El affaire de quienes se saltearon la fila de vacunados no parece involucrar más que a algunas decenas de personas, es decir que no se ve hasta aquí un perjuicio directo a la salud pública como dejar vencer miles de vacunas o vaciar el sistema de salud. Aunque es repudiable éticamente y daña porque atropella la confianza general en el gobierno cuando más se la necesita.
Quizás sea la propia pequeña escala numérica de la transgresión lo que ha facilitado que se cometiera esta injusticia entre quienes integran y apoyan al gobierno popular. Una vacunación irregular masiva hubiese encontrado un ambiente de mayor rechazo instantáneo y muchas más resistencias y obstáculos en un gobierno que reivindica la equidad y la justicia social, empezando por la base social del peronismo y llegando, sin duda, a los grandes medios de comunicación, que mucho más rápidamente hubieran denunciado estas irregularidades en lugar del silencio con el que protegen a las irregularidades que involucran al macrismo.
En lo personal, nada va a cambiar mi convicción de que Ginés ha sido un gran ministro de Salud y ha hecho un trabajo notable en medio de la pandemia, y de que Verbitsky ha desarrollado en toda su carrera un trabajo periodístico de enorme esclarecimiento sobre los daños que el poder militar y corporativo le ha causado al paìs.
Y, sin embargo, sus convicciones ligadas a la justicia social no han impedido que se comportaran como una elite persuadida de merecer ciertas prerrogativas.
Como lo sugiere el sociólogo Francois Dubet, el sentimiento igualitario encuentra sus límites. A cada avance en materia de democratizar derechos le siguen reacciones que buscan que no se achique la distancia social.
Y desde luego que este episodio refuerza las otras narrativas, las que llaman a desconfiar del Estado y de los políticos. Esas narrativas que han operado desde el primer día de la pandemia para esmerilar al gobierno y boycotear su gestiòn de la cuarentena y las vacunas.
Mientras tanto, me pregunto por qué, mientras del lado del gobierno popular y sus apoyos se juzga como debe ser, con inflexibilidad una metida de pata de “los nuestros”, desde la vereda de enfrente se reacciona con absoluta indulgencia frente a los hechos graves como la privatización de las vacunas que hace Larreta o las tropelías en que abundó Mauricio Macri y su mejor equipo de los últimos 50 años, ni hablar de la promiscuidad de sus periodistas independientes.
¿Por qué no se emplea la mìsma vara para juzgar a unos y otros?.
Una explicación tiene, y la intuyo. Se relaciona con la diferencia de paradigmas, y me trae a la memoria esa típica frase de quienes nos critican en forma ramplona por nuestras ideas y denuncias de la pobreza: “Ya que sos tan de izquierda, ¿por qué no te vas a vivir a la villa?”.
Esos interlocutores, en lugar de reconocer el flagelo de la pobreza y decir, por lo menos, algo hay que hacer para solucionarlo, se sienten libres de todo compromiso solidario, y nos reprochan expresar preocupación por los pobres.
Sucede que nos están hablando desde otro paradigma: para ellos la sociedad progresa con la suma de los egoísmos individuales. Lo que cuenta es la épica del individuo enfrentado a los obstáculos, luchando a brazo partido contra aquellos que bloquean su felicidad. Es el individuo en feroz competencia con el otro, y no en un camino solidario.
Es la épica del triunfador individual, que los vuelve indulgentes con los “triunfadores”, con los que tienen el dinero y el poder.
Es también la idea meritocrática que persuade de que cada uno, pobre y rico, está donde merece estar.
¿Acusan desde el gobierno y desde el peronismo a los formadores de precios por la inflación? Bueno, la narrativa individualista piensa que un empresario hace lo que tiene que hacer, su búsqueda de ganancia, y no se le puede pedir sensibilidad social. Está para otra cosa. El es nuestro salvador porque crea riqueza. Todas las picardías que cometa en el camino son parte de su manual del triunfador. Pero, si el gobierno actúa contra los formadores de precios no dirán que el Estado hace lo que debe hacer sino que comete un atentado contra la libertad y que castiga a los inversores.
Quienes llegan al poder por la política y benefician a los ricos están alentando a los creadores de la riqueza, y mientras lo hagan es entendible que favorezcan a sus amigos. Cada uno sabe que a veces debe tomar atajos para concretar sus objetivos.
En esta visión, los pobres, en cambio, son incapaces de proveer a sus necesidades. Son protegidos por el Estado con nuestros impuestos ¿Por qué conceder a esos “mantenidos” un lugar similar al de aquellos que crean la riqueza?.
Es claro que quienes impugnan a los gobiernos populares no son igualitaristas y, por lo tanto, en la épica individualista no cabe cuestionar a “los de su palo” por sus privilegios y transgresiones, mientras que sí se sienten con derecho a abrir juicio sobre aquellos otros que amonestan a los ricos y pregonan la defensa de los más débiles y de un mundo igualitario.
Cuando nos preguntan “Ya que te preocupan tanto los pobres, ¿por qué no te vas a vivir a la villa?” lo que están diciendo es que esos mundos no se deben mezclar, que los ricos y la clase media no forman una misma sociedad con los pobres y que el intento de comprometerse con el mundo de los trabajadores y los vulnerables es sólo demagogia.
Que no creen que una persona de la clase media pueda sentir genuinamente un compromiso con los pobres, para lo cual nos ponen a prueba: ¿qué sacrificios estamos dispuestos a hacer?
Si, perteneciendo al mismo ambiente del interpelador individualista nos preocupan los desposeídos, lo nuestro es una pose. Por eso disfrutan como un gol de media cancha cuando alguien desde el bando de los solidarios hace una mueca individualista o de apañar privilegios. Se desenmascaró.
Lo que también queda claro es que dentro del bando de los “igualitaristas” podríamos incluir a los “igualitaristas pero no tanto”. Una porción de los funcionarios, dirigentes políticos y personalidades públicas siente que su lugar de alta responsabilidad o su compromiso con el bien común les otorgan prerrogativas. Son y actúan como una elite que, teniendo un compromiso mayor que el ciudadano común, perciben como una suerte de derecho adquirido el gozar de ciertos privilegios.
Por supuesto que no declararían en voz alta semejante convicción, pero ejercen ese poder, más o menos discrecionalmente. Y con ello pregonan -desde luego que en forma solapada- que somos iguales pero no tanto.
Algo quedó en el camino en su tránsito a la esfera del bien común.