Una reflexión sobre los discursos mediatizados en torno al regreso a la presencialidad en el ámbito educativo supone, en términos democráticos y comunicacionales, la puesta en duda respecto de la calidad del debate que el tema merece. Desde sus orígenes, en el mundo antiguo, la democracia fue concebida como un régimen político fundado en la igualdad de todos aquellos que eran considerados ciudadanos. Por ende, éstos gozaban de equidad en el acceso a la deliberación sobre los asuntos públicos. Sin perder de vista este requisito fundamental de la democracia, cabe formular entonces algunos interrogantes: ¿por dónde pasa en nuestras democracias el eje de esa deliberación? ¿quiénes forman parte hoy de la deliberación pública? ¿cómo se accede al espacio público mediático? ¿qué niveles de participación y de equidad se observan en su seno?
Lo cierto es que a lo largo de la historia el espacio público experimentó diversas transformaciones hasta asumir, en la actualidad, la forma de ágora mediática. Este nuevo escenario, consecuencia del avance producido en el plano comunicacional, tiene implicancias sociales, políticas y económicas. De hecho, el que la política se dirima hoy en el seno de un espacio público definitivamente mediatizado y, a su vez, mercantilizado, genera serios condicionantes.
Si centramos la mirada en los programas de paneles televisivos, observamos el modo en que un puñado de voces rentadas, que responden a una línea editorial no siempre explícita, actúan en desmedro de un debate plural y democrático sobre asuntos de interés público. Se trata de formatos que, contrariamente a lo que postulan, construyen una escena en la que se restringe la participación ciudadana porque omiten establecer en su composición parámetros de equidad en relación con las voces autorizadas a participar del debate. En rigor, evidencian una preocupante ausencia de los actores directamente involucrados en los temas que constituyen el centro de la discusión. Asistimos así a interminables debates pautados por los grandes medios de comunicación. La discusión abierta en nuestro país sobre el regreso a las aulas, resulta un buen ejemplo al respecto. Este asunto, de indudable relevancia, se transforma pues en un fenómeno espectacularizado en el que prevalece cierta doxa u opinión. En este punto, vale recordar la caracterización de Pierre Bourdieu vinculada con el papel de los doxósofos.
En este orden de cuestiones, la discusión sobre el ámbito educativo, prescinde de los necesarios protagonistas, especialistas e informes técnicos pertinentes. Además, presenta escasas referencias a la necesidad de inversión en conectividad y recursos tecnológicos. La falta de problematización en relación con el impacto que la inversión en estas áreas tiene en el presente y el futuro de la educación impide un correcto diagnóstico de las consecuencias sociales que implica la brecha digital. Valorar el trabajo docente y requerir que se garanticen recursos técnicos y de conectividad sería una forma adecuada de resituar el debate sobre la educación en contextos mediáticos. Contar con tecnología socialmente disponible y apelar a los responsables de brindar conectividad son exigencias ineludibles en el complejo escenario contemporáneo. Y, en particular, para el desarrollo de países que aspiren a promover la calidad y extensión de sistemas educativos que, en varios casos, han demostrado que aún les resta recorrer una parte importante del camino que conduce al ideal de universalidad.
* Investigadora del Instituto de
Estudios de América Latina y el Caribe - UBA