“Seguirmos firmes na estrada que leva a nenhuma dor”, se lee en la contratapa de Nenhuma dor. Es un verso del poema de Torquato Neto que musicalizó Caetano Veloso en 1967 y que titula el nuevo disco de Gal Costa. Una traducción posible es “Necesitamos seguir firmes en la carretera que nos lleva a estar sin dolor”. El álbum se iba a llamar Gal 75, una manera de celebrar la edad de la cantante bahiana. Pero al contemplar el paisaje de su país –los actos intrépidos de Bolsonaro, los ataúdes de Manaos, los estragos del virus- advirtió que no había mucho para celebrar, que hace mucho tiempo que el pueblo de Brasil no aparecía sumido en tanto dolor. Y el viejo verso de Torquato Neto fue mutando y adquiriendo otro sentido: de la búsqueda de cierta idea de la felicidad y la utopía de los 60 al consuelo de la anestesia.
Como si durante la pandemia se hubiera dedicado a abrir baúles de fotos, volvió su mirada sobre un período extraordinario de su trayectoria. Fue cuando asomaba en gateras: canciones concentradas en la segunda mitad de la década del 60, en el vértigo de las reformulaciones que proponía el Tropicalismo. Gal Costa fue la voz sublime del movimiento encabezado por Caetano y Gilberto Gil. “Existía -escribió Veloso en Verdad tropical- un culto a la entonación y la belleza de su voz”. Gal estaba con todos en todos lados. Cantó en ese cenit de la psicodelia brasileña que fue Tropicália ou Panis et Circensis y un año antes, 1967, había enamorado a todo el país con "Baby", del LP compartido con Caetano, Domingo. Es en aquel disco donde figura la canción “Nehuma dor”. Ahora, 54 años más tarde, esa idea de la ausencia de dolor es álbum. Recién subido a las plataformas, en pocos meses tendrá edición en CD y en vinilo.
El disco representa otro de los volantazos de una de las más grandes cantoras en un país de cantoras. Dentro del cuarteto de “dulces bárbaros” que completaba Maria Bethania, Gil y Caetano y que irrumpió con acento provinciano sobre la sofisticación de la bossa nova y el samba de carnaval de Rio de Janeiro, sobre las vanguardias de San Pablo, Gal siempre apareció como una artista templada, las más maleable a las tendencias y modas de los cuatro, alejada de cualquier pretensión sonora. Penduló entre las gloriosas interpretaciones de temas de Caetano y estándares de la bossa, entre la experimentación tardía en discos como el tonificante Recanto y la fatigada estética prototípica de “lo brasileño”. Le bastó ser un producto aluvional de la época y saberse dueña de una voz inigualable, como si no hubiese tenido necesidad de asomarse a los bordes poéticos y dramáticos que frecuenta Bethania o a las audacias jazzísticas de Elis Regina, para citar dos contemporáneas.
Nenhuma dor es, al fin, un disco de duetos. Pero un detalle lo corre de la mera fórmula. Al apuntar a diez composiciones de un período acotado (el tema más antiguo es de 1955, el más reciente de 1981, y son mayoría los de la década del ’60), Gal resignifica un repertorio de una belleza desarmante. Sin condescender a las trampas de la nostalgia, resulta revelador cotejar la incontrastable riqueza cancionística de la década comprendida entre 1965 y 1975, un magma de inspiración y originalidad que se reprodujo aquí, allá y en todas partes.
De clásicos absolutos como “Baby” o “Coração vagabundo” a temas perdidos como “Juventude transviada” (Luiz Melodía) o “Só Louco” (Dorival Caymmi), Gal canta junto a António Zambujo, Criolo, Jorge Drexler, Rodrigo Amarante, Rubel, Seu Jorge, Silva, Tim Bernardes, Zé Ibarra y Zeca Veloso. La dirección artística corresponde a su habitual colaborador y manager, el ex periodista de la Rolling Stone Marcus Preto, y la producción musical es de Felipe Pacheco Ventura. Las formas de la realización estuvieron sometidos a la cuarentena: los artistas mandaron las voces, ocasionalmente acompañados por algún instrumento de referencia, y Gal agregaba lo suyo. “Soy una persona hogareña, pero quedarse en casa por obligación es otra cosa. Creo en la ciencia, quiero protegerme a mí y a los demás… Todo este tiempo no me moví de casa. Pero me gustaría en algún momento presentar el disco. Tengo ideas, vamos a ver. Miro para atrás, todo lo que hice, exponiéndome con mi cuerpo frente a los gobiernos Observo que todo lo hice con espontaneidad y cierta ingenuidad”.
El viaje al corazón de los 60 es subrayado por la icónica foto del retrato de tapa. En blanco y negro, exuda una juventud insultante, con los hermosísimos rasgos de Gal, el cabello indómito, la mirada canábica. Ella encuentra un puente tendido entre aquellos años en que la región era asolada por dictaduras y este presente de peste impregnada por el fascismo creciente de las redes y la temeraria alianza de Jair Bolsonaro con el poder evangélico y pentecostal. Ese puente, dice, está sostenido por la misma necesidad de transformación. “Es importante que estas canciones se escuchen, porque parece que la gente no cambia. Siguen los mismos problemas. Falta una visión más abierta del respeto a los demás, a las diferencias. Todo esto lo evidencian ahora los medios digitales. Hay mucho veneno, mucha maldad. La gente está demasiado tensa, demasiado vigilante, todo el mundo mira y condena a todo el mundo. Brasil necesita elegancia y pureza”, dijo la semana pasada en una entrevista a El País español.
Con un predominio de arreglos de cuerdas, el disco se escucha uniforme. Hay versiones que superan la media del concepto siempre algo abigarrado del “álbum de duetos” y otras que realzan la solidez de la grabación original. Gal Costa se luce en “Juventude transviada” haciendo contrapunto con el maravilloso registro bajo de Seu Jorge en plan crooner; la versión de “Negro amor”, el tema de Bob Dylan que Caetano y Péricles Cavalcanti adaptaron al portugués, con Jorge Drexler, es otro los puntos altos. “Paula e Bebeto” con el gran Criolo hace extrañar, no obstante, a Milton Nascimento. Otro hallazgo es el cover del breve y sustancial “Pois É” (Tom Jobim-Chico Buarque), con la voz del portugués António Zambujo.
El cierre del álbum con “Nenhuma dor” junto con Zeca Veloso, uno de los hijos de Caetano, tiene todo el simbolismo del caso. Al fin y al cabo, Gal debe parte de su refulgente carrera al apellido Veloso. Los versos de Torquato Neto son puro deseo, utopía, fantasía. Las voces de Zeca y Gal se enlazan entre violines y chelos y cantan “firmes en la carretera que lleva a estar sin dolor”, como en un ensueño.