La crisis mundial acelerada y profundizada por la pandemia puso en un plano más visible encrucijadas prácticas y debates teóricos. Uno destacado refiere a los objetivos de la política monetaria y su capacidad de incidencia.
En la introducción al reporte anual 2020 del FMI, Kristalina Georgieva afirmó que el año pasado el mundo enfrentó una crisis como ninguna otra y los gobiernos nacionales tomaron acciones para sostener la economía mundial con 12,0 billones en acciones fiscales y 7,5 billones en monetarias.
El Instituto Internacional de Finanzas comunicó recientemente que la deuda global de naciones y empresas superó el 350 por ciento del PIB mundial en 2020. Opiniones calificadas de diversas corrientes vaticinan crisis de deudas tan impactantes como la pandemia. O más.
Los Estados nacionales emitieron más de la mitad de la deuda total del año pasado. El resto del endeudamiento está explicado por créditos a trabajadoras y trabajadores, empresas de diverso tipo y tamaño y entidades financieras. De manera estilizada, quien vive del trabajo toma crédito porque no alcanza el salario para el consumo. Algunas empresas toman crédito para invertir o sostenerse ante la crisis; otras, para recomprar sus acciones y, con el aumento de su demanda, elevar el precio de éstas, en una economía deprimida. Wall Street está de fiesta. ¿Hasta cuándo?
Al menos, la quinta parte de estas empresas son zombis: sus ingresos son menores que sus compromisos de deuda. No podrán pagarla.
Estancamiento
Entre las naciones, el ejemplo paradigmático es Estados Unidos. La relación entre la deuda pública y el Producto era del 40 por ciento en 1980, 60 por ciento en 2000, 95 por ciento en 2010 y supera los 110 puntos en la actualidad. Sin embargo, el país de más peso en el FMI, experto en endeudar, rompió record en la emisión papel moneda: de dólares.
Este proceso de endeudamiento generalizado se desenvuelve simultáneamente a una desaceleración del incremento de la producción y una tendencia decreciente de la rentabilidad globales. La pandemia aceleró y profundizó esta tendencia conjunta, que transcurre hace décadas. Así es: producción estancada con intensa emisión y deudas crecientes.
Pueden realizarse algunos análisis de manera abstracta, unilateral, tomando por separado a las denominadas economía real y economía financiera. Pero la realidad es una totalidad concreta, multilateral, orgánicamente vinculada.
Mientras que en la fase ascendente del ciclo las formas dinerarias que funcionan como medios de pago y crédito en múltiples formatos proliferan, en la fase descendente, cuando se perturba la cadena de pagos y se desencadena la crisis, estos títulos jurídicos tienden a “corren” hacia aquellas formas con valor intrínseco que fungen como formas de atesoramiento o, al menos, hacia otras menos riesgosas.
Emisión
La demanda de oro, sin tomar en cuenta la motivada por usos industriales, ha crecido de manera sostenida al igual que el precio, en particular tras la crisis de 2008.
Los capitales monopolistas transnacionales, con sede en grandes potencias, impulsan en esta etapa estímulos monetarios fundamentados con la Teoría Monetaria Moderna. Pronto, volverán al monetarismo para controlar la masa de dinero mundial, el crédito, las tasas de interés y los tipos de cambio, en particular en las naciones subdesarrolladas.
El economista Estanislao Malic suele plantear los siguientes interrogantes: ¿qué significa emitir dinero, dinero para qué? ¿Es indistinto el crédito destinado a inversión y producción, a consumo con salarios bajos o a especulación financiera?
En el caso argentino, ¿puede haber políticas monetarias positivas para la mayoría de la población en el largo plazo sin un Estado con capacidad de incidencia determinante en las ramas estratégicas de la producción? El dinero no es neutral, pero tampoco es el todopoderoso.
*Economista UBA-UNDAV e integrante de Economía Política para la Argentina (EPPA).