Vergüenzas de tarjeta postal

A simple vista, parecen postales de viaje que emulan aquellas que, a partir de la década del treinta del siglo pasado, popularizó el imprentero Curt Teich con la prolífica serie que enviaba “¡Saludos desde Oshkosh, Wisconsin!”, “¡Saludos desde Rawlins, Wyoming!”, “¡Saludos desde Butte, Montana!”, enalteciendo característicos paisajes norteamericanos. Una inspección más cercana, sin embargo, demuestra que, aunque deliberadamente inspiradas en aquel estilo vintage, no hay nada pintoresco en las tarjetas pergeñadas por Change The Ref, una ONG fundada por padres que perdieron a sus hijos en el tiroteo del secundario de Parkland el pasado 2018. En su lucha porque existan mayores restricciones a la hora de acceder a armas de fuego, por terminar con las masacres que se repiten con demasiada frecuencia en Estados Unidos, sus creadores Patricia y Manny Oliver lanzaron las Shamecards: punzantes postales de más de 50 destinos de su país ilustradas con los tiroteos masivos que allí acaecieron en años anteriores. Con la colaboración de 30 artistas de 25 naciones del globo, los fatídicos saludos se suceden desde Atlanta, Georgia; Benton, Kentucky; Binghamton, New York; Charleston, South Carolina; Clovis, New Mexico; Columbine, Colorado; Las Vegas, Nevada; Madison, Maine; y un largo etcétera que brinda además una breve descripción de nefastos acontecimientos pasados. “Estados Unidos es conocido por los tiroteos masivos que ocurren una y otra vez. Es hora de convertir esta reputación vergonzosa en un mensaje de valentía, reivindicación y sentido común”, dijeron los Oliver, instando a que la gente downlodee gratuitamente cada pieza, la imprima y la envíe a representantes del Congreso para que “no cedan más ante el poder de la Asociación Nacional del Rifle, cumplan su promesa de cuidarnos a través de una reforma urgente, sumamente necesaria”.

Sophie, el planeta

A fines de enero, medios a lo largo y ancho informaban sobre la repentina muerte de Sophie, aclamada DJ y productora avant-pop, colaboradora de Madonna, Charli XCX, Lady Gaga, entre tantísimos otros. A la zozobra le sucedieron palabras de congoja de tropecientos fans, que manifestaron vía redes su pena penísima por el RIP de la artista escocesa trans de apenas 34 años. Un fanático, empero, ha ido por más con su pretendido homenaje, creando un petitorio online para que la mismísima NASA considere cambiar el nombre del planeta TOI-1338b por el de, sí, sí, Sophie. “Como influyente cantante, compositora y productora, fue una gran fuente de inspiración para la comunidad LGBTQ+, dejando con sus acciones, música y mensajes una impresión duradera en muchísimas personas”, reza el mensaje lanzado por Christian Arroyo, el mentado fan, que ya ha logrado el apoyo de decenas de miles de firmantes a través de la plataforma change.org. Aunque estrambótico, el pedido cósmico conoce razones: en principio, arrimar a Sophie a su querido cielo, en tanto su fallecimiento se debió -como explicaba el pasado mes su familia- a que, “fiel a su espiritualidad, había subido por una escalera para ver la luna llena y accidentalmente resbaló y se cayó”. Pero no solo se debe al motivo detrás del tropezón que sorpresivamente devino fatal caída en Atenas, Grecia: explica en su carta el muchacho Arroyo que, en 2018, Sophie sacó el aclamado álbum Oil of Every Pearl’s Un-Insides, cuyo arte de tapa la muestra “rodeada de agua en un entorno etéreo; escenario de tonalidad pastel que tiene un gran parecido a las imágenes recientemente reveladas del planeta TOI-1338b, descubierto en el verano de 2019 por Wolf Cukier”. Un joven de 17 años, dicho sea de paso, que se encontraba haciendo una pasantía en la NASA y, analizando los datos del telescopio TESS, dio con el susodicho astro a 1300 años luz, de casi siete veces el tamaño de la Tierra. “Al principio pensé que era un eclipse estelar, pero resultó ser un planeta”, contaba dos años atrás Cukier al dar con el planeta circumbinario (o sea, que orbita dos estrellas), que acaso acabe llamándose Sophie. Tiempo al tiempo, en fin.

La historia interminable

Semanas atrás, informaba la casa editorial nipona Shueisha que el celebérrimo One Piece acababa de alcanzar un logro sin precedentes: tener casi medio billón de copias en circulación en todo el mundo, número que refuerza su incólume estatus de manga más vendido de la historia. Un récord a todas las luces para esta obra corsaria del mangaka Eiichiro Oda (Kumamoto, 1975), que mantiene el relato en danza desde julio de 1997, enganchados tropecientos seguidores con las delirantes aventuras de Monkey D. Luffy y la banda de Sombrero de Paja. Para poner la hazaña en perspectiva, subrayan medios del mundo, “son más copias vendidas que la franquicia literaria Game of Thrones (90 millones aproximadamente) y un pelín menos que la serie Harry Potter (alrededor de 500 millones)”. Los números de One Piece, cabe suponer, seguirán subiendo y subiendo: después de todo, ha adelantado su autor que recién concluirá esta saga semanal en cuatro o cinco años, permitiendo que sus devotos lectores sean testigos en vida de la anhelada coronación del joven Luffy como rey pirata. “No es que quiera detenerme, pero la aventura de Luffy lógicamente tiene que llegar a su fin”, ofreció Oda, pronto a aclarar que “la conclusión responde a motivos artísticos, no comerciales”, que ya tiene decidido cómo finiquitará la historia, que el capítulo último incluirá “la batalla más épica de la saga”. Adelantos aparte, han detallado desde las arcas de Shueisha que 400 millones de copias del manga suceso se han vendido solo en Japón, su país de origen; los restantes 80 millones, en el resto del mundo. “Como detalle importante –aclaran voces en tema-, el segundo manga más vendido de la historia es Dragon Ball con un estimado de 280 millones de copias”. Sin embargo, abren el paragua los mentados especialistas, “la obra de Akira Toriyama lo logró con muchos menos volúmenes publicados”.

Televisión bolita

¿Acaso el futuro de la televisión es ver cómo adultos juegan a las canicas?, se pregunta algún que otro patidifuso inglés, cuestionando si a las cadenas no les falta un tornillo. Les faltarían todos, porque efectivamente hay puja no solo en Gran Bretaña, también en Estados Unidos, por comprar un formato neerlandés donde celebridades juegan a las bolitas. Los alemanes han sido más rápidos: una cadena ya ha adquirido los derechos de Marble Mania, como se llama este programa que debutó en la tevé holandesa el pasado mes... ¡y en horacio central! Detrás de la irrisoria propuesta está el empresario John de Mol, un Víctor Frankenstein multimillonario de variopintas criaturas en clave reality: Gran Hermano, Fear Factor, La Voz, entre ellas. Aunque parezca imposible, no parece haberse equivocado con su nuevo proyecto: el flamante programa de entretenimiento, apto para todo público, logró capturar la atención de 1.9 millones de personas en Países Bajos en sus primeros días, más del diez por ciento de toda su población. Claro que, a diferencia de lo que puede ocurrir con purretes en un hogar o en una placita, el rotundo éxito de Marble Mania acaso radique en que ha reversionado el juego por todo lo alto: con cantidad de obstáculos que se suceden en elaboradísimas pistas temáticas de muchos niveles, inspiradas en el Sistema Solar, los parques de diversiones, la Fórmula 1, una jungla y, acaso faltos de inspiración, un supermercado, por mencionar unas pocas propuestas temáticas. El tramo final previo a coronar un ganador, de hecho, involucra una tremenda carrera de 6000 canicas de tres colores, una por cada famosete que participa. “El atractivo de programa es la universalidad del juego”, se jacta de Mol. Y la atemporalidad, aparentemente: bolitas fueron encontradas en las ruinas de Pompeya y en tumbas egipcias de más de cinco mil años. “No hay persona que, en su juventud, no haya jugado con canicas”, destaca el magnate, que está hoy en la mira. Y es que, según advierten medios neerlandeses, el detrás de escena de Marble Mania dista de ser ideal: habrían “tomado prestada” la idea del canal de YouTube Jelle’s Marble Runs, de los hermanos Jelle y Dion Bakker, que llevan años organizando ingeniosas pistas para que sus canicas compitan en distintos escenarios deportivos, sin que medien humanos, “como si ellas mismas fueran personas pequeñas”, en palabras del mentado Jelle, que padece autismo y solo recientemente ha podido vivir de su afición, tras amasar un fandom de 1.3 millones de seguidores. Acusada la empresa de John de Mol de robarle al dúo Bakker, su defensa ha sido que “nadie es dueño de este juego de niños”. Aunque, ejem, ellos estén vendiendo ahora el formato a distintos países del mundo.