Desde Río de Janeiro. El pasado jueves, alrededor de las ocho de la noche se supo que en las 24 horas anteriores murieron 1.582 brasileños víctimas de covid-19. Ha sido el día más letal de la pandemia: un muerto por minuto. También se supo que, de las 26 provincias y Brasilia, 15 ya estaban colapsadas, y que otras nueve podrán estar en esa situación en las siguientes dos semanas. Acorde a los números oficiales, Brasil suma poco más de 250 mil muertes en un año de la pandemia.
Científicos e investigadores aseguran que se trata de un cálculo optimista: por la falta de pruebas y testes, el número real sería por lo menos 15 por ciento más, o sea, unos 287.500. Acorde a los cálculos oficiales, 10 por ciento de los muertos en todo el mundo por covid-19. Y menos de 3 por ciento de la población fue inmunizada hasta ahora.
El mismo jueves en que se conocieron esos números, se mostraron escenas escalofriantes en Manaos, capital del estado de Amazonas, con enfermos atados con gaza en sus lechos por falta de sedativos para aliviar el dolor, y otros abrigados en ambulancias y tiendas en Curitiba, capital del sureño – y mucho más rico – estado de Paraná, todos aguardando plazas en unidades de terapia intensiva.
Ahora el gobierno ultraderechista se dice dispuesto a comprar vacunas de cualquier origen. Hubo que esperar que la situación desbordara el límite para actuar. Pero cuando se decidió actuar ya era tarde: hay que entrar en la lista de espera por las vacunas que podrían haber sido encargadas hace al menos seis meses.
Nada más elocuente para confirmar la confusión y la falta de cualquier estrategia lógica de un plan nacional de inmunización que lo que se observó al comienzo de la semana pasada: mientras el estado de Amazonas, que en los dos primeros meses de este año registró más víctimas fatales que a lo largo de todo el año pasado, recibió dos mil dosis de inmunizantes, el vecino Acre recibió 78 mil. Engaño estruendoso del ministerio de Salud, encabezado por el general Eduardo Pazuello: las vacunas que deberían ir para un estado fueron para el vecino.
En la noche del mismo jueves, el presidente Jair Bolsonaro (foto) apareció en otra de sus “lives” semanales, transmitidas por sus redes sociales. Ha sido una “live” corta: media hora y unos tantos minutos. Pues de ese tiempo, dedicó nueve minutos y 17 segundos al tema de la pandemia, que, vale repetir, ese mismo día marcó que hubo un muerto por minuto en Brasil.
Inicialmente, Bolsonaro dedicó 58 segundos para anunciar que un estudio de “una universidad alemana” probó que el uso de mascarillas provoca daños serios en los niños. “Son los primeros indicios de los efectos colaterales de las mascarillas”, dijo Bolsonaro, quien antes había comentado y reiterado que el uso de protección es algo típico de “maricas miedosos”. En realidad, se trata de un sondeo realizado por internet, iniciativa de algunos médicos, sin ningún vínculo con alguna universidad de Alemania. Una vez más, pura manipulación por parte del Genocida. Luego dedicó cuatro minutos y 19 segundos a criticar de manera grosera las medidas de aislamiento social.
Por esos días el Reino Unido, que impuso un severo y radical “lock down”, o sea, aislamiento total, registró que las muertes por covid-19 bajaron un 79 por ciento en poco más de dos semanas. Pero Bolsonaro se rehúsa a creer en la verdad.
El viernes, en su permanente peregrinaje por el país con los dos ojos puestos en las elecciones de 2022, viajó a Ceará, en el noreste brasileño, donde el gobernador decretó un severo toque de queda. Una vez más, negó la gravedad del cuadro tenebroso vivido por el país y criticó duramente alcaldes y gobernadores que imponen medidas restrictivas.
Médicos, científicos e investigadores alertan que marzo podrá poner a todo el país en colapso. Si desde el 20 de enero la media de víctimas fatales de covid-19 se sitúa en la zona del millar, sombrías previsiones indican que a fines de marzo esa media podrá alcanzar dos mil muertes diarias. Pero Bolsonaro no se deja impresionar y mucho menos asustar. Como dijo a su platea en una pequeña ciudad de Ceará, es un macho muy macho.
Y también un Genocida muy Genocida.