Siguiendo el postulado de Hayden White sobre la relación íntima que existe entre la literatura y la historia, Iván Pablo Orbuch aborda en Crónicas de un joven judío la compleja tarea de reconstruir desde una perspectiva muy personal lo que significó transitar la adolescencia durante la década del 90 con todo lo que eso implica desde el plano social, económico y cultural. “Cuando empecé a escribir el libro lo hice con el propósito de rescatar ciertos recuerdos de mi juventud que me parecían lo opuesto a mi vida actual en casi todos los sentidos. La mayoría de ellos estaban vinculados a mi inestabilidad laboral, característica que unifica mi experiencia con la de millones de jóvenes que crecieron durante el menemismo, y a mi inestabilidad emocional. Respecto al sufrimiento, muchos de esos sucesos están asociados a la incomodidad que pasé por el hecho de ser judío. Cargadas hirientes en la escuela secundaria, incredulidad de compañeras en la primaria, sensación de estar aislado de eventos como la tradicional misa de fin de año que era realizada desde la escuela pública y supuestamente laica a la que asistía. A la distancia puedo percibir que sufrí mucho más de lo que sentía en aquel entonces. De algún modo, muchas de esas discriminaciones estaban naturalizadas para una persona judía y por ende nada cuestionadas”, dice Iván Pablo Orbuch.
Y agrega: “Entonces, a través de mis relatos, busco unir esos dos procesos particulares y generales en los cuales procuro brindar un panorama de como se vivieron esos años de fragmentación social y desigualdad desde una óptica desideologizada y por momentos, ahora lo percibo a la distancia, ingenua. Creo que éramos más inocentes y uno de los resultados de esa hecatombe social en la que los 90 contribuyeron decididamente con sus postulados de un relato único y el capitalismo exacerbado que surgió fue hacernos mucho más insensibles como personas, algo que en la pandemia se visibilizó de una forma extraordinaria”.
Más que desideologizada, lo que se impone como clima de época en las crónicas de Orbuch es el modo en que gran parte de la juventud de aquellos años fue desplazada de lo político: pensar la política, concebir la militancia por todo tipo de relatos cínicos que buscaban instalar un paradigma cultural definitivo o al menos lo suficientemente duradero como para que no fuera tan fácil la reflexión crítica en ciertos sectores sociales.
Sin dudas lo más logrado del libro se encuentra en eso que el autor denomina “ingenuidad” y que no es otra cosa que un recurso literario para sostener la distancia y al mismo tiempo mantener a sus personajes en una especie de presente continuo, algo así como un escenario urbano donde todo funciona de manera naturalizada. “Hernán estaba desde primer año en la secundaria en otro curso y era compañero de Matías y Leandro. Cuando ingresó en el Normal 8 era un nene gordito con el corte de pelo taza. Con los años fue sacando de adentro toda la violencia que había mamado en su entorno cercano, puesto que su padre era policía y su hermano parte de la hinchada de Estudiantes de La Plata. Tengo dos pésimos recuerdos en los cuáles él fue protagonista. El primero es la marcada xenofobia que tenía y que lo hacía decirme con frecuencia, cuando yo pasaba cerca, “Eh jabón, jabón” en referencia al genocidio nazi perpetrado contra los judíos. Lo peor es que, dada mi enorme ignorancia en esos temas, al principio no sabía bien qué me quería decir”, reflexiona el narrador, pensándose durante los primeros años del colegio secundario; todavía falta para que toda una generación no encuentre su lugar en el llamado mercado laboral y la palabra competencia contemple la idea de unan individualidad exacerbada que debe enfrentarse a otro, alguien que desea lo mismo y por lo tanto se irá configurando como un enemigo potencial en esas largas filas de plena madrugada con una carpeta bajo el brazo y en cuyo curriculum vitae los espacios en blanco no necesitan connotar la falta absoluta de experiencia. O tal vez solo la experiencia del barrio y sus mitologías sobre los conceptos de la masculinidad ligada a la violencia, la falta de información sobre sexualidad y los embarazos adolescentes, la frivolidad como una marca de superioridad y las calles donde el fútbol y las barras bravas copan las esquinas, la necesidad de identificación o de pertenencia en la cultura Stone, por ejemplo.
“En ese quinto año me di cuenta de que mi flequillo me protegía. Que tipos que antes me venían a pedir plata de forma amenazante ahora no lo hacían. Que chicas con hermosos cuerpos me miraban cuando antes me ignoraban. Lo que sucedía en mis barrios era una cosa fuera de lo común. El 99% de las chicas con flequillo, y por ende Stones, eran bajitas y tenían cuerpos voluptuosos. Era evidente que pertenecer a ese submundo daba ventajas”. Irónico por momentos, la tarea más difícil de reconstrucción es intentar reproducir la manera en que se veía el mundo a esa edad.
El mundo como espectáculo, por un lado, y ahí están los Rolling Stone presentándose por primera vez en Argentina. Y por el otro lado la materialización del horror, los atentados, los altos índices de miseria y desocupación. En el medio, ellos, los jóvenes de los 90, retratados en estas Crónicas de un joven judío como alguien que ha sido invitado a una fiesta privada con champagne y pizza, pero tardará muchos años en descubrir que será su generación la que deberá pagarla. Entre lo ficcional y el registro ensayístico, Crónicas de un joven judío de Iván Pablo Orbuch más que un retrato de época es un rotundo alegato contra la deliberada falta de memoria.