Difícil pensar, serenarse, escribir en estos momentos de fastidio, enojo y desazón. Preguntas ominosas nos invaden: ¿cómo hemos llegado hasta aquí, hasta esta presentación en sociedad del nazifascismo neoliberal, desfachatado y peligroso?
La pregunta fundamental y trascendente que correspondería hacernos es, en estas horas: ¿cuál es su límite; cuál su próximo paso?
Toda condena a la aberración porteña del sábado (que saludablemente no tuvo réplica en ninguna provincia, y miren que este país es extenso), hoy resulta poca. Porque para quienes confiamos y sabemos que la democracia y la paz son y deben ser una unidad, no es miedo lo que se nos impone. Es sorpresa lo primero que se siente, azoramiento, incredulidad, porque nos están mostrando de lo que son capaces.
Para eso hicieron lo del sábado, no como "oposición" --que es un término del juego democrático-- sino como heraldos de la violencia. A su modo herederos de Videla y de Massera, de Suárez Mason, Bussi y Menéndez, bastaría con hurgar en los alrededores de la Sra. Rica-en-Toros para encontrar a l@s responsables de este episodio.
Lo del sábado no fue un acto opositor. Fue una provocación que la democracia, la república, la paz, no deben pasar por alto. Clamorosa, bulliciosamente, banderas al viento y para callar a estos enfermos heraldos de la violencia.
Si hay filmaciones y fotografías, correspondería aplicarles todo el peso de la ley. No es con silencio ni declaraciones tolerantes que se los detendrá. En todo el mundo es imposible exterminar a los lobos, pero no es imposible, y es siempre necesario, tenerlos a raya. En los zoológicos o en las cárceles.
Claro que la Argentina está judicialmente indefensa y éste es el más grave problema de esta nación. No hay sistema de justicia. La Corte y la procuración lo destruyen minuto a minuto mientras la basura periodística aplaude y exacerba, y el poder democrático se paraliza. He ahí la clave del drama nacional en estas horas en las que, de paso, nos roban el río Paraná, el oro, la plata y el cobre de nuestros Andes, la inmensurable riqueza del Mar Argentino y también el trigo y el pan, las vacas y toda la riqueza que alguna vez fue proverbial y hoy es doloroso recuerdo y frustración, todo sea dicho y vinculado.
Otra pregunta es, desde luego, ¿cómo y por qué salieron a las calles? ¿Cómo es que llegaron hasta la Plaza de Mayo para intimidar a transeúntes, desprevenidos turistas y alguna tele amiga? Porque no es que sean más, ni del todo nuevos; seguramente son retoños de los nazifascistas que hubo siempre. Sólo que estaban contenidos. Y entonces la pregunta es; ¿por qué reaparecieron? Y la respuesta es obvia: la Constitución, la Ley, el cumplimiento de las normas republicanas que los contuvieron y contienen siempre, ahora están fallando. Y fallan feo, mucho, reiterado. Y eso es lo que agrava todo.
De esta fauna hay montones también en España, en los Estados Unidos, en Francia. Los hemos visto y los veremos, pero con una diferencia: en esos países estos bestias son contenidos, acotados, frenados en sus impulsos. Esos sistemas políticos son igual de cínicos, o más, pero en algunos países para dentro sí funcionan. Aquí, ni amagos. Ahí están las mesas judiciales, Comodoro 3 14 16, las casaciones, la Corte Suprema. Y la hasta ahora incapacidad --todo hay que decirlo-- del Frente de Todos para resolver este drama.
El macrismo demostró, en esta parada mortuoria, que no sólo son oficiantes de la corrupción económica y financiera, de los negocios fraternos del capo-mafia heredero, de las pandillas de espías y de los miserables negocios del intendente Larreta con los bienes públicos. Ahora nos están diciendo, con esa barbaridad --no desautorizada por sus líderes-- que además propagandizan y estimulan la muerte.
Y cuando se toleran y aprueban esas bestialidades con silencios, en política y en la historia del mundo se sabe que el próximo paso es matar. Y ayer quedó claro que se salen de la vaina. No fue nomás un pronunciamiento "opositor". Fue una amenaza clarísima.
Pero la vida siempre le gana a la muerte, sabemos y decimos, y lo recordó ayer Hebe en su estilo llano y directo: "Donde aparecen ellos todo se muere. Por eso las plazas que construyen no tienen árboles y tienen sólo cemento, como los nazis".
Está claro que sólo con militancia y constancia, y con Memoria, Verdad y Justicia, se puede contener a estas bestias. Así se las frena, se las acota, se le ponen límites decisivos a todos los fanáticos descontrolados, que en el fondo son hatos de burguesitos de esos que en cierta tele parlotean de economía.
Claro que el problema se agrava y se torna decisivo más allá de ellos, o no solamente a causa de ellos, cuando no hay respuestas de la civilidad. O sea, cuando no hay respuesta de una ciudadanía que es exhortada a quedarse en casa. Cuando en realidad, vacunados o no, y con todos los cuidados, habría que salir. Para desautorizarlos con mayorías, como en octubre pasado, cuando ni había vacunas.
Esta columna piensa que no se valen, hoy, respuestas tibias. Que me disculpen l@s compañer@s cercan@s al poder, pero tanta prudencia, en circunstancias decisivas, también puede ser letal. Y además sobran indicaciones de que nuestro pueblo no tiene miedo. El pueblo peronista está diplomado en no tenerlo. Y también las centrales obreras, y la mejor parte del radicalismo residual, y las izquierdas democráticas que acompañan lealmente al FdeT.
Nosotros somos la vida y ellos propagandizan la muerte. Son los Herminios de este tiempo, potencialmente violentos. "Que se mueran todos los que se tengan que morir", dijo desde alguna reposera el primer enemigo del trabajo.
Duro decirlo, desde luego, pero esta nota, justo hoy, no se escribe para jugar a las visitas sino para ver si se detiene --y cómo, desde la Ley y la Paz-- a las bandas que ayer se pasearon como Nerones subdesarrollados por la Plaza de Mayo.