolfo D'Onofrio el compromiso de encarar una completa renovación del mismo hasta ponerlo al nivel de las mejores canchas del mundo. River aprovechó el largo parate por la pandemia para hacer la obra y fue a jugar de visitante a Independiente. Casi un año más tarde, el trabajo ha sido terminado y ya no hay más excusas para jugar mal: el piso del viejo estadio mezcla césped natural con césped sintético y ahora, la pelota corre redonda e inmejorable por los pies de los que mejor la tratan.
También alertó Gallardo por la falta de recambio del plantel y protestó por la demora en la contratación de los refuerzos. Los dirigentes corrieron a satisfacerlo. Y en dos semanas, armaron la ingeniería financiera para traer seis nuevos jugadores (Agustín Palavecino, Héctor David Martínez, Jonatan Maidana, Alex Vigo, Agustín Fontana y José Paradela) por valores al alcance de una tesorería que supo de tiempos mejores. Ninguno vino a ser titular y todos tendrán que ganarse sus puestos. Pero a Gallardo le encanta esa tarea de formar los jugadores a su gusto y en contra de la opinión de la mayoría. Lo hizo con muchos (Gonzalo "Pity" Martínez, Milton Casco, Ignacio Fernández) y parece dispuesto a hacerlo otra vez.
Por eso, Gallardo dijo lo que le dijo el sábado tras vencer 3-0 a Central en el renovado Monumental. Sabe que por mejores contratos que firme y por más dinero que se le pague, en ningún otro club del mundo tendrá la autoridad que hoy tiene en River. Cuando él habla, todos paran para escucharlo. Y ese privilegio no les sucede a muchos, ni siquiera a los entrenadores más cotizados del planeta fútbol. Independizado de los resultados, Gallardo se ha ganado un espacio decisivo en River y su palabra traza caminos que luego siguen los dirigentes y jugadores. Es mucho más que un director técnico al que le va bien y por eso quiere quedarse. Sólo en River podrá tener el cariño y el respeto que en todos estos años se supo conseguir.