Anastasia tiene el cabello muy rubio, frondoso y enrulado. Es tan vivaz como su aspecto, y para ella su canto parece serlo todo. Canta como una profesional, con voz templada y dando siempre la nota justa, además de componer y escribir sus letras. Uno siente que respaldada por una adecuada maquinaria de producción y promoción podría ser un equivalente argentino de Britney Spears o Miley Cyrus. A escala, claro. A escala argentina y cordobesa. De allí es Anastasia, a quien su mamá llama Pepi. La mamá le hace de manager, la acompaña a todas partes, y en ese punto tal vez haya un paralelismo con Miley Cyrus, cuyo padre, ex cantante country, siempre bancó su carrera.

La realizadora Jazmín Carballo, que seis años atrás presentó su film de ficción Los besos, conoció a Anastasia Amarante durante la filmación de un videoclip y, como cuenta en la entrevista que sigue, algo de ella la fascinó. Documental de 60 minutos bien concentrados, La cima del mundo se estrena este jueves en la plataforma Puentes de Cine.

-Anastasia es muy talentosa, aunque no sepa nada de teoría musical. ¿Ese fue un elemento que te atrajo de ella, o no te importaba mucho que tuviera más o menos talento?

-Cuando la conocí hubo algo que me atrajo. Es un momento en donde la filmo en primer plano, ella baila mirando a cámara y medio que me enamoro, mirarla me hipnotiza, pero de tanto mirar descubro algo detrás de su encanto: un profundo disgusto, unas ganas tremendas de irse de ahí; entonces freno y le pregunto qué siente, y ella suspira con alivio, como si hubiéramos estado sosteniendo el plano más incómodo del mundo y me dice que siente que transpira, que está saliendo mal, que no puede seguir, necesita mirarse al espejo, corroborar que está todo bien, maquillaje, pelo, brillo de la piel, la ropa. Y me alucina, porque yo, “desde afuera” percibo otro viaje, casi opuesto. Después fui descubriendo que esa zona de inseguridad, esa “distorsión” eran la punta del iceberg.

-Hay un efecto raro en la película, que es que si bien la filmaste a lo largo de dos años el tiempo cinematográfico se siente como continuo. ¿Quisiste q se sintiera de esa manera, o por el contrario buscabas seguir sus cambios en el curso de esos dos años?

-Eso fue algo que se terminó de madurar en el montaje junto a Loli Moriconi. Mientras filmaba estaba conectada con las zonas, los vínculos y espacios que me iban intrigando y con las situaciones no previstas que aparecían al compartir tiempo con Anastasia; estaba conectada con el presente y no podía ver tanto la global. Esa continuidad también se da por el recorte de las zonas vinculares que se eligen contar. Cuando yo veo la película sí noto el paso del tiempo, porque tengo el recuerdo del rodaje, y también percibo esa continuidad que hay en lo que se cuenta, es raro hasta para mí.

-Cuando está con su mamá Anastasia parece comportarse como una nena, pero en una escena en una disco se conduce de acuerdo a la edad que tiene. ¿Cómo ves esto?

-Poder captar la multidimensionalidad de un personaje es lo que más me cautiva en las historias que veo, en cine, en teatro, en literatura, y es algo que me interesaba de ella. Sobre todo, porque el primer acceso que tuve a su mundo fue a través de sus historias. Me pareció intrigante la prueba de filmar lo que Anastasia ve de su mamá, cruzado con lo que yo percibo de ella. Es fascinante observar cómo las personas desplegamos distintos personajes según el contexto y el vínculo en el que estamos. Las personas nos vamos descubriendo a medida que observamos lo que nos permitimos mostrar, y lo que el otro devuelve también construye nuestro personaje.

-De a ratos la mamá, Cecilia, parece demasiado “metida” en la vida y el futuro de su hija, y en otros momentos es su principal motivadora. ¿Cómo la veías?

-Todo personaje es múltiple, no de una sola manera. Convive con sus contradicciones, que imprimen el pulso vital. Yo la veo como una mujer movida por una gran pasión y amor por su hija, con ideas muy fuertes y claras sobre cómo tienen que ser las cosas, y estas ideas se entrecruzan y se ponen en tensión con el camino y las ideas de su hija. Se mezcla esto de manager-madre con hija-cantante, me inquieta esa mezcla. La mamá de Anastasia, Cecilia, tiene un deseo en pausa, ella en su juventud quiso ser cantante, pero no lo continuó y de alguna manera su hija hereda esto y le da play a ese deseo, en su propia vida y a su manera. Cuando supe esto, quise que Cecilia cantara y de ahí es que nace la escena final de la película, donde ambas cantan a dúo.

-La película tiene una cualidad evidente, que es el efecto de “naturalidad” que lograste en las dos protagonistas, que parecen estar viviendo su vida al margen de la cámara. ¿Esto fue producto de un conocimiento y confianza previas, entre vos y ellas?

-Esto no sé cómo sucedió y lo agradezco, agradezco al misterio de la vida este regalo. Quizás si no hubiera tenido una cámara no hubiera sucedido, no lo sé. Nos fuimos conociendo en conjunto con la filmación, hasta a veces era raro hablar entre nosotras sin tener la cámara en el medio, cuando eso pasaba tenía la sensación de que faltaba algo.

-¿Te fijaste pautas previas, o la estructura se fue armando de acuerdo al material que iba surgiendo?

Al principio fue: voy a filmar todo, voy a seguirla y que ella me conduzca. Hubo cosas que quería filmar, pero cuando lo filmaba algo se perdía. Había momentos de mirar lo filmado, donde me preguntaba “qué pasa si hacemos tal cosa”. En el próximo encuentro iba con esas premisas y lo probábamos, por supuesto que eran excusas para filmar y que aparezca lo que tenga que aparecer, que siempre era sorprendente y nos llevaba hacia algo que nunca hubiéramos podido planear. Ya en el segundo y tercer año, iba con más decisión a filmarla con su mamá y con propuestas más claras: escribir una carta, contar un sueño, hacer un llamado, cantar una canción, ensayar, grabar un tema.

-Filmás escenas de una privacidad absoluta, como cuando ella se encierra bajo llave en el baño y la cámara es la única que la acompaña. Pero sobre todo una escena de borrachera y otra en que discute fuertemente con la madre. ¿Surgieron como producto de la cantidad de tiempo que pasaste junto a ellas, o las forzaste de alguna manera?

-La secuencia de la disco fue algo que fuimos a buscar entre las dos. Y la llegada de madrugada a su casa y la discusión con su mamá la charlamos entre las tres, pero tampoco la teníamos del todo clara. Esa situación era algo que me habían contado varias veces, por separado y juntas, una historia recurrente, entonces un día les dije, "bueno, filmémosla, a ver qué pasa”. Fue uno de los momentos que más disfruté.

-La cima del mundo es esa clase de documental tan bien filmado, con una puesta tan coherente, que “parece de ficción”, como suele decirse. ¿Te planteaste la puesta antes, la fuiste encontrando, la depuraste en el montaje?

-Por más que tenga espíritu documental siempre la consideré una película de ficción. Es la manera en la que me gusta filmar, voy a eso sin pensarlo ni intelectualizarlo mucho, es más que el cuerpo me pide eso. Una manera de estar en actitud de explorar con la cámara y la posibilidad de que la cámara sea un personaje más.