Maradona no estudió a Napoleón, ni a Carl von Clausewitz ni a Sun Tzu, teóricos del arte de la guerra. Simplemente le bastó la intuición y su experiencia corporal como italiano del sur para convencerse de inducir una estrategia de la división. Con su tobillo izquierdo estallado, que lo condicionaba en la cancha, acudió a la potencia de su palabra, intacta. Eligió los adjetivos y sacudió a un país. “Ahora se apuran a recordar que Nápoles es parte de Italia. Durante 364 días se habla de siniestrados, de terroni, de apestados, todos ataques infames. Ahora se descubre que esta gente es la mejor del mundo”, azuzó en una columna del Corriere dello Sport en la previa de la semifinal del Mundial Italia ’90.
Atizó la atmósfera. Repuso en escena una tradición de estigmas y discriminaciones sedimentadas por el peso de la historia sobre la fracción africana de Italia. Provocó un climax acaso inimaginable para los espectadores de los mundiales contemporáneos. Fue el prólogo de la noche del 3 de julio de 1990, en la que Argentina eliminó a Italia, por penales, de su propio Mundial, en el estadio San Paolo de Nápoles.
“No he tenido la sensación de contar con el apoyo absoluto del público”, reconoció Azeglio Vicini, entrenador italiano, tras el partido que fue la contracara de la final posterior, ante Alemania, en el Olímpico de Roma, con las tribunas inclinadas contra la Argentina.
Pero aquella noche, en la que Italia quedó eliminada por el penal de Maradona y las atajadas de Goycochea, quedó en la historia también por otro hecho: fue la última vez que la televisión pública italiana televisó en directo, en forma abierta y gratuita, un encuentro futbolístico de ese calibre.
Las televisoras privadas, que hasta entonces sólo podían retransmitir en diferido, pasaron a tomar el control de las emisiones deportivas del “Calcio”, entonces la liga profesional más poderosa del mundo.
El deporte y la televisión habían anudado una fluida relación de intercambios desde los Juegos Olímpicos de Roma ‘60, pero fue la década del ’90 la que transformó el negocio. Y también su escala.
El fútbol argentino celebró su primer contrato para la transmisión de partidos de primera división en 1985, pero el primer modelo de televisación se consolidó más tarde de la mano del ambicioso empresario paraguayo Carlos Avila, que encontró en el fútbol el terreno fértil para cambiar para siempre la sobriedad de la vida que conoció cuando llegó a la Argentina con su madre, en 1946, en los días felices del primer peronismo.
El programa Fútbol de Primera fue el estandarte de aquella renovación. Bajo la idea de presentar resúmenes de partidos, se emitió por primera vez el 4 de agosto de 1985 por Canal 7 con una inversión lejana a las transmisiones actuales: apenas tres cámaras (dos en altura y una en el campo). Una vez consolidado, el programa desplazó a Todos los goles, que se emitía desde 1983 por Canal 9.
Ya en la temporada 85/86 la estructura de los campeonatos se modificó para favorecer la posibilidad de vender jugadores al mercado europeo. El perfil del negocio evolucionaba.
Para la edición 89/90, consolidado como oferta exclusiva, Fútbol de Primera abandonó la pantalla de la televisión pública para mudarse a Canal 9, la señal privada líder en audiencia.
Pero el maridaje que permitió el salto exponencial del negocio fue la alianza celebrada, en 1991, con el Grupo Clarín, la empresa de comunicación más grande del país. De aquella unión nació TSC (Televisión Satelital Codificada, dueña de los derechos), Ad Time (que comercializaba la publicidad estática en las canchas), la señal deportiva TyC Sports y, por supuesto, Trisa (Tele Red Imagen S.A), que será un actor central de este relato. Fútbol de Primera, en ese nuevo cuadro, se reubicó naturalmente en Canal 13.
Y una clave del nuevo señorío: los derechos televisivos del fútbol fueron cedidos durante el generoso período 1991-2014, un plazo reñido con toda lógica para la naturaleza de un negocio dinámico que, bajo cualquier análisis, se encontraba en un ciclo ascendente.
Los partidos locales del seleccionado argentino preparatorios para los Mundiales 1998, 2002 y 2006 quedaron atrapados en el mismo negocio exclusivo. Nada era gratis. El acceso era la televisión por cable (arancelada) y, según el caso, una sobretasa para las emisiones codificadas. “Por qué tengo que licitar los derechos, si la AFA es privada”, justificaba Julio Grondona, el mandamás de la Asociación del Fútbol Argentino desde 1979.
Nadie entonces podía introducir una cámara en un estadio sin autorización de los dueños de la pelota. Los privilegios eran tales que algunos periodistas contratados por Torneos y Competencias se desorientaban en su propia alucinación y se comportaban como miembros de una casta a la que tal vez pertenecían los accionistas de la empresa pero nunca ello.
Acaso aquellas fugaces estrellas de la pantalla terminaron aprendiendo la lección sobre la ubiquidad de tiempo y lugar por la vía más costosa. Avila también fue el protagonista de cierres de medios y despidos masivos. Como tantas veces, el tiempo operó como un ordenador.
Si alguna duda existiera sobre quien mandaba entonces, la despejó el estertor de una contienda judicial sobre el estreno del sistema de Televisión Satelital Codificada. La jueza Adela Norma Fernández, titular del Juzgado Nacional en lo Comercial Nro. 19, concedió una medida cautelar a la empresa Recova que había firmado un contrato con Torneos y Competencias para llevar el fútbol a la pantalla de Telefé a partir de 1991 (luego se generó un problema de horario con el programa Videomatch). La AFA no hesitó. El 23 de agosto se resolvió por unanimidad suspender el torneo Apertura hasta tanto no se habilitara el flamante sistema de televisión codificada y por las señales del Grupo. Los clubes fueron meras herramientas al servicio de los intereses de una empresa para torcer una decisión judicial.
No hace falta relatar cómo terminó la causa judicial.
La lógica de aquel tiempo era la transmisión de algunos partidos de la fecha por la señal de cable TyC Sports y otros por la señal codificada Tyc Max, bajo el sistema pay per view. Y una regla sagrada: ninguna imagen grabada de los encuentros podría ser retransmitida hasta la emisión de Fútbol de Primera, los domingos por la noche.
(...)
La privatización de las audiencias había alcanzado su esplendor.
El paradigma del fútbol arancelado fue puesto en entredicho años después. Y acaso la espina más incómoda de ese cuestionamiento, bajo el amparo el haz conceptual de una política de derechos que se promovió con la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, no la protagonizó ningún actor poderoso ni de los medios de comunicación y menos del universo futbolístico, en el que los clubes, asociaciones civiles sin fines de lucro (reconocidos), rindieron obediencia debida a los dictados del capital concentrado.
El gesto indócil lo hizo un canal de televisión comunitario, sin fines de lucro ni radicación en la Ciudad de Buenos Aires.
Pares Tv, un canal con sede en el barrio La Palomita de la ciudad de Luján, con su natural ambición por transmitir los partidos de su comunidad (los clubes Flandria y Luján), desató una contradicción con la lógica del fútbol exclusivo y arancelado que aún persiste.
Sobre ese cruce, que enfrentó al principal conglomerado mediático del país con un canal sin fines de lucro, son las páginas que siguen. En medio de esta controversia, desde ya, se expresa una concepción sobre el deber-ser de la comunicación y los derechos de las audiencias.
Una historia sobre la libertad de expresión es, necesariamente, también, una historia sobre la censura.
Ante esa alternativa no hay neutralidad posible.
*Autor de Fútbol propiedad privada. Los derechos de TV desde la experiencia de ParesTV, ediciones Al Arco, Buenos Aires, 2021.