¿Se puede volver a sentir entusiasmo por una serie que había decepcionado? En 2010, The Walking Dead consiguió el milagro de convertir un tema trilladísimo -¿cuánto se exprimió a los zombies desde George Romero?- en un imán para multitudes, la serie con más alto rating en la TV paga de Estados Unidos. Pero con el correr de las temporadas el asunto se fue desinflando. Tras la caída del Gobernador y la aparición de Negan (lejos, el mejor villano de toda la serie), la trama y los personajes empezaron a andar más a los tumbos que los walkers. Giros argumentales absurdos, derivaciones innecesarias y aburridas, un Rick Grimes que padecía el síndrome Jon Snow: como el bastardo de Game of Thrones, el sheriff empezó a tomar decisiones cada vez más discutibles, en la frontera de lo irritante. Del lado de allá.
Resultaba curioso que una serie con tanto material original al que recurrir -el comic de Robert Kirkman totalizó 193 ediciones- eligiera caminos tan morosos, pero apareció Angela Kang para poner las cosas en orden. La nueva showrunner apretó las tuercas necesarias, puso en marcha a los Whisperers y con ellos a Alpha, que con el aporte actoral de la extraordinaria Samantha Morton consiguió recrear la adrenalina perdida.
La novena temporada fue de transición, con la partida de Andrew Lincoln rumbo a su propia trilogía de películas, un brusco salto temporal y Alpha arrasando con el sueño hippie de Hilltop, Alexandria, The Kingdom y Oceanside. Adiós a ese lento costumbrismo en medio de un apocalipsis zombie: las cabezas clavadas en picas de algunos personajes queridos operaron como los batazos de Negan a Abraham y Glenn. Apareció una nueva tensión. Como en los buenos viejos tiempos, de pronto en The Walking Dead todo podía suceder y no convenía encariñarse con nadie.
Todo eso terminó de madurar en la temporada 10. Mucho tuvieron que ver Alpha, el gigante Beta y ese clan de Susurradores capaces de conducir hordas de walkers, camuflados con la misma piel facial de los muertos vivos. Los personajes volvieron a tener matices y motivaciones creíbles. La trama volvió a ofrecer sorpresas. Kang movió bien las fichas al recuperar a Negan, que podría ofrecer "hondo contenido humano" en su versión arrepentida pero tenía menos gracia que un editorial de Nelson Castro. En él descansó buena parte de la resolución de la guerra. Que su verdadera redención fuera a través de la violencia fue un signo de querer recuperar el nervio original.
Así las cosas, ¿qué esperar de los seis "episodios extra", y sobre todo de la temporada 11, el final de aquel recorrido iniciado con el sheriff en una cama de hospital? Los responsables de la serie de AMC -que en la Argentina emite Star, nuevo nombre de Fox- tienen por delante 24 capítulos para la difícil tarea de encontrar un cierre. Al menos uno para estos arcos narrativos, ya que Fear The Walking Dead encara su séptima temporada (a estrenarse a fines de este año) y The Walking Dead: World Beyond ensaya su caminito de intentar atraer a un público teen, target histórico del género zombie que, según los análisis de mercado en el norte, hasta ahora se ha mostrado reacio a la serie madre. No será tarea fácil. Pero al menos queda el recurso de, al apagar la tele, consolarse pensando que nuestra pandemia no trajo hordas de devoradores de carne humana.