En la edición del FIBA 2017, el director y dramaturgo Marco Canale sorprendió con La velocidad de la luz, una obra realizada en la Villa 31 por un grupo de mujeres mayores que recuperaban las tradiciones ancestrales de sus respectivas culturas (guaraní, quechua, aymará) para componer una ficción que, entre otras cosas, indagaba en sus propias biografías, el vínculo con la muerte y sus rituales. Aquel trabajo tuvo una segunda parte con Los nacimientos –presentada junto al mismo grupo en el Teatro Cervantes– y también versiones con personas de Alemania y Japón.

En la edición de este año, Canale mostrará una selección del material audiovisual realizado en Japón junto a Ignacio Ragone y Juan Fernández Gebauer, que será estrenado oficialmente en el Tokyo Tokyo Festival 2021. La nueva versión propone un viaje por diversos espacios públicos a partir de las vidas de un grupo de ancianos, en vínculo con la historia de la ciudad y su cultura: las distintas religiones, la historia política, el arte, la televisión, la modernidad, el sumo, el baseball, la arquitectura metabolista y el Teatro Noh de la mano del maestro Tamon Sasaki.

“A diferencia de las versiones anteriores, en Japón hicimos un largometraje y una obra de teatro. Lo que se presenta en FIBA es un anticipo de la película que se va a estrenar completa en mayo en el Festival de Tokyo. Pienso este proyecto como una cruz: un eje horizontal asociado a la ciudad y su espalda, eso que la ciudad no muestra y que pueden ser territorios explícitos como la Villa 31 en Buenos Aires (el padre Mugica decía que las villas eran el inconsciente de los porteños), o los hijos de personas que en la Segunda Guerra lucharon a favor del nazismo en Alemania; ahí también trabajamos el tema de la inmigración a partir de la historia de una familia siria. El otro eje es vertical y tiene que ver con los ancestros, las raíces, el paso del tiempo y la idea de la vida después de la muerte, más allá de cualquier religiosidad”, explica Canale en diálogo con Página/12.

El director cuenta que su interés por Japón era previo a la concreción del proyecto: “Me encanta Japón. Es muy contradictorio: otro universo, otra lengua, otra construcción, y creo que tenemos muchas cosas para aprender de ellos. Con todas sus luces y sombras, han logrado integrar muchos elementos: tienen dos religiones y la gente practica ambas, se entierran por el rito budista y se casan por el rito sintoísta; hay cierta preocupación por unir lo ancestral con la modernidad, una fuerte presencia de lo bello y también un gran amor por hacer las cosas bien, algo que me emociona mucho. Después tienen conflictos intergeneracionales, soledad, exigencia desbordada y cosas que no me gustan tanto, pero es algo que ocurre en todas las sociedades porque cada lugar presenta sus desafíos”.

En Japón Canale decidió trabajar nuevamente con ancianos para abordar la memoria de la guerra, un tema tabú que no está tan expuesto como en Alemania. Cuando se le consulta por esta elección, asegura que le interesa recuperar esos saberes: “Vivimos en una cultura política donde prima la inmediatez, lo nuevo y lo transformador. Por supuesto que eso tiene una potencia que fue importante en muchos movimientos, pero a veces nos olvidamos de dialogar con los saberes de nuestros mayores y aquello que debería ser preservado. Me gusta mucho John Berger y sus historias de viejos campesinos, la relación con la tierra; en uno de sus textos él dice que ahora pensamos en los muertos como los eliminados, pero antes las culturas los pensaban como un lugar al cual acceder para encontrarse con esos espíritus”. Además, el director subraya el compromiso y recuerda que en un momento propuso cortar los ensayos por la pandemia y “como buenos samurais dijeron que no, quisieron seguir rodando la película y trabajando en la obra”.

La propuesta recupera el Teatro Noh para explorar los vínculos de lo ancestral con la modernidad: “El Noh es el teatro de los espíritus; la mayoría de las obras se estructuran a partir de un muerto que se acerca al mundo de los vivos, como el inicio de Hamlet, aunque el Noh es anterior. Eso me cautivó rápidamente porque en la obra exploramos siempre el tema de la vida después de la muerte. El Kabuki, en cambio, es un teatro de aventuras, samurais e historias populares”. Canale explica que los ancianos no suelen practicar esta forma artística (salvo los viejos maestros) porque muchas veces resulta difícil ejecutar el gesto preciso que exige el Noh: “Lo interesante fue que en la obra lograron tomar una herramienta ancestral que sólo practican las familias ligadas al Noh o los profesionales para poder habitar a sus muertos. Fue muy lindo ver eso y aprender más sobre este arte”.

El trabajo que el dramaturgo realiza desde hace años puede pensarse como una serie de traducciones a partir de las diversas culturas, lenguas y territorios explorados. Cada versión construye nuevos universos pero también encuentra denominadores comunes que, de algún modo, desdibujan las fronteras: “Al hablar con señoras de la Villa 31, Alemania o Japón uno entiende que sienten una conexión muy parecida con la muerte o la tierra, dos cosas que las nuevas generaciones perdimos. La idea de la fe, el misterio o la vida después de la muerte se expresa de una manera muy fuerte en los viejos”.

Canale podría ser identificado como un “ciudadano del mundo”: nació en Argentina pero vivió varios años en España y Guatemala, y durante mucho tiempo estuvo en contacto con otras culturas a raíz de este proyecto. El director explica el significado de esas derivas a partir de su propia historia: “Tuve una infancia un poco dura y creo que desde chico quería irme de mi casa. Algo de eso marcó todo. Cuando era niño vi la serie de Marco Polo y soñaba con irme. Esos viajes fueron constitutivos para mí, como un escape de mi lugar. La velocidad de la luz, de hecho, nació cuando volví a Argentina, tuve una crisis personal y decidí quedarme en Buenos Aires. Ahí empecé a trabajar con los viejos en la villa para encontrar una raíz en mi propia tierra”.

En el proyecto artístico de Canale, teatro y vida van de la mano; sus obras buscan llevar al espectador hacia una reflexión en su vínculo con el entorno y lo que allí ocurre, pero no desde la culpa: “La política que a mí me interesa no se basa en señalar con el dedo a los espectadores y reprocharles que discriminan a la gente de la villa. Eso me pondría a mí en el rol de bueno y al otro en el lugar de malo, y no me interesa. Lo que sí me interesa es generar un encuentro para mirarse a los ojos y abordar los diferentes planos de la realidad, con sus desigualdades y las cosas que deben mejorarse. Creo que el teatro tiene que formular una pregunta potente y generar algún tipo de chispazo”.

*La velocidad de la luz podrá verse a partir del martes 2 en la plataforma Vivamos Cultura (https://vivamoscultura.buenosaires.gob.ar/).