Este martes, 2 de marzo, es mi cumpleaños. No soy de las que hace balances (quizá los cambios de década predispongan más a hacerlos), pero por alguna razón azarosa llegaron a mis manos unas fotos que no recordaba haber visto nunca. Son de mi adolescencia, más precisamente de mi transición. Fue un golpe en el centro de mi memoria emotiva. Creía no tener imágenes de esa época, durante años busqué material y no encontraba nada. Son de la última etapa, la más difícil, esa donde deja de ser un juego para convertirse en una realidad: la del miedo, la incertidumbre, la de las hormonas. Hasta ese momento, mis pechos aún eran de mijo (mis panchos, les decía) y la ropa de Florencia solo salía los fines de semana para volver a esconderse detrás de los cajones oscuros de una cómoda, con el temor a que alguien la descubriera.
¡Y claro! ¡Cómo no las iba a borrar de mi mente, eso se llama autoprotección! Pocos son los recuerdos lindos de ese periodo, crecí llevando el peso de la exclusión y la vergüenza. Todo a mi alrededor me lo recordaba.
Es increíble descubrir el alto precio que pagábamos por buscar nuestra identidad y todo lo que estaba dispuesta perder si tomaba el camino del travestismo. No solo la familia o lxs amigxs, también la propia vida.
En ese momento, yo sentía que quería ser mujer y no era la única. Casi todas las travestis pensábamos igual. Sin información ni referentes o pares en quien inspirarnos, toda nuestra construcción era la de una mujer cis binaria. Con el tiempo descubrí otra manera de encontrarme más acertada con lo que siento: ni mujer, ni heterosexual, ni homosexual, ni tampoco bisexual. Soy una disidente del sistema-género, mi construcción política en esta sociedad es la de travesti de pura cepa. Eso lo que soy y lo que quiero y elijo ser.
Lxs malintencionadxs de siempre seguramente se encargarán de buscar en archivo el video de «La Pelu» en que yo decía: «soy mujer, mamá y argentina» para hostigarme. ¿Cómo? ¿Vos no eras mujer?, se me dirá. Claro, es más fácil cuestionar mi identidad que reconocer el episodio discriminatorio que estaba viviendo. Nada recuerdan sobre los que agredían o se burlaban de la sexualidad de una persona, solo les importa que yo me definiera mujer.
Hoy veo las cosas con más claridad. Antes la definición de género en el DNI era asignada al nacer según la biología: hombre o mujer. El sueño del nombre propio era solo una fantasía. Una era una indocumentada. Con los años y la Ley de identidad de género, la definición de mujer en el DNI fue concebida para incluir a todas las identidades femeninas. Jamás imaginé que al aceptarlo estaba vendiendo mi alma al diablo. Indirectamente el Estado me ponía otra vez en el binarismo, invisibilizando mi identidad travesti.
Las fotos que encontré me transportaron a ese momento. Yo ahí, parada frente a esa frontera imaginaria que es el género. En una lucha entre la permanencia y el cambio, entre la identidad, la muerte y mi deseo. Llena de preguntas aún sin respuestas. La verdad es que no era consciente de lo que iba a suceder, cuáles serían las consecuencias. Hace poco leí una cita de Paul B. Preciado de su libro Un apartamento en Urano que me ayudó mucho a dar respuesta a algunas de aquellos cuestionamientos que me hacía en ese entonces. Paul dice que el cambio de sexo, junto con la migración «son las dos prácticas de cruce que, al poner en cuestión la arquitectura política y legal del colonialismo patriarcal, de la diferencia sexual y del Estado-nación, sitúan a un cuerpo humano vivo en los límites de la ciudadanía e incluso de lo que entendemos como humanitario». Cuando se refiere a esa transición, no la plantea como un mero trámite, como algo que implica pasar de un lugar al otro, sino que se trata de una transformación radical porque también modifica a la comunidad que acepta o que rechaza a quien emprenda este viaje.
"Has recorrido un largo camino, muchacha", pienso a horas de cumplir años y efectivamente, ¡termino haciendo un balance! Desearía tener una máquina del tiempo para que la que hoy soy le diga a la del pasado: ¡perdón! Me gustaría utilizar la palabra "valiente" para pensarme, pero no fui a una guerra aunque sí soy una sobreviviente. Prefiero agradecerme el entusiasmo, la tenacidad, el júbilo y la capacidad de convertir los "no" en "sí", y por demostrar que no siempre andar a contramano está mal.
¡Feliz cumpleaños para mí!