En la edad que suele marcar la mitad de la existencia, el escritor Atilio Romano acaba de reiniciar motores en su tierra y, a pocos meses de su regreso a Salta, relativiza el alcance de su oficio como potencia transformadora del mundo. “La especie humana lamentablemente tiene en su gen la semilla de la opresión y el aprovecharse del otro”, dice, sin resignar el intento de seguir señalando injusticias con la palabra.
"Escribir es como seguir a un Dios que me salva, me exorciza y me libera cada día”, escribió alguna vez, y la posibilidad de alguna vez poder transferir a otros esa vivencia continúa movilizando su obra. “Los viajes siempre han formado parte de mi existencia. Primero fue viajar a los lugares más cercanos del lugar en donde nací que es San Ramón de la Nueva Orán. Viajar a la colonia Z del Ingenio a Tabacal cuando tenía 6, 7 u 8 años era algo que esperaba con mucha ilusión en las vacaciones de invierno”, relata.
Los 2000 lo llevaron más lejos, primero a Bolivia, a Perú, Ecuador, Colombia y México y muy poco después a instalarse en Barcelona por una década. “En mis viajes siempre ha estado la poesía; mis incipientes poemas, y llevaba para mostrar los poemas de los poetas de Salta, me interesaba dar a conocer la generación del 60, Manuel Castilla y poetas de mi generación”, dice, y en ese peregrinar pudo también publicar parte de su obra en España y amplificar alcance. En 2006 salió “Estrecho Mar”, por la editorial Villalpa, y a uno de sus poemas lo tituló “El miedo”.
No mires el agua
hijo,
pronto
cuando pasen las estrellas
te abrazaré alegre
se acabará el mar
y el miedo,
solo mi beso
te inundará
la cara.
“En ese libro hay algo del grito del africano por una nueva vida, una vida mejor en una Europa que no lo acepta y que por ello tienen que recurrir a las balsas o cayucos para cruzar el Estrecho de Gibraltar y lograr tocar playa española y allí, con trabajos paupérrimos y mal pagos, tener acceso a una vida mejor para ellos y sus familiares del África”; cuenta. La mirada social, la conciencia de clase que aglutina y conmueve, atraviesa los temas y preguntas.
“Mis primeros dos libros son los que tienen mucho de autobiografía porque ahí estoy yo en todas sus páginas y pienso que respondería a la pregunta de ver y vivir”; dice Atilio. “Siento que han sido como el sacarme cosas dolorosas que tenía adentro y que de alguna manera esas publicaciones ha funcionado como un exorcismo que me salvaron de caer a un lugar sin fondo”, agrega, y echa mano a un poema de Walter Adet para explicar el centro al que apunta su flecha.
La leí en la carta/ donde se daba el pésame un suicida/ la miré que llegaba/ me anticipé a los ojos/ vi que antes de nacer la conocía/ y con mi procesión sin Dios por dentro/ la seguí de rodillas.
“Esa es la sensación que tengo respecto a la poesía o de la literatura. Una búsqueda implacable y que nunca se acaba”, dice. En 2009 publicó “Qosqo”, nuevos poemas en los que buscó registrar “el grito del latinoamericano”, resume.
Yo soy el brujo
el hechicero
el chamán:
El que ve
por el Ojo de Dios.
“Es el viaje de un hombre que se siente originario y le reclama a Europa lo que es suyo, lo que le quitaron, pero también está la aceptación de que somos el fruto de un profundo cambio que terminó por borrar nuestra historia, de la cual olvidamos nuestra lengua y nuestras creencias religiosas. Finalmente hay una aceptación de ese otro y la inclusión de un tercero que sería la cultura catalana”, agrega.
Atilio Romano volvió de ese viaje, devuelto a su provincia para estar cerca de su hijo, de los lazos que no resisten la virtualidad. “El amor me trajo de nuevo, el amor a mi hijo, él me necesita. Mi niño tiene ocho años y no lo puedo tener lejos. Además quiero estar presente en su infancia, en los juegos, la escuela”, cuenta.
¿Puede la poesía cambiar al mundo? “Soy muy pesimista porque la especie humana lamentablemente tiene en su gen la semilla de la opresión y el aprovecharse del otro”, arriesga. “Por suerte no son todos pero los que lo poseen tienen el poder del destino de millones de almas. Por esa razón las injusticias sociales y todo lo terrible que pasa en el mundo se repite y no se puede vivir mejor. La poesía o el arte pueden señalar las injusticias, hacer pequeños tiros en el blanco pero no matan. La poesía no cambia el mundo y no creo que lo haga porque si fuera eso cierto viviríamos mejor desde hace mucho tiempo”.