Fran Gómez tiene un inventario inacabable de chistes, gags, remates y personajes. Pero en diez años de training y campo de batalla en el humor, su anécdota más inolvidable es dramática: ruta 11, auto roto, nubes de día, noche repentina y señal de celular mezquina. "Íbamos de Miramar a Mar del Plata con Nachito Saralegui, a hacer una función, y quedamos varados a mitad de camino. La grúa tardaba horas; encima éramos seis y sólo podía llevarnos a dos. Todo parecía perdido. Hasta que tiramos una historia por Instagram, a ver qué onda… y dos chabones que estaban haciendo la misma ruta para ir a la obra la vieron y nos pasaron a buscar. Llegamos a ir al hotel, nos bañamos y comenzamos el show a justo a tiempo. Final feliz."
Para reír, primero hay que saber llorar y fastidiarse. Hacerlo sin vergüenza ni miedo. Como hizo Fran cuando se hinchó las bolas del periodismo y dejó años de radio y la tesina en pausa (nació, se crió y vive en La Plata, donde estudió periodismo en la UNLP) para dedicarse a eso que él consideraba un pasatiempos, un berretín de consumo familiar. Aunque los viejos primero lo miraron torcido: "Les costaba creer que pudiera vivir de esto. Todavía no había explotado la posibilidad de generar contenidos en redes sociales y que fuera monetizable. Pero, a la vez, fueron los primeros en bancarme: cuando era pibe habían comprado una cámara con la que me filmaba haciendo humor de entrecasa los findes que estaba al pedo. Ése fue mi primer paso."
Hoy Fran Gómez tiene 27 años y 972 mil seguidores en Instagram, además de 571 mil en YouTube. Sin embargo, prefiere el teatro, las tablas y esa cuarta pared que devuelve risas y aplausos antes que likes. Pero, ojo: no para hacer standup, como estilan otros congéneres que se mecen entre la pantalla y el escenario. A él le copan los sketchs, especialmente en dupla con Nacho Saralegui, su pierna desde La Plata hacia todo el país.
Como sea, sus personajes son conocidos (Carlos Fumetta a la cabeza). Y sus chistes, imitados. Pero los hits son esos deportes inventados por su cabeza demente y brillante: ajedrez bajo el agua, fútbol tenis imaginario, basquet sobre bicicleta, ¡fútbol en ascensor!. No es lo mismo causar gracia que respeto y, recién desde ese lugar, risas. Fran no es de CABA ni de GBA, sino de una ciudad que no puede ser reducida a una sigla y de la que aparecen talentos en cualquier lado, entre las baldosas rotas de Diagonal 74 o desde los tilos del bosque.
Sonrisa de emergencia
Todo comenzó en un recreo del colegio. Fran ni siquiera tenía celular, pero un amigo sí. Se le ocurrió hacer una sátira de un programa de TyC Sports. El resultado no fue algo memorable, él y los demás eligieron otras carreras, pero ya había algo macerándose. En la facu, por ejemplo, los mandaban a hacer videominutos informativos y él metía humor. "Muy gracioso, chicos, pero acá vinieron a estudiar periodismo", los frenó un día la profesora, a él y el resto de su grupo.
Al poco tiempo pegó laburo en una FM platense. "Ahí aprendí muchas cosas del oficio, desde hacer radio en piso hasta sostener un móvil en una manifestación donde volaban piedras de un lado y balas de goma del otro. Pero sobre todo me sirvió para crecer como persona: tenía 18 años y me abrió el mundo: entendí un poco cómo funcionaban ciertas cosas y observé otras que amigos de mi misma edad no cuestionaban", reconoce.
Hasta que, de repente, en simultáneo empezó a hacer contenidos graciosos en sus redes. Todos se reían, menos un directivo de la radio. "Me decía: 'Esas cosas que estás haciendo por fuera no van a aportar a tu carrera; cuando se termine la moda de los videos te vas a quedar sin nada, no seas boludo'. Ese fue el quiebre… para que me fuera de ahí. En buenos términos, eh. Pero quería ponerle más fuerza a un proyecto mío que al de otro. Manejar mis tiempos para ejecutar las cosas que venían de mi cabeza, y no de las órdenes de terceros."
Su página de Facebook –la primera de las redes en las que se sumergió– tiene casi medio millón de followers. Aunque la explosión llegó con Instagram. Fue la cristalización de algo que reconoce inmanente a su personalidad desde que tiene uso de razón. "Me aburría cierta solemnidad y apuntaba a hacer algo cómico. En todas mis esferas sociales, la comedia fue mi forma de relacionarme. De chico encontraba una salida de emergencia en hacer reír a otra persona, porque me sentía vivo no sólo en esa risa, sino en cómo crearla. Es como ir a una psicóloga… ¡más allá de que efectivamente vaya a la psicóloga!"
Igualmente, la plataforma en la que más se halla es YouTube: "Ahí puedo hacer videos más largos y con mejor producción, porque el ojo es distinto. Una cosa es Instagram, donde consumís contenidos en el celu mientras esperas que un amigo baje de su departamento a abrirte la puerta, y otra YouTube, donde podés verlo en una tele grande con más detalle y calidad visual", explica.
Flasheando carrera
La sociedad creativo-humorística con Nachito Saralegui los potenció a ambos. En las redes y en su versión analógica. Nacho venía de estudiar teatro y coincidieron en una columna radial. Fran lo conocía de Jueves de Trapos: "el primer grupo en demostrar que se podía vivir del humor audiovisual en La Plata", dice. Comenzaron con la obra Flasheando secuencia y siguieron con Tipazos, hasta que la pandemia voló todo a la mierda.
Nadie puede imaginar qué hubiese sido de la dupla sin Covid: la cuarentena paralizó giras con localidades agotadas en cualquier lugar por donde asomaran. Gómez pensó incluso en armar Club Flasheando, una aplicación móvil con beneficios en comercios adheridos que, además, le iba a servir de tema de tesina para recibirse de una vez en la UNLP.
"El teatro nos había cambiado el chip a la hora de hacer humor: obligó a profesionalizarnos, a tener una rutina de trabajo", mastica Fran. "Nos rompíamos el orto para que las cosas salieran bien, por eso invertíamos la guita en comprar, gestionar, llevar cosas. No se trataba de estar de moda, sino de hacerlo lo más serio posible."
En efecto, lo recaudado era reinvertido en fierros, cámaras, celulares potentes, publicidades en redes. Aunque a veces podía fallar: "Una vez tuve que hacer del Mago Enmascarado, pero no encontrábamos la máscara. ¿Qué pija hacemos? Terminamos haciendo mierda una remera negra: la cortamos, le hicimos dos agujeros para los ojos y me la pegaron con cinta scotch. Parecía una máscara de hierro. También hay que saber sacar adelante esos imprevistos".
En tu humor hay mucha ironía y acidez. ¿Eso también es una forma de registrar la realidad?
--Toda decisión y acción es política. En ese sentido, entiendo que todo lo que uno hace, lo hace por algo. Y lo que omite, también. Con esto no quiero decir que todos los videos de comedia tengan que apuntar a algo o hacer una crítica social o tener un guiño, una ironía para con la vida de las personas. Cero: hay videos que uno simplemente los hace porque le da gracia un gag, un chiste o un personaje. Pero también un poco en la ironía de la vida cotidiana te vas encontrando con cosas que dan gracia.
¿Por ejemplo?
--Me pasó con una dermatóloga que para cada cosa me daba un remedio: tenía una manchita, me recetaba un medicamento; quería broncearme la piel, me indicaba pastillas. Así terminé medio jodido del hígado. ¿Qué onda? ¡Me estás dando recetas pero no sabés un carajo! Con el tiempo me salió el video Médico de mierda. La exageración ayuda como herramienta del humor. No es el fin, pero todo video tiene un por qué de ser así y no de otra manera.