“Ahí sentáte, mi amor. Ponete cómoda y sacá el cuaderno”. Le dice la maestra a una niña que entra al aula de primer grado por primera vez en su vida. La niña, con el guardapolvo impecable y la mochila de Sailor Moon en sus espaldas, avanza hacia el interior del aula como si estuviera caminando por una cornisa. Se sienta en el pupitre sin quitarse la mochila de la espalda. Se acomoda el barbijo de “Las Chicas Superpoderosas” cuando se le escapa la nariz. La madre desde la puerta le dice “Luego te recojo, ¿sí?”.
Alrededor de la niña hay seis pupitres más ocupados. Ella no los mira porque está en la primera fila, a más o menos 2 metros del pizarrón que dice “Hoy comenzamos”. Unos minutos antes, cuando el aula estaba vacía, la maestra había acomodado los pequeños escritorios “en diagonal”. Lo hizo para que niños y niñas se puedan ver un poco más las caras. Pero al poco tiempo de empezar, les niñes reacomodaron los pupitres de frente a la maestra que como adulta sabe como ocultar la incertidumbre. Les niñes, en cambio, se asoman por la mirilla a la altura de los ojos y observan un silencio sin precedentes en un primer día de clase.
“Hay algo de la vida anterior a esta pandemia que me lleva a evocar el ruido de la escuela. Los saltos, las corridas, esa forma física que ahora está tan acartonada y distanciada” relata Guadalupe que trabaja en la escuela desde hace más de diez años. En cambio, es el sonido del barrio Ramón Carrillo el que entra en las aulas por las ventanas obligadamente abiertas. Ubicado sobre la Avenida Castañares entre las calles Lacarra y Mariano Acosta en Villa Soldati (describir ruidos)
Que en el barrio haya una escuela es un triunfo de la lucha de vecinas y vecinos enfrentades a funcionarios que les decían que era mejor que vayan a la escuela de otros barrios, con mejores condiciones. La resistencia no cedió, el barrio sabía que era fundamental que la escuela estuviese allí. Es una historia de larga data de demanda y resistencia, corte de calles para pedir mejores condiciones edilicias, articulación con las organizaciones sociales en territorio y una mesa de trabajo específica con la escuela.
Esa gimnasia de organización en torno a la educación no se empezó a entrenar con la pandemia, lo vienen haciendo desde siempre: “La escuela pública me enseñó que mi tarea no transcurre solamente dentro de un aula, sino que consiste en aprender a trabajar con otrxs para defender derechos y luchar en contra de las injusticias sociales. La historia del barrio es una historia de lucha incansable. Que es colectiva y que ni la escuela ni les maestres estamos en soledad siendo héroes o culpables frente al abandono del Gobierno de la Ciudad sino caminando a la par junto a las luchas de vecinxs y organizaciones del barrio”, dice la docente que tiene 35 años y participa en las actividades del barrio desde que era adolecente.
No hay un límite que separe la escuela del barrio, de los murales pintados en las paredes de las aulas que dan a la calle, a la canchita de fútbol, de ahí a la plaza y a la pelopincho armada en la vereda y los monoblocks: todo es parte de lo mismo: “El del barrio es un acompañamiento fundamental a la hora de hacer lo reclamos para la escuela, porque los reclamos de la escuela están a la par de los reclamos del barrio, a veces el problema es que en la escuela no hay agua pero a veces el problema es que no hay agua en el barrio”, cuenta Guadalupe.
Números
Poner la fecha del inicio de clases en el pizarrón y en los cuadernos es la primera propuesta de la maestra: “19 de Febrero de 2021” ¿Quién hubiese imaginado un silencio tan desgarrador el primer día? ¿Dónde está la nitidez de esa alegría por estrenar el cuaderno y el sacapunta? ¿Qué están pensando mientras estiran sus muñecas para que les tomen la temperatura? ¿Cómo van a hacer para no intercambiarse los útiles? Alrededor de la maestra hay un cinta amarilla y negra pegada al suelo que forma un cuadrado, es el límite de su espacio, la distancia que exige la teoría del protocolo. Trata de escribir la fecha pero el marcador no funciona, lo cambia y se guarda el gastado en los bolsillos delanteros de su guardapolvo.
La madre de la niña con la mochila de Sailor Moon vuelve a asomarse a la puerta del aula: “Perdone seño, perdí su número de teléfono”. “Se lo anoto en el cuaderno a la nena, no se preocupe”, le responde la maestra.
Durante el 2020, los números de teléfono de les docentes fueron para estudiantes y familias el frágil hilo de conexión con la escuela. La falta de datos para conexión, la sobrecarga de sostener una clase por whatsapp cuando la entrega de computadoras brillaba por su ausencia o el tener un solo teléfono para todo la familia eran los trazos para el sostenimiento de la virtualidad que se podía: “La Ministra de Educación nos felicita por comunicarnos por nuestros propios medios pero es algo ilegal, a cualquiera de nosotros nos podrían suspender o hacer un sumario bien fundamentado porque nosotres no podemos comunicarnos por whatsapp con la familia ¿Por que nos felicita la ministra? Porque si no, no hubiésemos tenido conexión en todo el año” explica Agusto, docente de la escuela.
Ventanas
Augusto tiene el guardapolvo puesto y la mochila colgada al hombro, es parte de una ronda en donde participan tres docentes, una maestra exceptuada, miembros de la Defensoría del Pueblo y una diputada de la legislatura porteña. Están en uno de los pasillos de los tres pisos que tiene la escuela. Hacen un recorrido doloroso pero necesario para mostrar lo que vienen denunciado desde antes de la pandemia: la falta de condiciones edilicias de la escuela y los pocos recursos con los que cuentan.
La caminata se produce mientras primero, segundo y tercer grado ocupan las aulas que según el protocolo están aptas para dar clases.
Varios días antes docentes y directivos de la escuela hicieron las pruebas pertinentes para probar la adecuación del protocolo al establecimiento, las supervisiones son las encargadas de elevar los reclamos y decir qué cosas están aptas y que cosas no: “A los supervisores les dicen desde el Ministerio: ‘Si las condiciones están para que al menos empiecen dos o tres grupos, que empiecen. Tres aulas en condiciones con ventilación en la escuela tenés que tener”, cuenta una docente de la ronda.
Al llegar a una de las aulas, la maestra entra desesperada a señalar la ventana. Transpira por el calor pero quiere llegar a lo que para ella es la prueba fehaciente de la desidia del Estado: “¿Ves estas ventanas? Ninguna se puede abrir porque están rotos los brazos que las sostienen abiertas. Entonces, acá no corre aire y el aula no se puede utilizar. El pedido del brazo para la ventana se viene haciendo desde el año pasado, a sabiendas que la ventilación era uno de los pilares fundamentales para evitar la propagación del virus, porque que estemos poniendo el cuerpo a nuestra profesión no quiere decir que no estemos pensando que nos podemos contagiar en cualquier momento”. Lo dice, con bronca y hartazgo pero no se sorprende: “Nos mandaron 25 mascarillas para 70, nos dicen que las circulemos. Nadie quiere compartir una mascarilla ¿no?. Te exigen que haya dos entradas pero te mandan un solo tótem de alcohol en gel y un solo termómetro”, replica indignada, porque podría seguir enumerando todo lo que falta el resto de la mañana.
Peligro, recreo
En el aula de primero, la maestra le pide a la niña que saque el cuaderno con las hojas rayadas: “¿Sabés cuáles son las hojas rayadas? Tiene que tener las líneas así como te muestra el compañero”. Entonces ella gira la cabeza y mira a su compañerito que levanta el cuaderno como si fuese un cartel. Media hora más tarde suena el timbre del recreo, la velocidad está ralentizada, las narices se asoman por arriba del barbijo, las estrategia es desmarcarse del disciplinamiento, intentar encontrar formas amorosas y apelar al humor: “¿Cómo hacemos para que respeten cuestiones vinculadas al protocolo sin ir por el lado de una orden o de un castigo si no se cumple?. Es una escuela distinta a la que veníamos apostando, el abrazo y la cercanía era algo que nosotros militamos todos los días”, explica Guadalupe.
La incertidumbre en el gesto es un punto en común entre les docentes y les niñes: “Tratamos de mostrar confianza, transmitirles tranquilidad a pesar de que los protocolos son cosas opuestas a lo que nosotros les veníamos diciendo” explica. Entre les docentes improvisan muchas de las estrategias para vincularse con niñes que estuvieron un año entero sin ir a la escuela, se cuentan experiencias, ven qué cosas funcionan y cuáles no. Las problemáticas vinculadas al periodo de aislamiento no se abordan desde ningún tipo de protocolo: “Entre docentes intentamos transmitirles que existe una mirada colectiva a pesar de que el protocolo está tan centrado en lo individual” concluye Guadalupe.
Una niña de tercer grado llega tarde, los horarios escalonados producen cierta dificultad en la salida y en la entrada. La niña llora pero ve que su maestra de tercero es la misma que la que tuvo en primero. Corre a darle la mano con alegría y rápidamente deja de llorar: “Obviamente le di la mano, después le expliqué que nos íbamos a tirar alcohol en gel, que ahora en la escuela teníamos que tener algunos cuidados. Poner ese freno me costó muchísimo”. Es la voz de Estefanía, que tiene 33 años y trabaja en el barrio desde hace 12. “La nena necesitaba ese gesto porque había llegado tarde y estaba angustiada, nada es como era, nos estamos tratando de acompañar de las maneras que se nos van ocurriendo. No se nos escapa el entusiasmo que tienen de volver, pero me preguntan a mí a qué pueden jugar en el recreo, cuando antes sucedía que sonaba el timbre y salían corriendo. Había que estar diciéndoles que fueran de una manera más cuidada al patio para no chocarse con los grupos de niñes más chiquitos. Ahora no, entonces es constante el pensar juegos en los que podamos participar todes pero que no impliquen estar tan cerca ni tocarnos”, dice Estefanía.
A les docentes les resulta impactante la dependencia tan presente de una persona adulta, les niñez ahora están pidiendo autorización para jugar. “Por eso, estamos pensando en juegos en los que no necesiten esa presencia constante de la persona adulta, que se puedan autogestionar y compartir entre elles”.
Antes de la pandemia, la escuela contaba con un comedor que ahora se transformó en el escenario de dos burbujas. Continúan repartiendo bolsones cada 15 días, pero como el horario pasó de doble jornada a jornada simple, les sugieren a las familias que les niñes vayan con un refrigerio y algo para comer en el recreo: “Como los grupos son tan pequeños, se vuelve más evidente quienes no traen o directamente no tienen para traer. Durante todo este tiempo, les enseñamos a que si alguien no tiene, se comparte. Eso me genera un nivel de angustia que no creo poder ponerle palabra”, dice con tristeza Estefanía.
Silencio protocolar
Los fundamentos para la vuelta a la presencialidad del Ministerio de Educación de la Ciudad, a cargo de Soledad Acuña, están enmarcados en el plan “Primero la Escuela”. Allí se ponderan cuatro ejes principales para impulsar la vuelta a las aulas y sostener la escolaridad este año: la presencialidad, el orden de la vida familiar, la organización de los trabajos de padres y madres y el bienestar emocional de los chicos. Todo avalado por UNICEF, la Fundación INECO -destinada a apoyar programas de investigación sobre el funcionamiento cerebral y trastornos neurológicos-, la Academia Nacional de Medicina y la Sociedad Argentina de Pediatría. Es esta última la que advirtió: “los casos de violencia intrafamiliar aumentaron (durante el aislamiento), por lo que era necesario que los chicos vuelvan a la escuela”.
Sin embargo, en ninguna de las 24 páginas que componen el protocolo se hace alguna consideración a la cantidad de interrogantes que aparecen en un día común del regreso a la presencialidad: “La escuela no es el lugar en donde les niñes van a venir a resolver todos los problemas que trajo el aislamiento y el contexto de la pandemia” comenta una docente. ¿No serán necesarios gabinetes de salud integral abocados específicamente a las marcas que dejó el aislamiento? El vínculo pedagógico es un vínculo cuerpo a cuerpo ¿Qué estrategias se están pensando por fuera de la creatividad y la buena intención de les docentes para transformar ese vínculo en la distancia? Ya antes de la pandemia, en la escuela recaían muchas situaciones que excedían lo pedagógico. Después de un año de distancia, estas situaciones continúan incrementándose sin una respuesta concreta por parte del Estado para las pocas horas de clase y sin contacto físico.
Pero además, existe una distancia muy difícil de achicar entre las posibilidades materiales que tienen las escuela públicas en los barrios más vulnerados de la Ciudad de Buenos Aires y el cumplimiento del protocolo. La escuela de Ramón Carrillo no ha recibido ninguna respuesta frente a las demandas realizadas por no tener las condiciones edilicias ni los recursos para cumplir con la distancia social y la prevención de la transmisión del virus de la covid-19.
Desde el Ministerio de Educación apenas se envió un correo electrónico mencionando la cantidad de niñxs por metro cuadrado y la habilitación de aulas según las ventanas apropiadas: “Sólo viene a la escuela un arquitecto de la dirección de mantenimiento que nos comunica que su función no es supervisar las cuestiones relativas al protocolo. Nos dice que tampoco puede presentar informes a infraestructura por pertenecer a un área distinta a la que él trabaja. Toda esa fragmentación de áreas y direcciones dentro del Ministerio de Educación y la contratación de empresas tercerizadas para resolver obras y cuestiones de mantenimiento son parte de las trampas que nos dejan solos y sin respuestas ante las graves problemáticas que venimos denunciando desde hace muchos años al Gobierno de la Ciudad” explica una docente de la escuela.
“En la reunión con las familias el gobierno nos pone siempre en la misma disyuntiva, nos pasaba el año pasado con la comida del comedor o con los bolsones que tienen alimentos en mal estado. No queremos ser la cara del gobierno de turno frente a las familias, aunque sí somos la cara del Estado porque para eso elegimos la educación pública. Entonces tenemos que buscar la forma de decirles a las familias que el protocolo que publican es una cosa y lo que va a pasar en la escuela es otra” comenta otra docente.
Divisiones
Para poder asistir al colegio, las familias tienen que firmar una declaración jurada en la que expresan que les niñes no tienen problemas de salud y tampoco conviven con personas de riesgo. De aquí sale el primer grupo que conforma los tres en los que hoy se divide a les estudiantes: quienes regresan a la presencialidad, quienes no pueden hacerlo porque tienen un problema de salud o conviven con una persona de riesgo y quienes no asisten al colegio por decisión de las familias. Para quienes no asisten a la presencialidad, no están garantizados por parte del Ministerio ni los dispositivos ni la conectividad. Tampoco existe una propuesta concreta. La teoría es que para estudiantes en estado de excepción hay docentes en estado de excepción, esto quiere decir que una maestra que está exceptuada le puede dar clases virtuales a una niña de segundo grado exceptuada también. ¿Este vínculo es uno a uno? Si hay estudiantes de diferentes grados en una misma escuela, y suponiendo que tengan conectividad y computadoras ¿Se les dan clases individuales? ¿Se juntan varios grados? ¿Se va a sumar personal docente a esta tarea?
Maria tiene 43 años, es de nacionalidad paraguaya y madre de Fabían de 9, viven en el barrio desde hace una década. Un mes antes del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) se quedó sin el trabajo que tenía en el comedor Margarita Barrientos. Fabián es asmatico y epileptico, así que para él este año no será muy diferente que el año pasado. Maria solicitó la computadora para que Fabián pudiese tener clases virtuales pero nunca llegó. Este año la va a solicitar nuevamente: “Teníamos un cuaderno, yo iba a buscar los bolsones a la escuela y me traía fotocopias para darle a él. Las maestras de la escuela me enseñaban a mí para que yo le enseñe a Fabian. Me sentaba en la mesa con el mate y hacíamos las tareas, después se las llevaba a las maestras. Yo tengo un celular pero no tengo internet”. Maria dice que sabe que no le pudo enseñar mucho, que hizo lo que pudo, se le llenan los ojos de lágrimas cuando Fabián le pregunta ¿Por qué me tuve que enfermar? ¿Cuándo voy a poder ir al colegio con mis amigos?
Ana Carolina es la mamá de Isabella, Valentina y Leonardo, este último empezó este año primer grado. Las nenas están en segundo y sexto. La mamá trabajaba en una empresa de servicios de limpieza y durante la pandemia se quedó sin trabajo. No puede hacer ninguna clase virtual porque en su casa no tiene señal de internet, así es que, al igual que Maria, fue llevándoles las tareas a las maestras cada vez que iba a buscar los bolsones. Cuando Ana Carolina le preguntó a Leonardo por su primer día de escuela, él le respondió: “Los nenes se sientan separados, no podemos prestar nada y tampoco nos podemos acercar a la seño. Cada vez que la seño me miraba el cuaderno se ponía alcohol en gel ella y me ponía a mi”. Leonardo tenía muchas ganas de empezar la escuela, su madre cuenta que la parte más difícil es explicarle que en los recreos no puede estar en contacto con los amiguitos y que el barbijo lo tiene que tener puesto.
Maru Bielli, es diputada de la Legislatura porteña por el Frente de Todos, durante la primera semana de clases recorrió la escuela de Fabián. Para ella una de las claves es el poder sumar personal docente para los grupos de exceptuados. En octubre del año pasado presentaron un proyecto llamado Programa de Acompañamiento a las Trayectorias, una suerte de puente para quienes fueron perdiendo el contacto con la escuela, a cargo de estudiantes de los 29 institutos de formación docente en un nivel avanzado: “La idea del proyecto es que puedan anexarse al trabajo que vienen haciendo los docentes en las escuelas, pero uno a uno con lxs pibxs que perdieron conexión con la escuela. Lo que se hizo desde el gobierno de la Ciudad fue enviar a personal no docente a que tomara acta de cuáles eran las condiciones de conectividad y cantidad de dispositivos que había en cada casa. Atender esta problemática requiere políticas específicas y más personal, para mi eso es fundamental, no podemos pensar ni esta etapa ni la anterior con la misma cantidad de docentes que tenemos en la Ciudad de Buenos Aires”, concluye la diputada.
En los pasillos de la escuela, se las ve a ellas, las maestras de esta primaria de Ramón Carrillo y la escena se repite al menos en la mayoría de las escuelas de la zona sur de la Ciudad de Buenos Aires: entran y salen del aula. Su trabajo no está solamente en ese cuadrado de cinta amarillo y negro pegado en el suelo. Está en los teléfonos, en los pupitres que sacan al patio para charlar con las familias a las que no solo les explican la ingeniería de los horarios escalonados, también acompañan, sostienen y crean redes afectivas que no están escritas en ningún protocolo. Pero por lo bajo, también se las puede escuchar, detrás de los barbijos, con un agotamiento acumulado, decir entre ellas: “No nos van a dar las fuerzas”.