“Estoy habitada por un grito./ De noche aletea/ buscando, con sus garras, algo para amar./ Me aterra esta cosa oscura/ que crece en mí”. Los versos de Sylvia Plath (1932-1963) destilan dolor. Esa cosa oscura que crecía en ella, una monstruosa combinación de la mala relación que había tenido con su madre, la muerte de su padre cuando ella tenía 8 años –una pérdida que nunca logró superar–, varios intentos de suicidio, profundas depresiones y una compleja relación con Ted Hughes (1930-1998), se acabó en la madrugada del 11 de febrero de 1963, cuando encendió el gas y metió la cabeza adentro del horno. Frieda, de 2 años, y su hermano Nicholas, de apenas 9 meses, estaban en la habitación de al lado, aislados del gas por unas toallas y trapos mojados que desplegó la poeta antes de matarse. Plath había intercambiado cartas con familiares y amigos, y llevado un diario en el que escribió hasta muy poco antes de su suicidio. Nuevos documentos revelan que Hughes –que destruyó el cuaderno que contenía las entradas del diario hasta tres días antes de la muerte de Plath para proteger a sus hijos– la golpeó y maltrató días antes de que ella sufriera un aborto.
La aparición de catorce cartas inéditas que envió a su psiquiatra, Ruth Tiffany Barnhouse, entre el 18 de febrero de 1960 y el 4 de febrero de 1963, a las que tuvo acceso la periodista Danuta Kean de The Guardian, alumbran aspectos de una relación tormentosa y violenta. Hay nueve cartas que fueron escritas por la poeta después de que descubrió la infidelidad de Hughes con una amiga en común: la poeta Assia Wevill, quien sería pareja del autor de Cartas de cumpleaños durante seis años, hasta que en marzo del 1969 mató a su hija de 4 años y decidió suicidarse de la misma manera que Plath.
La autora del poemario Ariel le habría confesado a Barnhouse –a quien conoció en el hospital psiquiátrico McLean, en 1953, después de su primer intento de suicidio con una sobredosis de somníferos– que Hughes le había pegado dos días antes de que sufriera el aborto de su segundo hijo y que le había dicho que deseaba que estuviera muerta. La correspondencia, un total de 45 páginas, forma parte del archivo de Harriet Rosenstein, una investigadora que en los años 70 intentó escribir una biografía de la poeta. En La campana de cristal, novela autobiográfica, utiliza a su dama de entrenamiento para describir a la “doctora Nolan”, que no es otra que Barnhouse: “Vestía una blusa blanca y una falda larga ajustada en la cintura por un grueso cinturón de cuero, además de anteojos elegantes. Esa mujer era una mezcla de Myrna Loy y mi madre”. Rosenstein, que no pudo escribir la biografía por oposición de la familia Hughes, acumuló material sensible sobre la vida y la obra de Plath, como los informes médicos del tratamiento que recibió en el McLean, cintas con las grabaciones de las terapias que mantenía con Barnhouse y fotografías hasta ahora nunca publicadas. La biógrafa frustrada intentó vender el archivo a través de la intermediación de Ken Lopez, un librero de Massachusetts especializado en el legado de escritores.
Quizá se pueda hablar de “culebrón” aplicado a los archivos y papeles de escritores. El archivo de Rosenstein salió a la venta en la página web de Lopez por 875 mil dólares. Después se ofreció en la Feria del Libro Antiguo de Nueva York, que se celebró entre el 9 y 12 de marzo pasado. La noticia llegó al Smith College, institución en la que estudió Plath en los años ‘50 y que posee la mayor parte de su legado. Rosenstein y el Smith College llegaron a negociar la posible venta, pero el diálogo se rompió y la institución presentó una demanda en la que reclama que el archivo pertenece a la colección que Barnhouse le legó poco antes de morir. Eso interrumpió la venta del archivo hasta que se solucione la contienda judicial. Nadie, salvo el librero anticuario Lopez, Rosenstein y la periodista de The Guardian ha podido ver el contenido de las catorce cartas. “Rosenstein intentó escribir una biografía de Sylvia Plath en los ‘70, pero se vio frustrado, sobre todo por la intervención de la familia de Hughes, especialmente de su hermana, Olwyn –explica el librero–. Dejó el proyecto inacabado pero, durante su investigación, se hizo amiga de Ruth Barnhouse, y ella le dio a Harriet las restantes cartas de Plath; había quemado toda la correspondencia anterior y esperaba que Harriet pudiera hacerse cargo de ella hasta que ella y todos los supervivientes conectados con Sylvia murieran, que es lo que Harriet ha hecho”.
Lopez cuenta que en Estados Unidos “es normal que los archivos literarios se vendan a instituciones, en lugar de ser donados”, que es lo que quiso hacer Rosenstein antes de la demanda. Ante la imposibilidad legal de explicitar el contenido de las cartas, López confirma que son “muy poderosas y muy conmovedoras”, y calificó la demanda como una “farsa”. Carol Orchard, viuda de Hughes, emitió un polémico comunicado sobre el hallazgo de las cartas. “Las afirmaciones hechas, supuestamente, por Sylvia Plath en cartas inéditas a su psiquiatra sugiriendo que fue golpeada por Ted Hughes días antes de que perdiera a su segundo hijo son tan absurdas como impactantes para cualquiera que conociera a Ted bien”, plantea la viuda. “La correspondencia privada entre paciente y psiquiatra es una de las más confidenciales y, en este caso, estas supuestas afirmaciones eran de alguien que atravesaba un profundo dolor emocional debido a la aparente desintegración de su matrimonio”.