Todos los animales embalsamados que ocupan parte de las salas de la planta baja del museo sonríen. Los esqueletos también sonríen porque tienen al descubierto los dientes.

Todos los animales embalsamados que ocupan parte de las salas de la planta baja piensan. Miran al humano y piensan. Los maestros taxidermistas les trabajan la mirada. Los ojos de vidrio expresan una complicada vida mental. Algunos tienen una mirada doble, como en las pinturas, donde se pueden proyectar múltiples gestos en una expresión neutra. Los animales miran fijo a los ojos del visitante, pero al mismo tiempo parece que miraran hacia el futuro.

El Museo de Ciencias Naturales de La Plata es un museo de un museo. Gran parte de los carteles informativos están pintados a mano y algunos tienen un trazo que parece hecho con pluma.

En 1927 su entonces director, Luis María Torres, publicó una guía para recorrer el edificio.

Se dice que la guía solo tiene dos errores, que no se le atribuyen a Torres, que sólo era el recopilador, sino que eran los datos que se manejaban en la época: el reconocimiento de los bustos que están en la fachada del museo, obra de Víctor de Pol, que no coinciden con el rótulo que está debajo de ellos; por ejemplo en donde dice “Linneo” vemos en realidad la estatua de Descartes.

El segundo error era un detalle en las guardas que en esa época todavía no estaban clasificadas como habitualmente o convencionalmente se lo hace ahora.

Más allá de esos puntos mínimos, lo cierto es que la guía tiene mucha precisión. El personal del museo la sigue usando como si fuera una biblia. Con muy pocas fotografías, muy lejos de las guías actuales, parece traducir todo lo visual del museo a texto.

Mi primera aproximación al Museo fue a partir de lo que iba leyendo en esa guía de Torres. La observé página por página, hasta aprenderla casi de memoria; algunos párrafos tienen una meticulosidad y un rigor increíbles. Pareciera que la guía acertara en todo. Vitrina por vitrina uno puede imaginarse cómo estaban expuestos los objetos en esa época. No era solo responsabilidad de Torres, sino de todos los jefes de departamento de esas áreas. Nunca nadie se tomó el trabajo de hacer una obra tan detallada. Y todo eso con los recursos que tenían; no había tanto personal como ahora: eran los especialistas, que además se dedicaron a hacer el trabajo del armado de las piezas, emprendiendo incluso viajes de campaña. Hay personas que pasan al olvido, un poco a la manera de Descartes, que está en los bustos pero al mismo tiempo no está.

Luis María Torres en su gestión del 20 al 33 no sólo publica la guía, también edita la revista del museo y tiene a su cargo una memoria que se imprime cada año. Además hace cambios profundos en las salas en el edificio, en la idea misma de exposición.

Torres quiere retomar lo fundacional, entonces realiza las exploraciones por todo el territorio nacional. Es él quien ordena hacer el busto de Moreno que está al ingreso del edificio, en 1923. Por otro lado, la revista tiene su periodicidad muy marcada. Hay memorias anuales, que todos los años dicen lo que el museo hace. Hasta el 29, 30, cuando Torres se enferma. Le da un ACV. Una enfermedad degenerativa, por la que quedó postrado.

Lo interesante de la guía es que casi no tiene imagen. Es un objeto de otra época en relación a lo que se exige hoy y que requiere una lectura al mismo tiempo atenta y comprometida. En ese sentido la guía es un objeto anacrónico. Es de una cultura pre visual y pre internet. Es parte de una tradición de la palabra y prima en ella una idea de museo escrito. No se lo muestra al museo sino que más bien se lo escribe.

Ahora quiero ir más abajo: Más abajo de los animales embalsamados en los talleres de taxidermia que están en el subsuelo del edificio. Más abajo de las vitrinas. Más abajo de los restos escondidos que no se sabe a qué especie pertenecen. Más abajo de las patas en forma de garras de felino en las que terminan los muebles. Quiero llegar al soporte, a las bases. Bases cuadradas para animales que se sostienen en dos patas. Rectangulares, si lo hacen en cuatro. Redondas para animales pequeños como ratones.

Amigos roedores ¿quién hubiera dicho que iban a terminar en esta plácida muerte embalsamada? Yo me atrevo a mirarlos, puedo verlos bien ahora que los rayos del sol iluminan el polvo.

¡Seres del inframundo, luces de los aparatos eléctricos, peces más atormentados del lago, la oscuridad está llena de sus ojos como en un cielo estrellado de montaña! Como la sábana ensangrentada de una cárcel sucia con las heces de un asilo. ¿Quién hubiera dicho que iban a terminar en esta plácida muerte embalsamada?

Mariana López nació en Buenos Aires en 1981. En 2002 obtuvo una beca de Fundación Antorchas para estudiar con Sergio Bazán. Participó de la residencia Skowhegan School of Painting and Scultur en Maine, EE.UU en 2006. En 2010 participó de la Beca Kuitca en la Universidad Torcuato Di Tella. En 2016 fue beneficiaria del programa Plataforma Futuro del Ministerio de Cultura para realizar una investigación sobre el Museo de Ciencias Naturales de La Plata. Obtuvo la Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes en 2018. Ha publicado los libros Velorio y velódromo (Vox, Bahía Blanca, 2015) y Museo (N direcciones, Buenos Aires, 2020)