Estabas ahí, paradito en el aeropuerto de Barajas, esperando al próximo testigo que llegaría a brindar su testimonio en los tribunales españoles. Sí, alguien había escuchado acerca de la indignidad, de crímenes aberrantes, terrorismo de Estado, centros clandestinos de detención, tortura y exterminio, secuestro, desaparición. Y ahora el genocidio se iba a juzgar en España. La Justicia que no tenía lugar aquí se abría paso en otros territorios y vos, invocando los postulados de la justicia universal, te pusiste al hombro “el juicio de España”.
“Como a los nazis les va a pasar, adonde vayan los iremos a buscar”, rezaba la consigna. Pero resulta que ellos estaban acá, impunes en la celda dorada en que se había convertido la Argentina. Entonces lo que fuimos a buscar fue la justicia. Pero no la encontramos solamente en las audiencias que investigaban y juzgaban esos delitos.
La encontramos en vos, Carli, en vos y en tus actos. En tus propios actos de justicia que vos inventaste para nosotros.
En nuestro Carli querido, entrañable, inmenso, que nos convocaba, nos esperaba, nos alojaba en su casa y nos acompañaba.
Fue la Justicia que acá no había, pero no fue solamente eso, que era igual infinitamente mucho.
Fue tu calidez, tu hombría de bien, tus charlas de horas, tus silencios. Tu posición solidaria y de dignidad frente a los que habían sufrido como vos y frente a los más necesitados, aun cuando tuvieras que pagar -lo que sucedió-, un precio tan alto por ello.
Y ahora te vas, antes de tiempo, precisamente en tiempos en que esos valores de justicia que profesabas y practicabas no abundan. Cuando nos quieren hacer creer que los principios no existen, que la ética en política es demodé, y que, en el mundo de valores light y descafeinados, los derechos de las personas también declinan.
Te vas, y en el hueco de tu alma te llevas algo de nosotros, Carli querido.
* Psicoanalista. Docente en la UBA. Ex detenida-desaparecida, testigo en los juicios.